En el despacho de la finca del senador Camilo Hidalgo, se ha hecho un silencio pesado después de su reacción. Mira a los hombres de Ismael y repite:—¡Pueden retirarse! Ya les dije que si es para eso que la quieren, pueden marcharse; no se las daré nunca. —Y se deja caer en su silla, resoplando.Los hombres de Ismael Rhys se miran entre ellos al escuchar el énfasis con el que el señor Camilo se había negado, sin comprenderlo. Pero el Mayor Alfonso no es alguien que se amedrente ante unos gritos. Con voz firme, lo encara, decidido a conseguir lo que ha venido a buscar.—Señor, ¿por qué se opone a la boda del señorito Ariel? —pregunta, erguido—. Es una buena persona que ha sido acosado por esa psicópata que usted tiene encerrada, y necesitamos liberarlo de ella.—No me opongo a su boda, me opongo a que sea con esa chica —dice Camilo, ha
Ambas mujeres guardan silencio. La señora Aurora se disculpa por sus dudas y miedos y por sacar esos temas que causaron que la anciana se entristeciera. Pero Gisela le palmea con dulzura una mano, alegando que es la realidad que les tocó vivir. No hay nada por lo que deba disculparse.—Dejemos de hablar de eso; hoy tenemos que apoyar a su nieta, que se merece ser muy feliz —dice la señora Aurora, retomando su carácter vivaz y alegre—. Y le aseguro que haré todo lo que pueda para que lo sea. Venga, vamos para que vea las velas blancas y me diga si son de ese tamaño.Caminan tomadas de las manos, sintiendo la misma mezcla de alegría y tristeza. Han armado, frente a la pequeña capilla de la familia, la mesa vestida de blanco, donde, colocadas en cristalería, tres hermosas y gruesas velas blancas se apoyan: una a cada lado y una muy grande en el centro.—La vela grande he pe
Al mismo tiempo, en la finca del senador Camilo Hidalgo, su hija Clavel y su esposa Lirio vienen a ver de qué se trata al escuchar los gritos que él da en su despacho.—¿Qué pasa, papá? —pregunta Clavel.—Nada, Clavel, ahora no puedo responderte porque no sé nada —responde frustrado Camilo.—¿Y entonces por qué esos gritos? ¿Qué querían esos hombres? —pregunta a su vez su esposa Lirio.—No puedo decirles nada porque no sé nada —repite, poniéndose de pie furioso—. Ahora me tengo que ir; tengo que averiguar e ir a impedir que se cometa algo que, si es verdad lo que me imagino, no debe suceder.—Papá, hablas de una manera que no se te entiende. ¿Por qué no nos dices claro qué es lo que te ha puesto así? —pregunta Clavel, con el ceño fruncido.—¡He d
En la mansión de los Rhys, han llamado a los novios porque se acerca la hora de la ceremonia. Con cariño, los ayudan a terminar de arreglarse. Ellos han permanecido juntos. Unos suaves toques en la puerta de la habitación hacen que se giren. Al abrirse, Ariel Rhys padre entra despacio.—¿Papá? ¿Dónde están mis hermanos? —pregunta Ariel, que ha tratado de contactar con ellos y ninguno responde a sus llamadas.—Hijo, no sé a dónde fueron en el helicóptero junto a Oliver; por eso estoy aquí —responde el señor Rhys, vestido impecablemente. Luego se gira hacia su nuera con una sonrisa—. Camelia, me gustaría acompañarte al altar. ¿Me lo permites?—Oh, señor, digo, mi suegro. Muchas gracias, sería un honor, pero… —se detiene al ver la expresión de desaliento en su suegro y busca a Ariel con la mi
Los corazones de Ariel y Camelia laten acelerados por la interrupción y la expresión de terror en el rostro de Nadia, que se detiene un momento para tomar aire mientras saca algunas cosas de un pequeño bolso.—¡Lía…, olvidamos la liga! Dale, y deja que te la ponga. Esto es prestado. Esa fue la mía, toma, tienes que tener algo viejo, y nuevo tienes muchas cosas —habla Nadia precipitadamente ante la confundida Camelia, que no entiende nada.—¿Qué cosas dices, Nadia? —pregunta, mirando a Ariel, que levanta los hombros y niega con la cabeza, aliviado de que no sea nada malo.—¡Chica, es la tradición de la boda! —contesta Nadia, que ya le sube el vestido, pidiéndole a Ariel que la ayude—. Tienes que tener algo nuevo, algo azul. Oh, toma, te lo manda tu abuela, ese pulso azul. Algo prestado, ya te lo puse, es la liga, y algo viejo, dice la abuela que s
El público lo acompañó en su risa. La mayoría de ellos eran socios de negocios de la familia Rhys y conocían muy bien a qué se refería. El señor Rhys tenía fama de tener un buen ojo para detectar cuándo debía invertir o adueñarse de un negocio que los demás consideraban en desgracia, pero que él decía que era una oportunidad. Cualidad que habían heredado sus tres hijos.—Cuando me lo dijo, no pude perder esa oportunidad, más si es con esta hermosa joven, Camelia. Por ello, en cuanto dijo que se casaría si era con ella, organicé todo y aquí estamos. Vuelvo a pedirles disculpas por la invitación tardía. —El público ríe, mientras se escucha el helicóptero aterrizar—. Bueno, creo que la espera terminó. Pueden seguir, chicos —dice dirigiéndose a Camelia y Ariel, que r&iacut
Camelia se detiene antes de continuar, gira la cabeza para mirar a su abuela limpiando sus lágrimas emocionada, quien le sonríe y asiente con la cabeza. Vuelve a mirar a Ariel sonriente y continúa.—En mi opinión, todo lo que te he prometido hasta ahora es amor… Ariel…, mi favor inaudito…, mi favor diferente…, mi favor complicado…, mi favor loco…, mi favor impagable…, ja, ja, ja… —ríe al ver la expresión de sorpresa de Ariel, y un poco impaciente, le susurra:—Todavía no lo dices, amor.—Ariel Rhys, prometo que pagaré cada uno de esos favores por el resto de mi vida, porque, amor, hoy te concederé el último favor que me pediste… Ariel Rhys, te acepto como mi legítimo esposo a partir de hoy y, para toda la vida, seré Camelia D’ Rhys ante los ojos de Dios y de los hombres.—¡Por
El hombrecillo, al escuchar a Ariel, se ajusta de nuevo los gruesos espejuelos para enfocar su mirada, visiblemente confundido por la pregunta que le han hecho. Luego se incorpora y, con voz clara, se presenta.—Soy el Licenciado Carrillo, el notario encargado de casarlos. Disculpen la tardanza, me enredé, pero ya estoy aquí, ya estoy aquí —contesta con amabilidad, sin dejar de acomodar sus cosas en la mesa. —Continuemos con la ceremonia.—¿Casarnos? ¿Señor, nadie le informó que…? —pregunta Ariel, observando a todos confundido. Pero el notario lo interrumpe nervioso.—Sí, sí, me explicaron todo. Continuemos con la ceremonia —afirma seriamente, haciendo que Ariel mire a sus hermanos, que giran la cabeza como si buscaran a alguien, y luego levantan los hombros, indicando que no saben quién es.—¿Papá…? —lo llama, pe