SETENTA Y TRES

...

Paul Ender no era de los que sintiera remordimientos. Había nacido así, lo suponía, porque no tenía recuerdos de su infancia temprana y los que sí tenía apuntaban a una no muy buena. Había matado animales solo por placer. Pájaros, conejos, enormes ratas escondidas en el sótano de su casa. No estaba seguro de qué era lo que lo llevaba a hacerlo, pero sabía muy bien que no era normal. Así que, sabía también que no estaba loco, porque un loco no razonaría lo que hacía y determinaría que no estaba bien. Un loco se dejaría llevar por sus impulsos anormales sin cuestionárselos. Él estaba bien de la cabeza, solo que era diferente a los demás y no le importaba si estaba bien o mal.

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