Salomé y Conrado no podían creer lo que veían, sus hijas llorando y Ninibeth completamente fuera de sí, a causa de las tremenduras de las pequeñas. La niñera intentó intervenir, pero Ninibeth estaba demasiado furiosa para escuchar a alguien más que hasta terminó empujándola. —¡Apártate de mi camino
Salomé iba de nuevo a debatir a la mujer, pero un gesto en el rostro de Conrado la hizo detenerse. —No sigas nada Salomé… —comenzó a decir Conrado y Ninibeth la miró en tono triunfal, sin embargo, su sorpresa fue mayúscula cuando escuchó las siguientes palabras—, no vale la pena gastar pólvora en z
Conrado se pasó la mano por la cabeza con frustración, no le gustaba perder el control de lo que ocurría a su alrededor y eso le estaba pasando en ese momento, aunque lo hizo con una intención muy clara para él. Pero le molestaba que fuera precisamente Imelda, la madre de su difunta esposa, quien
Lágrimas de frustración comenzaron a salir de sus ojos, sabía que eso era obra de Ninibeth y la bruja de su madre, de eso no tenía dudas, pero ella no estaba dispuesta a dejarse derrotar por esas arpías. En ese momento unos golpes en la puerta la hicieron salir de sus pensamientos, dio la voz para
El cuerpo de Conrado se tensó, porque sabía que Cristal era demasiado entrometida e iba a terminar acercándose. —Cristal, esto no es asunto tuyo, por favor retírate —respondió Conrado con voz firme sin voltear a ver a su hermana. Sin embargo, Cristal se dejó llevar por la curiosidad, ignoró el amb
—Imelda, lamento que tengas esa percepción equivocada de mí. Estoy aquí porque amo a Conrado y quiero formar parte de su vida y la de su familia. No estoy buscando aprobación ni aceptación de nadie más. Lo único que me importa es ser feliz con las personas que amo —respondió Salomé, manteniendo la c
—¡¿Joaquín?! ¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida y confundida. Joaquín la miró con intensidad, sus ojos revelaban una mezcla de emociones. Salomé pudo ver la tristeza, el arrepentimiento y una chispa de esperanza en su mirada. Se acercó con paso lento, y luego se arrodilló frente a ella, sost
Justo en el momento en que Conrado se marchó, Salomé se separó del beso y miró a Joaquín, sorprendida por su osadía. Con el corazón latiendo a mil por hora de la indignación, lo empujó con tanta fuerza apartándolo de ella que este terminó tambaleándose, luego extendió su mano y lo abofeteó. —¡No me