Mariana subió lentamente las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso la acercaba a una verdad que había postergado durante días, y aunque sabía que Nicolás merecía escucharla, el miedo a su reacción la carcomía por dentro. Apretó con fuerza la manija de la puerta y entró en la habitación de su hijo.—Mi pedacito de cielo... ¿dónde estás? —preguntó Mariana, con su voz temblorosa y con un dejo de nerviosismo mientras escaneaba con la mirada cada rincón del cuarto.—Aquí, mami —respondió Nicolás, saliendo del baño con una sonrisa inocente que, por unos segundos, calmó el torbellino de emociones que agitaba el alma de Mariana.—Nicolás, ven, siéntate a mi lado —dijo ella, sentándose en el borde de la cama mientras palmeaba el colchón suavemente, indicándole con dulzura que se acercara.Nicolás obedeció con rapidez. Se acomodó junto a ella, con sus ojitos brillantes de emoción, y su pequeño cuerpo vibrando con la curiosidad de un niño que, aunque aún no comprendía del todo
¡Maldita sea! —susurró Andrés, saliendo de la habitación con el corazón golpeando fuerte en el pecho. No era rabia, era desesperación. Una mezcla venenosa de frustración, confusión y dolor.Se pasó las manos por el rostro, intentando encontrar algo de calma, pero solo encontró un nudo en la garganta que se negaba a deshacerse y abandonarlo.Al entrar al comedor, ahí estaban Nicolás, Zoe y Alessia, desayunando como si nada pasara, como si la vida no estuviera hecha pedazos en el interior de él. Todos reían, compartían miradas cómplices, disfrutaban de la mañana. A él le pareció una burla ridícula del destino o de la vida.—Buenos días —dijo, arrastrando la voz mientras se sentaba, forzando una sonrisa que no le llegaba a los ojos.—¡Papi! Buenos días —respondió Nicolás con una sonrisa brillante, terminando su jugo de naranja. Se levantó enseguida para ir a cepillarse los dientes.Andrés lo siguió con la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Nicolás era su hijo, su vida. Pero ni si
Mariana llegó a la empresa con el rostro serio, la espalda adolorida y el corazón aún más pesado que su cuerpo. El frío de la mañana no ayudaba, pero lo que más la lastimaba era la tristeza que arrastraba desde la noche anterior. A pesar del dolor, caminó con la cabeza en alto. No iba a dejar que nadie notara cuánto le dolía su situación con Andrés.—Buenos días, amiga —saludó Sofía con una sonrisa cálida, tendiendo un café humeante.Mariana suspiró, aliviada al ver aquel gesto amable. Tomó el vaso de cartón entre sus manos heladas y le dio un sorbo mientras sentía cómo el calor le acariciaba los labios.—No amanecí muy bien... Me duele la espalda porque me tocó dormir en el suelo —murmuró con una mezcla de frustración y resignación.Sofía la miró con el ceño fruncido, indignada por lo que escuchó.—¿Por qué, Mariana? ¿Qué demonios pasó?Mariana apretó el vaso entre las manos. Sus labios temblaron por un instante antes de hablar.—¡Maldito arrogante! Eso es lo que es Andrés —soltó co
La tensión entre Mariana y Andrés era un monstruo silencioso que crecía día tras día, invadiendo cada rincón de su casa, en la oficina . No había gritos frente a Nicolás, no habían discusiones abiertas en el comedor o en la sala, pero las miradas frías, las respuestas cortantes y el dolor contenido se desbordaban cada noche en su habitación, donde ni siquiera compartían la cama.Y fue en una de esas noches, bajo la tenue luz de la lámpara de la oficina, que Mariana se lo dijo, sin mirarlo ni siquiera a los ojos:—No quiero que nadie sepa en la empresa que somos esposos de papel —murmuró, con su voz tan baja como el temblor de su corazón.Andrés ni siquiera respondió. Solo asintió con un movimiento casi imperceptible de su cabeza. Y ese silencio fue un cuchillo más entre ellos.Esa tarde, mientras Nicolás hacía su tarea en la sala, Mariana decidió que, al menos por esa noche, intentaría que todo pareciera normal.Pensó en algo especial, algo que su pequeño adoraba y que también sabía
