Todos están satisfechos con la decisión que han tomado Ariel y Camelia. El señor Rhys se encierra junto a los abogados en el despacho y comienza a redactar un contrato. Quiere hacer sentir segura a su joven y valiente nuera.
—¿Señor, está seguro de esto? —preguntó el abogado Oviedo.—Sí, escriba exactamente lo que le dije. Camelia Rhys, no quiero ver el apellido Oduarte en ningún lugar. Usted se encargará de cambiarle el apellido, ¿me escucha? —ordenó el señor Rhys con voz firme—. Yo le doy mi apellido como si fuera una hija más. Es la esposa de mi hijo y será mi hija.—Pero, señor, eso es una locura. ¿Cómo la va a hacer su hija y nuera? —insistió el abogado Oviedo.—¡Haga lo que le digo! ¡Quiero que sea una Rhys, una Rhys! —ordenó con vehemencia.El abogaPedro levantó los hombros, restándole importancia a ese hecho. Estaba convencido de que no lo reconocerían. La mujer yacía en el suelo, y la casa estaba muy oscura. Además, nadie sabía quiénes eran en realidad. Nunca los encontrarían. Pagarían todo, y asunto arreglado. Su mamá no se enteraría de nada; si lo hacía, sería capaz de nunca poner la fábrica a su nombre. Además, tenían un seguro de vida por si acaso.Su esposa estuvo de acuerdo con todo, pero le preocupaban los hombres que le ofrecieron dicho trato. Eran muy peligrosos. Pedro la miró y dijo que aceptaría, considerando que era un gran negocio. Haría que su mamá dejara de trabajar y asumiría todo él, lo cual le daría las manos libres para hacer lo que quisiera.—¿Cómo vas a hacer eso? —preguntó Mariela, frustrada—. La
Camilo Hidalgo se pone de pie y se dirige a su despacho. Al poco rato, entran dos hombres vestidos con ropa de campaña militar. Un sirviente los lleva hasta donde el señor Camilo los espera.—Buenas noches, señor Camilo —saluda el Mayor.—Buenas noches, Mayor Alfonso. ¿Por qué esperaron tanto para entrar a verme? —pregunta, indicando que tomen asiento.El Mayor Alfonso se sienta y responde que no tenían órdenes de hacerlo. Luego comienza a explicar que se retiraron y trabajan para el señor Ismael Rhys. Están persiguiendo a los dos que él atrapó en el hotel en Francia y necesitan con urgencia a la mujer. Hay un asunto de vida o muerte que deben resolver con ella.El señor Camilo los observa en silencio, saca un habano y le ofrece uno al Mayor, que lo toma sin encenderlo. Mientras observa cómo enciende su propio habano y da unas cuantas chu
Camelia caminó hasta colocarse frente a su suegro y le agradeció sinceramente lo que estaba tratando de hacer, pero aseguró que no era necesario que llegara a esos extremos por su causa. Su abuela estaba de acuerdo, pensando que era una buena opción, pero Camelia se negó rotundamente.—No, abuela. Al escuchar lo que son capaces de hacer para que yo me sienta segura en este matrimonio, me han demostrado que no necesito nada más para sentirme feliz, amada, respetada, y sobre todo, sé que me darán mi lugar como esposa —dijo con una gran sonrisa.Ariel la tomó de la mano y le pidió que aceptara la propuesta de su padre. De esa manera, podría ostentar el apellido Rhys con orgullo. Sin embargo, ella estaba renuente; ya había tomado su decisión.—Ariel, mírame, mírame, amor —le pidió con seriedad—. Escucha lo que tengo que decirt
Marlon abraza a su madre emocionado, sintiendo la misma frustración que ella por no poder hacer que la boda suceda como debe ser. Pero teme que, por su excitación, le suceda algo.—Lo sé, se lo merece, mamá, lo sé. Lo que no quiero es que te enfermes, solo me preocupo por ti —dice con cariño, sacando su pañuelo para limpiar las lágrimas de su madre.—Estoy muy bien, solo me entristece todo esto. En vez de interrumpirme, ve a asegurarte de que la boda sea como la de un cuento de hadas. Camelia no se merece esto, se merece el cielo y yo se lo voy a dar; la voy a hacer la esposa más respetable de todas. Haré que todo el mundo la respete, se lo merece, hijo, se lo merece —repite de nuevo, y se echa a llorar en los brazos de su hijo mayor.—No llores, mamá. Si es lo que quieres, lo haremos. Vamos, cálmate. Mira lo que hizo Isma, trajo a su ejército de trabajadores, ¿ves? —señala a una gran cantidad de hombres que ya trabajan bajo las indicaciones de los planificadores—. Deja de llorar, ma
