Camelia caminó hasta colocarse frente a su suegro y le agradeció sinceramente lo que estaba tratando de hacer, pero aseguró que no era necesario que llegara a esos extremos por su causa. Su abuela estaba de acuerdo, pensando que era una buena opción, pero Camelia se negó rotundamente.
—No, abuela. Al escuchar lo que son capaces de hacer para que yo me sienta segura en este matrimonio, me han demostrado que no necesito nada más para sentirme feliz, amada, respetada, y sobre todo, sé que me darán mi lugar como esposa —dijo con una gran sonrisa.Ariel la tomó de la mano y le pidió que aceptara la propuesta de su padre. De esa manera, podría ostentar el apellido Rhys con orgullo. Sin embargo, ella estaba renuente; ya había tomado su decisión.—Ariel, mírame, mírame, amor —le pidió con seriedad—. Escucha lo que tengo que decirtMarlon abraza a su madre emocionado, sintiendo la misma frustración que ella por no poder hacer que la boda suceda como debe ser. Pero teme que, por su excitación, le suceda algo.—Lo sé, se lo merece, mamá, lo sé. Lo que no quiero es que te enfermes, solo me preocupo por ti —dice con cariño, sacando su pañuelo para limpiar las lágrimas de su madre.—Estoy muy bien, solo me entristece todo esto. En vez de interrumpirme, ve a asegurarte de que la boda sea como la de un cuento de hadas. Camelia no se merece esto, se merece el cielo y yo se lo voy a dar; la voy a hacer la esposa más respetable de todas. Haré que todo el mundo la respete, se lo merece, hijo, se lo merece —repite de nuevo, y se echa a llorar en los brazos de su hijo mayor.—No llores, mamá. Si es lo que quieres, lo haremos. Vamos, cálmate. Mira lo que hizo Isma, trajo a su ejército de trabajadores, ¿ves? —señala a una gran cantidad de hombres que ya trabajan bajo las indicaciones de los planificadores—. Deja de llorar, ma
Marcia retrocede por instinto, sintiendo que este Marlon no es el que conoce. Se detiene cuando su esposo no suelta su mano y la atrae para besarla en los labios, viendo el gran amor que le profesa. Lo abraza como si quisiera evitar que se transforme en ese otro ser que le acaba de mostrar. Le pide que no le cuente nada de esa otra faceta suya que le acaba de enseñar. Mejor, iban a hacerse cargo de la prensa.—Espera, quiero preguntarte algo —la detiene Marlon—. Le pedí a Ari que, si es verdad que tiene un hijo con ella, nos lo dé a nosotros. ¿Qué opinas?—¿Tienes que preguntar? —responde Marcia enseguida, con una gran sonrisa y esperanza—. Sabes que quiero ser madre; el niño no tiene la culpa de las locuras de Mailen. Claro que sí lo quiero, lo criaré como si fuera mío, nunca le dejaremos saber de dónde salió. ¡Oh, querido, gracias, gracias!<
Mientras en el despacho, la señora Gisela le alarga unos papeles al señor Rhys, que los abre y se pone a leerlos detenidamente. Al terminar, le dice que no es necesario que haga eso.—Deseo, primero que todo, agradecerle eso que propuso hacer —inicia la anciana con firmeza—. Me demuestra que dejaré a mi Camelia en buenas manos cuando ya no esté. Quiero que ayude a esos chicos a ser felices. Y que, aunque esa muchacha no se lo merece, se asegure de que lleve una vida recta. No sé cuándo Marilyn saldrá de la cárcel, pero es mi nieta también.—Marilyn tiene fuertes cargos en su contra, señora Gisela. Los habitantes del pueblo la han acusado de muchas cosas ahora —le recuerda el señor Rhys.—Lo sé, y debe pagar por lo que hizo. No le estoy pidiendo que la saque de la cárcel. Solo que, de vez en cuando, vean cómo le va, sol
