CUARENTA Y UNO

...

William contempló su reloj de pulsera y constató que faltaban veinte minutos para las dos. Los nervios comenzaron a apoderarse de él al comprender que volvería a estar a solas con May Lehner. Una parte de su mente, le decía que le hiciese el examen en el aula, pero la otra, siempre la más fuerte, deseaba un momento a solas con la muchacha.

Sacó el frasco de pastillas del cajón y se tomó una, solo por si acaso, pero lo cierto era que no tenía dolor de cabeza desde hace un par de días. May, cuando no estaba gritando y soltando imprudencias, era casi como un bálsamo reparador para él. La sensación de sus labios seguía presente en su memoria y cada vez que volvía sobre el recuerdo, se sentía aún

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