Al día siguiente van al banco, donde solo le permiten el ingreso a la zona privada a Patricio. Al abrir el casillero, examina los documentos, pero las fotos que encuentra confirman lo que decía el crucigrama del libro, en especial aquello que aún no sabe cómo revelar. Belisario Reimann estuvo detrás del secuestro de Carlo y de su esposa hace años, incluso el malnacido fue quien llevó a Suzana al suicidio. Allí se encuentra en el diario de Arnold las atrocidades que el maldito le hizo a la pobre mujer, por esa razón las terapias y los psiquiatras no sirvieron. No fue delincuencia común. Carlo Walton era la piedra en el zapato del tío de Patricio, era la persona encargada de manejar las finanzas de los Reimann. Asesinarlo hubiese sido una tarea sencilla, pero eso le quitaría el placer a Belisario de verlo sufrir y pedir clemencia. Sin duda, es un psicópata que se deleita con el sufrimiento reflejado en los ojos de sus víctimas. Se infiltró en la casa de Susan, haciéndose pasar
—¡Prepárasen, iremos de cacería! —grita Carlo al recibir el mensaje de su equipo de sistemas con la ubicación de Belisario Reimann—. Hoy me cobraré una a una las humillaciones, el dolor y las lágrimas de mi esposa. Deberías quedarte —añade, mirando a su yerno, con remordimiento por los golpes que le propinó. Ese joven es muy noble, asume culpas de otros que ni siquiera conoce y no se atrevió a levantarle mano. —No me quedaré alejado, ese miserable asesinó a mi familia. Merezco estar presente —pronuncia Patricio con firmeza. Limpiándose la sangre de la nariz rota tras los golpes de su suegro. Luego se alista rápidamente junto a los hombres de Carlo, vistiéndose de negro con prendas de combate y llevando varias armas. En su mente solo hay una idea: matar al desgraciado que acabó con la vida de sus padres. —Tiene razón, así que no se preocupen, cuidaré su trasero —manifiesta el Uruguayo mientras le susurra—. Me la debes y pronto te la cobraré —haciendo que el Alemán sonría de medio la
Belisario se encuentra a centímetros de Patricio, cree que lo tiene en su poder, pero Patricio sonríe de manera socarrona, era la señal que estaba esperando el Uruguayo. El Alemán toma el arma que tiene en su tobillo y le dispara en las piernas a uno de sus cómplices mientras le da un fuerte cabezazo al psicópata de su tío, quien ha sido sorprendido por la acción tan rápida. El Pequeño Juan, con movimientos fuertes y ligeros, se quita de encima a los hombres que le estaban apuntando. —Ya estaba a punto de decepcionarme de ti —manifiesta Peter, señalándolo con un dedo—. Me imaginaba lanzándote al río rojo para ver si las pirañas me hacían el favor de darte una lección, dice en tono burlesco. Patricio ríe con una sonrisa socarrona y da un paso adelante, desafiando al Francés con la mirada. Es algo que le ayuda a ocultar el dolor que lleva dentro. —Y dejar de imaginar tu cara de angustia pensando que me perderías —responde Patricio sonriéndole—. Sé que me amas, aunque lo quieras n
—¡ja, ja, ja! Sabes, sobrino, me enamoré de tu madre la primera vez que la vi, junto al perro de tu padre. Ella era una mujer de luz, bella y con una sonrisa única. Pero se fijó en el hombre equivocado… Le ofrecí colocar el mundo a sus pies y la muy idiota me despreció argumentando que amaba a mi hermano… Su rechazo hizo que creciera en mí una gran obsesión —calla, buscando las palabras precisas para lastimarlo más—. Rebeca era una zorra que se vendió al mejor postor, una mujer ambiciosa que solo buscaba la fortuna y el status… Carlo niega con su cabeza, su amiga jamás se fijaría en alguien como él. Era la mujer más desinteresada que conocía. —Eres un maldito mentiroso, eso no es verdad, ¡profanas el nombre de una santa! —Grita Carlo, no permitirá que mancille el honor de su hermana del alma. —¡No me digas que también caites en sus encantos! —Ríe maliciosamente Belisario, sintiendo cómo los rostros de Patricio y Carlo se descomponen. —Mi madre era una dama, así que lo que salga d
