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2 — EL ASALTO A LA ABADÍA DE CRISTAL

— ¡Preparen las velas y mantengan el rumbo! — Es la orden, su voz llevando consigo la autoridad necesaria para no permitir quedarse ninguna duda de lo que desea.

— ¡Entendido, capitán! Su tripulación, compuesta por hombres valientes y curtidos por la vida en el mar, obedecen con diligencia la orden dada. El viento agita sus negros cabellos mientras Eric observa la abadía a lo lejos, una silueta que se alza serena en medio del paisaje marino. El barco avanza con gracia por las aguas, dirigido por la destreza de su navegante. Mientras se acercan a la abadía, el rostro de Eric se ilumina con un fulgor resuelto. Girándose, fija su mirada en su primer oficial, la persona a la que, sin duda alguna, entregaría su vida.

— Prepárate para desembarcar. — Dice mientras le observa y sonríe con arrogancia. — Quiero que esto sea un trámite rápido y preciso. Nos llevaremos solo lo que necesitamos.

Eric se aproxima al timón y con un gesto el navegante se lo entrega, mientras, su mirada se mantiene fija en la abadía que se perfila en el horizonte. La abadía no es solo un botín más, es su oportunidad para poner las cartas a su favor.

— ¿Testigos? — Es la pregunta que recibe de vuelta. Fijando la mirada en su primer oficial guarda silencio y solo se concentra en el horizonte. Cuando están cerca de la costa y sus hombres se apresuran en el desembarco, el sonido de las campanas de alerta se convierte en música a sus oídos.

— Jade. — Llama con tono calmo. Cuando esta se gira y le regresa la mirada solo sonríe un poco. — Sólo los necesarios.

Y esa respuesta hace que, de los labios de la mujer, una sonrisa sea devuelta para luego desenfundar su espada y proceder a desembarcar.

**

El silencio impera dentro de la capilla, la luz tenue de las velas ilumina su rostro sereno, mientras se encuentra de rodillas dejando salir sus plegarias. El débil eco de los pasos a sus espaldas le hacen detener sus oraciones, y volviendo su rostro, se fija en la presencia de Cisco. Ella puede notar cómo el joven se muestra con una mirada llena de determinación; sin embargo, ella sabe que su propia mirada solo revela la turbulencia interna que la consume.

— Bella. — Llama el joven al colocarse de rodillas a su lado. — Hoy es el gran día en que nos consagramos al servicio divino. — dice en un susurro ligero para no perturbar la paz del recinto. Su tono calmado desbordante de confianza. — ¿No sientes la bendición divina que nos guía?

Ante esa pregunta, Bella baja la mirada, sus manos entrelazadas reflejan la tensión que siente. Por un momento, se queda sumida en silencio, su compañero expectante ante su respuesta. — Tengo miedo. Miedo de no estar a la altura de lo que se espera de mí. ¿Y si fallo en mi deber como sierva de la fe?

Aunque termina por dar una respuesta que expresa su sentir, en realidad, solo la primera parte es sincera; está atemorizada, pero no por no sentirse incapaz de cumplir con lo que viene; en todo caso, su verdadero temor es el de enfrentar una vida que, en el fondo, sabe que no desea.

Al escuchar sus palabras, Cisco coloca una mano reconfortante sobre el hombro de Bella. — Todos tenemos miedos, Bella. La fe no nos exime de ellos, pero esta nos da la fortaleza para enfrentarlos. Confía en que Dios te guiará.

Bella asiente con gratitud, pero sus ojos siguen reflejando inquietud. — Es solo que... siento que mi corazón está dividido. Hay algo más que me llama, algo que no puedo ignorar.

Antes de que Cisco pueda responder, el sonido distante de gritos y estruendos se cuela en la capilla, interrumpiendo la conversación. Bella y Cisco se miran con sorpresa. Los pensamientos de Bella se ven momentáneamente eclipsados por el caos que se desata fuera de los muros de la abadía.

