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Paul Ender no era de los que sintiera remordimientos. Había nacido así, lo suponía, porque no tenía recuerdos de su infancia temprana y los que sí tenía apuntaban a una no muy buena. Había matado animales solo por placer. Pájaros, conejos, enormes ratas escondidas en el sótano de su casa. No estaba seguro de qué era lo que lo llevaba a hacerlo, pero sabía muy bien que no era normal. Así que, sabía también que no estaba loco, porque un loco no razonaría lo que hacía y determinaría que no estaba bien. Un loco se dejaría llevar por sus impulsos anormales sin cuestionárselos. Él estaba bien de la cabeza, solo que era diferente a los demás y no le importaba si estaba bien o mal.
...William no pudo eludir más tiempo el llamado a declarar por la muerte de Aaron. La fiscalía de Matanza se consiguió una orden del juez y se presentó ante su apartamento cuando eran las diez de la mañana del día sábado.Que oportunos, ¿no?Recibió la orden, con el apercibimiento legal destacado en negrita, y cerró la puerta emitiendo un largo suspiro. Contempló un momento el papel y luego lo dejó sobre la mesa de la cocina.Del refrigerador, sacó leche, huevos y fruta. Puso el hervidor y comenzó el proceso de preparar un desayuno que esperaba no terminara en desastre. Nunca había preparado huevos revueltos, pero
...William no había pensado en la esposa de Aaron, ni en sus colegas de la oficina ni en absolutamente nadie además de él mismo cuando llegó a fiscalía de Matanza y se enteró de que ellos también habían declarado.Entonces, se le cerró la garganta y durante unos segundos no supo que decir. Se sentía como un estúpido. Era evidente que habían sido citados a declarar. Todo aquel que tuviera algún vínculo con Aaron había sido citado a declarar. Sin embargo, a él le había preocupado su propia declaración y, ahora que también lo sabía, la de May.Que idiota podía ser el ser humano cuando estaba asustado.
...Los días transcurrieron y la prensa fue quitándole importancia a la muerte de Aaron Fitzmore. Después de mencionar que la fiscalía de Matanza había fijado un plazo de noventa días de investigación, aun sin sospechosos y formalizados, pasaron a otra noticia y, con las semanas, el asunto quedó casi en el olvido para el común de la gente.Menos, por supuesto, para los implicados. Benjamin Horvatt llevó a cabo un trabajo de joyería del mismo modo que había logrado hacer crecer la empresa de Enric Wester. Fue como volver hacia atrás en cada una de las acciones que había ejecutado con fiscales, inspectores, jueces y trabajadores o familiares de las industrias de D&M. Tuvo que recordarles lo que habían hecho,
...William Horvatt renunció a todos los clientes que tenía y sacó todas sus pertenecías de la oficina que tenía en el estudio de su padre una mañana de sábado. Una vez hubo cerrado la puerta, se encargó se quitar su nombre, grabado con letras doradas, sobresalientes y presuntuosas. Le llevó un poco más de tiempo, pero fue un alivio cuando la puerta quedó limpia. Esa ya no era su oficina ni lo sería nunca más.También se deshizo de su lujoso apartamento. Siempre supo que no necesitaba vivir en un lugar tan grande y que ostentar no era, al fin de cuentas, parte de su estilo. Por eso, vendió su coche, se compró algo más pequeño y rústico y cuando la venta de su apartamento se hizo efectivo,
May Lehner no creía en el amor a primera vista, pero estaba segura de que el odio a primera vista sí existía y había atacado a su profesor de derecho común con un fulminante flechazo.Apenas sus miradas se cruzaron, él frunció el ceño, se volvió en dirección al pizarrón y comenzó a escribir su nombre completo y una lista de cuestiones que no iba a tolerar.Mientras ella buscaba un asiento libre—ocasionando un poco de desorden en el intertanto—dirigió una mirada prudente a la pizarra, solo para comprobar que el profesor, de nombre William E. Horvatt, había añadido al final de su dichosa lista, un mensaje hostil dirigido especialmente hacia ella.Con letra imprenta y a punta de mayúsculas, se leía lo siguiente:LA PUNTUALIDAD ES LA CLAVE.SI LLEGAS TARDE A UNA ENTREVISTA DE TRABAJO, PUEDES ESTAR SEGURO DE QUE
...May arrastró su mochila por el pasillo en dirección a las escaleras. En los jardines, Evie y Carol conversaban animadamente y no parecían haber tenido una mala experiencia con sus profesores de derecho común.Al parecer ella era la única en toda la facultad que había logrado la desafortunada hazaña de ganarse el odio de un profesor en la primera clase. Encima, derecho común era una de las asignaturas más importantes de la carrera.¿Cómo se suponía que siguiera en esa escuela si no aprobaba esa condenada asignatura?Carol fue la primera en percatarse de que algo no andaba bien cuando May se dejó caer como peso muerto junto a ellas.Con una lúgubre expresión, May comenzó a explicarles lo que había ocurrido. Desde el desagradable mensaje en el pizarrón hasta las mal intencionadas preguntas que el profesor l
May arribó esa tarde a su pequeño apartamento con la sensación de que llevaba siglos estudiando. Las clases habían comenzado hacía menos de una semana, pero ella, en un mal asesoramiento curricular, había inscrito las asignaturas respectivas del semestre con los profesores más exigentes de la escuela. Como consecuencia de ello, llevaba el doble de trabajo que los compañeros que habían optado por otros profesores y las clases a menudo terminaban media hora más tarde que las del resto. Por supuesto, entre las funestas opciones de maestros, la magnánima persona de William Horvatt destacaba como si se tratase de un foco de luz incandescente.Prescindiendo de ir a su habitación, dejó caer su mochila en medio del living y se dirigió hasta la cocina para prepararse algo de comer. Eran cerca de las siete de la tarde y ella no había podido almorzar nada gracias a uno de sus tantos
William Horvatt generaba en los estudiantes una mezcla de pavor y fascinación. Cuando ingresó al salón, el silencio fue automático y las miradas lo siguieron hasta que se ubicó junto al escritorio.May, que había llegado sumamente puntual solo para no encontrarse con él en los ascensores, también sucumbió a la fascinación colectiva y lo observó mientras dejaba su maletín sobre la silla y se recargaba luego sobre la mesa del escritorio.En cuanto saludó a su público, recibió una automática y uniforme respuesta. Nadie allí se atrevía a ignorarlo, mucho menos a apartar la mirada de su imponente y cautivadora humanidad.Ni siquiera May, victima constante de los arrebatos de superioridad de William Horvatt, evadió sus ojos negros cuando él reparó en ella y la ya famosa arruguita de disconformidad se replegó en su fr