Marcia retrocede por instinto, sintiendo que este Marlon no es el que conoce. Se detiene cuando su esposo no suelta su mano y la atrae para besarla en los labios, viendo el gran amor que le profesa. Lo abraza como si quisiera evitar que se transforme en ese otro ser que le acaba de mostrar. Le pide que no le cuente nada de esa otra faceta suya que le acaba de enseñar. Mejor, iban a hacerse cargo de la prensa.—Espera, quiero preguntarte algo —la detiene Marlon—. Le pedí a Ari que, si es verdad que tiene un hijo con ella, nos lo dé a nosotros. ¿Qué opinas?—¿Tienes que preguntar? —responde Marcia enseguida, con una gran sonrisa y esperanza—. Sabes que quiero ser madre; el niño no tiene la culpa de las locuras de Mailen. Claro que sí lo quiero, lo criaré como si fuera mío, nunca le dejaremos saber de dónde salió. ¡Oh, querido, gracias, gracias!<
Mientras en el despacho, la señora Gisela le alarga unos papeles al señor Rhys, que los abre y se pone a leerlos detenidamente. Al terminar, le dice que no es necesario que haga eso.—Deseo, primero que todo, agradecerle eso que propuso hacer —inicia la anciana con firmeza—. Me demuestra que dejaré a mi Camelia en buenas manos cuando ya no esté. Quiero que ayude a esos chicos a ser felices. Y que, aunque esa muchacha no se lo merece, se asegure de que lleve una vida recta. No sé cuándo Marilyn saldrá de la cárcel, pero es mi nieta también.—Marilyn tiene fuertes cargos en su contra, señora Gisela. Los habitantes del pueblo la han acusado de muchas cosas ahora —le recuerda el señor Rhys.—Lo sé, y debe pagar por lo que hizo. No le estoy pidiendo que la saque de la cárcel. Solo que, de vez en cuando, vean cómo le va, sol
En el despacho de la finca del senador Camilo Hidalgo, se ha hecho un silencio pesado después de su reacción. Mira a los hombres de Ismael y repite:—¡Pueden retirarse! Ya les dije que si es para eso que la quieren, pueden marcharse; no se las daré nunca. —Y se deja caer en su silla, resoplando.Los hombres de Ismael Rhys se miran entre ellos al escuchar el énfasis con el que el señor Camilo se había negado, sin comprenderlo. Pero el Mayor Alfonso no es alguien que se amedrente ante unos gritos. Con voz firme, lo encara, decidido a conseguir lo que ha venido a buscar.—Señor, ¿por qué se opone a la boda del señorito Ariel? —pregunta, erguido—. Es una buena persona que ha sido acosado por esa psicópata que usted tiene encerrada, y necesitamos liberarlo de ella.—No me opongo a su boda, me opongo a que sea con esa chica —dice Camilo, ha
Ambas mujeres guardan silencio. La señora Aurora se disculpa por sus dudas y miedos y por sacar esos temas que causaron que la anciana se entristeciera. Pero Gisela le palmea con dulzura una mano, alegando que es la realidad que les tocó vivir. No hay nada por lo que deba disculparse.—Dejemos de hablar de eso; hoy tenemos que apoyar a su nieta, que se merece ser muy feliz —dice la señora Aurora, retomando su carácter vivaz y alegre—. Y le aseguro que haré todo lo que pueda para que lo sea. Venga, vamos para que vea las velas blancas y me diga si son de ese tamaño.Caminan tomadas de las manos, sintiendo la misma mezcla de alegría y tristeza. Han armado, frente a la pequeña capilla de la familia, la mesa vestida de blanco, donde, colocadas en cristalería, tres hermosas y gruesas velas blancas se apoyan: una a cada lado y una muy grande en el centro.—La vela grande he pe