— ¿Qué está sucediendo? — pregunta Bella, su voz temblando por la incertidumbre. Cisco se pone de pie rápidamente y corre hacia la entrada de la capilla. Desde allí, vislumbran la llegada del barco pirata, con sus velas negras ondeando como sombras ominosas en el horizonte.

— ¡Piratas! — exclama uno de los sacerdotes que llega corriendo. — ¡Están atacando la abadía!

La paz de la capilla se ve abruptamente perturbada por la realidad violenta que se desarrolla afuera. Bella y Cisco comparten una mirada llena de ansiedad ante la incertidumbre de lo que pueden llegar a enfrentar. Después de todo, para nadie es un secreto lo despiadados que pueden llegar a ser los piratas.

**

Con una algarabía ensordecedora, los miembros de Black King desembarcaron en la ciudad. El sonido de las espadas desenvainándose y los gritos de los asaltantes al enfrentarse con los guardas de la ciudad llenaron el aire.  Jade, la líder indiscutible del grupo, emergió de entre sus hombres cuando la mayoría de estos se dispersaron por las calles en busca de tesoros y botines.

Con una mirada que mezclaba astucia y determinación, la pirata guio a un grupo de sus hombres hacia la abadía, su figura esbelta y poderosa destacando entre la presencia tosca de sus hombres. Los piratas a su alrededor, le siguen con un respeto palpable, mismo que se ratifica cuando no dudan en matar a los guardias que se acercan a ellos con intención de cerrar su paso o atacarla.

— ¡Mantengan el orden! — Exclama con firmeza mientras detiene la mano de Jist. El segundo navegante la observa y guardando silencio baja su espada al tiempo de empuja el cuerpo lastimado del guarda. —  La orden del capitán fue clara, nada de excesos y solo nos llevaremos lo que de verdad tenga valor. — Jade ordena con voz firme pero cautivadora, su mirada penetrante abarcando a cada miembro de su tripulación. — Y recordad, no queremos problemas con la “ley”. Esto es un negocio, no un acto de guerra.

Un joven pirata, de cabellos despeinados y mirada audaz, se acerca a Jade para hablar en voz baja.

— Jefa, ¿qué hacemos con la abadía? — Pregunta imprimiendo diversión a su tono — ¿La saqueamos también?

Jade le dirige una mirada intensa, su sonrisa pícara iluminando su rostro hermoso y enérgico. — ¿Tú que crees Nathan? Pero no olviden que el capitán espera su propio botín.

Al llegar a la entrada de la abadía, uno de los sacerdotes, temblando de miedo, se interpone en su camino.

— ¡Deteneos, malhechores! — Dice con vacilación. — Este es un lugar sagrado, no permitiré que lo profanéis...

Jade alza una ceja y el sacerdote se queda en silencio ante su mirada desafiante. Sin decir una palabra, la pirata empuja su capa hacia un lado, revelando la hoja afilada de su espada y la intricada cadena de su corsé, mismo que forma un pronunciado escote que hace al hombre santiguarse ante la imagen dada por la mujer. La atmósfera se vuelve tensa, pero Jade no necesita decir más. La abadía, por ahora, es su dominio.

— ¿Por qué mejor no me lleva con el líder de esta pocilga?, le aseguro que no hay necesidad de llegar a derramar sangre innecesariamente. — Jade ordena al sacerdote, su tono mezcla de autoridad y encanto, mientras el grupo de piratas observa con diversión al primer oficial.

— Vete de aquí ramera impura, nada en este lugar es para ti. — Es la respuesta del sacerdote, mismo que observa como Jade comienza a reír con desprecio a sus palabras. — Las mujeres como tú no tienen cabida en el reino de Dios. Tu lugar está al infierno

— Tiene razón sacerdote. — Es la respuesta que da la pirata en tono divertido. — Y ese lugar, se llama trono. — Y con esas palabras Jade clava su espada en el cuerpo del sacerdote, mismo que deja salir un marcado grito de dolor antes de dar su último suspiro. — Volteen este lugar si es necesario, pero traigan a nuestra presa.