—Gracias, cuida de Montse —dice EL ESCRITOR. Saliendo apresuradamente y con el alma desecha. Le pide al conductor de la camioneta que lo acerque al centro de la ciudad. Necesita con urgencia alejarse, son tantos los recuerdos que vienen a su mente: el amor incondicional de sus progenitores, los abrazos de su madre, las palabras de aliento de su padre. El día en que los dejó en el mausoleo de la familia, creyendo que allí yacían sus cuerpos. Sin darse cuenta, su rostro está humedecido por el torrente incontrolable de lágrimas que sus ojos brotan. Al estar en el centro de Berlín, baja del automóvil y comienza a caminar sin rumbo fijo; no logra sacar de su mente las palabras de Belisario. No puede dejar de pensar en el sufrimiento de sus padres. En lo dolorosos y humillantes que debieron ser los últimos días de sus vidas. «Si él hubiese sido un hombre más arriesgado, no un pedazo de m****a lleno de inseguridades, sus padres estarían con vida.» Se dice para sí mismo. Los reproches de s
—¡Patricio Reimann! —El solo hecho de que Montserrat lo llame por su nombre completo lo hace estremecerse. Sin embargo, prometió respetar la decisión que ella tome y solamente súplica en su interior que le permita ser parte de la vida de su hijo.—¡¿Dime?!—Son las únicas dos sílabas que logra de emitir. La mira con sus ojos llorosos y la tristeza en el alma. Hubiese querido evitarle tanto dolor, pero no quiere sostener una relación a base de mentiras.—¿Me amas? —pregunta Montse, mirándolo directamente a los ojos. Su voz es firme, aunque su corazón late temeroso. Solo necesita esa respuesta que definirá su decisión.—Te amo con el alma, eres mi luz y mi oscuridad —pronuncia, mostrando en sus ojos el amor que siente por ella. Se aproxima dando un paso y seca con pequeños besos sus mejillas humedecidas por las lágrimas—. Perdóname por hacerte llorar —susurra contra sus labios—. Sí, me das la oportunidad de estar a tu lado. Prometo protegerte con mi vida y nunca fallarte. —Te amo, Pat
La relación entre Montserrat y Patricio cada día está más fortalecida, el tiempo para la pasión y el amor siempre aparece. La oficina, la ducha, la cocina, la biblioteca, el jardín… Realmente cada lugar de su hogar ha sido testigo de su fogosidad. El pequeño Frederick Reimann Walton, está por venir al mundo. En la clínica, en la sala de partos, está una madre primeriza, experimentando el dolor de las fuertes contracciones. A pesar de ello, su ansiedad y anhelos profundos de tener en sus brazos a su pequeño, el fruto de su amor, la hacen resistir. La compañía del padre de su hijo le brinda la fuerza suficiente para soportar los dolorosos espasmos que amenazan con quebrar su voluntad.Patricio sostiene la mano de Montserrat, esa mujer que una vez más le demuestra lo valiente que es. En su rostro hay una tierna sonrisa que por segundos se interrumpe por la llegada de una nueva contracción, avisando que cada momento está más cerca el nacimiento de su primogénito.—Vamos, mamita, la dil
—¡Ay! ¡Ay! No te detengas —le grita Montse a su esposo con la respiración entrecortada mientras siente cómo las sensaciones se apoderan de su cuerpo. En esos fugaces encuentros, donde lo único que necesitan es un poco de privacidad, se entregan sin reservas, dejando que el deseo tome el control y sus almas se fundan en medio del desenfreno de la pasión.—Montserrat —llama Sarah a su puerta, pero no hay respuesta. Gira sobre sus tacones y se dirige al escritorio de la secretaria, Astrid—. ¿El señor Reimann está aquí? —La mujer sonrojada y con incomodidad, asiente, imaginándose la batalla candente que sus jefes deben tener. Hace unos meses insonorizaron la oficina, ya que los gritos de sus encuentros se escuchaban en todo el piso. —Creo que pronto veremos a otro, Reimann Walton —murmura Sarah, alejándose de la puerta. Le envía un mensaje a Montse."Me adelantaré para almorzar con mi esposo y luego iré al castillo para ultimar los detalles de la decoración de la boda. Puedes seguir cop