—Mariana, te estaba buscando… Te estuve llamando, ¿por qué no me contestabas? —la voz de Andrés sonaba quebrada, cargada de ansiedad, como si temiera la respuesta que estaba por recibir.Mariana levantó la mirada de su celular, sorprendida al verlo allí, frente a ella, con esos ojos oscuros llenos de ternura que tanto había amado. Cerró los ojos por un instante, preparándose para lo inevitable. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso.—Estaba trabajando, Andrés —respondió Mariana con frialdad, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Sabes que quiero terminar esta relación.Andrés retrocedió un paso, como si sus palabras fueran un golpe invisible que lo había derribado.—¿Terminar? —susurró, con un hilo de voz—. Mariana… ¿Por qué? Pensé que éramos felices, que íbamos a casarnos…Ella apretó los puños. Cada palabra de Andrés era una puñalada en su corazón. No quería hacerlo sufrir, pero no tenía elección. No después de la conversación que tuvo con la m
Tres días antes El silencio en la habitación del hospital era abrumador. Las máquinas emitían un pitido constante, marcando el tiempo que su madre llevaba sumida en aquel sueño profundo del que parecía no despertar. Mariana acarició suavemente la mano de su madre, con la esperanza de sentir alguna señal de respuesta, pero todo seguía igual. Suspiró y esbozó una leve sonrisa, tratando de llenarse de fuerzas. —Mamá, necesito que despiertes. Solo vine a decirte que Andrés me pidió matrimonio y acepté casarme con él —susurró con una sonrisa cálida—. Además, esta mañana me enteré de que estoy embarazada y eso me hace muy feliz. Una lágrima rodó por su mejilla. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. La idea de convertirse en madre era un torbellino de emociones, pero saber que Andrés estaría a su lado le daba seguridad. Él la amaba, estaba segura de eso. La había apoyado en los momentos más difíciles y ahora estaban a punto de empezar una nueva etapa juntos. De repente, un gri
CINCO AÑOS DESPUESEl sonido de sus zapatos resonó en el suelo del aeropuerto con firmeza, cada paso reflejaba su determinación. Andrés Londoño no era el mismo hombre que partió hace años con el corazón destrozado y los sueños hechos añicos. Había cambiado. El dulce soñador que una vez creyó en el amor había muerto, dejando en su lugar a un hombre frío, implacable, que solo buscaba venganza.Su traje negro impecable y su porte imponente hacían que más de una persona girara la cabeza para verlo. Pero Andrés no prestaba atención a nada ni a nadie. Solo tenía una meta: Mariana.Apenas cruzó las puertas de la salida, un hombre de contextura media y expresión seria lo estaba, esperando. Maicol Beltrán, su asistente personal, se apresuró a abrir la puerta del auto negro que aguardaba en la entrada.—Jefe, lo llamo su asistente personal Maicol Beltrán, aquí está la carpeta de la investigación que se le hizo a su exnovia —dijo Maicol, entregándole el expediente.Andrés tomó la carpeta sin inm
Mariana salió de la empresa con paso rápido, casi corriendo. Su jefe, Andrés Londoño, le había exigido un café y, aunque sabía que era una excusa para fastidiarla, no tenía opción. Había vuelto para vengarse de ella, estaba segura de eso.Con el corazón latiendo con fuerza, llegó a la cafetería de la esquina. No había mucha gente, lo que le permitió pedir sin demoras.—Un café americano, por favor. Dos de azúcar —pidió con voz firme.La barista le sonrió mientras preparaba el pedido. Mariana aprovechó ese instante para respirar hondo. No debía dejar que Andrés la afectara, pero era imposible. Sabía que la odiaba por lo que pasó en el pasado, pero, ¿de verdad era necesario ser tan cruel?Le entregaron el café, pagó rápidamente y salió de nuevo hacia la empresa. En el ascensor, apretó los labios. La situación la frustraba, pero no permitiría que él la viera débil.Al llegar a la oficina de presidencia, empujó la puerta y entró con determinación.—Aquí está el café, señor Londoño —dijo,