**

Desde una pequeña ventana del pasillo, Bella observaba con horror cómo aquella pirata asesina a uno de los sacerdotes para luego dar paso a los hombres que venían tras de ella. No pasó mucho para que comenzara el saqueo a la abadía, llevando consigo el caos y la destrucción

El eco de gritos y estruendos llenan rápidamente los pasillos de la abadía mientras Bella junto a otras novicias buscan con desesperación un lugar donde se puedan ocultar. Con lágrimas en los ojos, notan como el resto de novicias y monjas se ocultan en cualquier rincón que pudieran encontrar. Bella, con el corazón latiendo desbocado, dirigió a las otras novicias hacia una pequeña alcoba escondida al final de un corredor.

— ¡Rápido, aquí! — susurra Bella, tratando de mantener la calma mientras las novicias se apretujaban en el reducido espacio.

El sonido de pasos presuroso resuena en el pasillo, y las novicias contuvieron la respiración. Bella, con el corazón en la garganta, se asoma tímidamente por entre la puerta.

— ¡Dios mío, esto no puede estar sucediendo! — murmuró Bella, apretando los puños en un intento de contener su miedo.

Las novicias, aterradas, compartían miradas de incertidumbre y desesperación. En su escondite, Bella y las demás podían escuchar el retumbar de las botas de los piratas acercándose. Se aferraban unas a otras, rezando en silencio para que no las encontraran.

De repente, la puerta se abrió con un chirrido, y las novicias contuvieron el aliento. Sin embargo, no eran los piratas quienes entraron, sino las monjas superioras de la abadía. Vestidas con hábitos oscuros y semblantes preocupados, las líderes religiosas se apresuraron hacia el lugar de refugio.

— ¡Rápido, dejadnos entrar! — indicó una de las monjas superioras, con lágrimas en los ojos.

Bella, conmovida por la angustia en los rostros de las monjas, abrió la puerta para darles paso. Al entrar, grande fue la sorpresa de Bella al notar que las monjas superiores llevaban consigo grandes bolsas llenas de monedas de oro y objetos valiosos de la abadía.

— De prisa, hijas mías. Es todo lo que queda de la abadía. Debemos protegerlo a toda costa. — dijo una de las monjas superiores con una mezcla de precaución y codicia.

Bella observó con asombro las bolsas llenas de riquezas, pero la contradicción de guardar tesoros en medio del caos y la destrucción que se vive afuera le hizo cuestionar a las mujeres, cuestionamientos que se guarda para ella. Mientras las monjas superiores se acomodaban hasta el fondo de la habitación, reguardando muy bien todo el oro, Bella nota como una de las novicias toma su mano y la sujeta con fuerza.

La chica que sostiene la mano de Bella, con ojos asustados, murmura en un susurro apenas audible:  — Hermana Bella, ¿qué está pasando? ¿Por qué están escondiendo todo esto?

Bella, con la mirada fija en las monjas superiores y las bolsas de riquezas, intenta tranquilizar a su compañera. — Shh, tranquilízate. Todo estará bien. Las monjas superiores están haciendo lo que creen necesario para proteger lo que queda de la abadía. — responde en un susurro, aunque sus propias dudas resonaban en su voz.

La novicia aprieta aún más la mano de Bella, buscando consuelo en medio de la incertidumbre. Las monjas superiores intercambian miradas nerviosas mientras resguardan las bolsas con más insistencia. Bella, sintiendo la tensión en el aire, decide hacer una pausa en sus pensamientos y centrarse en la seguridad de las demás.

En ese momento, un estruendo retumba a lo largo de la abadía, seguido de gritos en el pasillo. Las monjas superiores cierran las bolsas con rapidez, instando a las novicias a mantener el silencio. La incertidumbre llena la habitación, y Bella, que interés pueden tener piratas en un lugar como aquel. Por un momento todo queda en silencio, por lo que, armándose de valor, Bella se separa del grupo y abre un poco la puerta para poder ver que es lo que pasa, grande es su sorpresa cuando la imponente imagen armada de uno de aquellos piratas se muestra ante ella.

— Pero miren nada más, parece que encontré un grupo de asustados ratones.

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