En el despacho de la finca del senador Camilo Hidalgo, se ha hecho un silencio pesado después de su reacción. Mira a los hombres de Ismael y repite:—¡Pueden retirarse! Ya les dije que si es para eso que la quieren, pueden marcharse; no se las daré nunca. —Y se deja caer en su silla, resoplando.Los hombres de Ismael Rhys se miran entre ellos al escuchar el énfasis con el que el señor Camilo se había negado, sin comprenderlo. Pero el Mayor Alfonso no es alguien que se amedrente ante unos gritos. Con voz firme, lo encara, decidido a conseguir lo que ha venido a buscar.—Señor, ¿por qué se opone a la boda del señorito Ariel? —pregunta, erguido—. Es una buena persona que ha sido acosado por esa psicópata que usted tiene encerrada, y necesitamos liberarlo de ella.—No me opongo a su boda, me opongo a que sea con esa chica —dice Camilo, ha
Ambas mujeres guardan silencio. La señora Aurora se disculpa por sus dudas y miedos y por sacar esos temas que causaron que la anciana se entristeciera. Pero Gisela le palmea con dulzura una mano, alegando que es la realidad que les tocó vivir. No hay nada por lo que deba disculparse.—Dejemos de hablar de eso; hoy tenemos que apoyar a su nieta, que se merece ser muy feliz —dice la señora Aurora, retomando su carácter vivaz y alegre—. Y le aseguro que haré todo lo que pueda para que lo sea. Venga, vamos para que vea las velas blancas y me diga si son de ese tamaño.Caminan tomadas de las manos, sintiendo la misma mezcla de alegría y tristeza. Han armado, frente a la pequeña capilla de la familia, la mesa vestida de blanco, donde, colocadas en cristalería, tres hermosas y gruesas velas blancas se apoyan: una a cada lado y una muy grande en el centro.—La vela grande he pe
Al mismo tiempo, en la finca del senador Camilo Hidalgo, su hija Clavel y su esposa Lirio vienen a ver de qué se trata al escuchar los gritos que él da en su despacho.—¿Qué pasa, papá? —pregunta Clavel.—Nada, Clavel, ahora no puedo responderte porque no sé nada —responde frustrado Camilo.—¿Y entonces por qué esos gritos? ¿Qué querían esos hombres? —pregunta a su vez su esposa Lirio.—No puedo decirles nada porque no sé nada —repite, poniéndose de pie furioso—. Ahora me tengo que ir; tengo que averiguar e ir a impedir que se cometa algo que, si es verdad lo que me imagino, no debe suceder.—Papá, hablas de una manera que no se te entiende. ¿Por qué no nos dices claro qué es lo que te ha puesto así? —pregunta Clavel, con el ceño fruncido.—¡He d
En la mansión de los Rhys, han llamado a los novios porque se acerca la hora de la ceremonia. Con cariño, los ayudan a terminar de arreglarse. Ellos han permanecido juntos. Unos suaves toques en la puerta de la habitación hacen que se giren. Al abrirse, Ariel Rhys padre entra despacio.—¿Papá? ¿Dónde están mis hermanos? —pregunta Ariel, que ha tratado de contactar con ellos y ninguno responde a sus llamadas.—Hijo, no sé a dónde fueron en el helicóptero junto a Oliver; por eso estoy aquí —responde el señor Rhys, vestido impecablemente. Luego se gira hacia su nuera con una sonrisa—. Camelia, me gustaría acompañarte al altar. ¿Me lo permites?—Oh, señor, digo, mi suegro. Muchas gracias, sería un honor, pero… —se detiene al ver la expresión de desaliento en su suegro y busca a Ariel con la mi
Los corazones de Ariel y Camelia laten acelerados por la interrupción y la expresión de terror en el rostro de Nadia, que se detiene un momento para tomar aire mientras saca algunas cosas de un pequeño bolso.—¡Lía…, olvidamos la liga! Dale, y deja que te la ponga. Esto es prestado. Esa fue la mía, toma, tienes que tener algo viejo, y nuevo tienes muchas cosas —habla Nadia precipitadamente ante la confundida Camelia, que no entiende nada.—¿Qué cosas dices, Nadia? —pregunta, mirando a Ariel, que levanta los hombros y niega con la cabeza, aliviado de que no sea nada malo.—¡Chica, es la tradición de la boda! —contesta Nadia, que ya le sube el vestido, pidiéndole a Ariel que la ayude—. Tienes que tener algo nuevo, algo azul. Oh, toma, te lo manda tu abuela, ese pulso azul. Algo prestado, ya te lo puse, es la liga, y algo viejo, dice la abuela que s