Ella es lo único que tengo.

—¡Montserrat! —grita Patricio, desesperado luego de abrir sus ojos y darse cuenta de que ella no está a su lado. Fueron microsegundos en que el cansancio lo venció, se levanta apresuradamente, saliendo de la cueva y comienza a llamarla—. ¡Montse! —No se perdonará si algo le ha pasado, era su responsabilidad, se recrimina—. ¡Montserrat! —vuelve a gritar a todo pulmón, sintiendo que el alma se le escapa mientras los peores pensamientos inundan su mente.

—¡Estoy aquí! —escucha la voz de su amada, lo que tranquiliza su inmensa angustia. Sin perder un segundo, corre en su dirección. Al fin logra verla. Definitivamente, es su diosa del olimpo, está bajo una hermosa cascada que realza más su belleza.

Con el corazón desbordado de alivio y amor llega hasta donde está envolviéndola fuertemente en sus brazos. La levanta con sutileza y devorar sus labios. Ella, sin vacilar, enreda sus piernas alrededor de su cintura y sus manos alrededor de su cuello. Respondiendo aquel apasionado y desenfrenado
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