El sonido de las olas al chocar con la orilla es como el suave susurro de arrullo; solo las risas son lo único que interrumpe el sonido del mar. Kent es uno de los reinos más antiguos; su prosperidad siempre ha estado en boca de todos en el mundo. "El reino azul", así es como todos lo llaman.
Mientras el sonido del mar se vuelve más distante, sus pasos se internan en el castillo, con sus dos hombres de confianza a su espalda. Las puertas del salón del trono se abren a su paso; una vez dentro, el salón del trono lo deslumbra.
— Príncipe, no debes hacer eso. — Son las primeras palabras que llegan a él.
En una de las esquinas, puede ver a una hermosa mujer; su rostro es como puede asegurar debe verse el de un ángel, su cabello rojo como el más puro de los carmines y un cuerpo capaz de robar el aliento. En su rostro, una marcada sonrisa mientras observa a un pequeño niño de unos 5 años reír mientras corre en torno al trono. Al notar la presencia del recién llegado, el pequeño niño corre con gran felicidad a su encuentro y, sin dejar pasar más tiempo, salta a sus brazos.
— Veo que me extrañaste. — Dice con felicidad mientras levanta al pequeño y despeina sus negros cabellos.
— No hubo un solo momento en que dejara de preguntar por usted, majestad. — Son las palabras de la pelirroja al acercarse a ellos.
Al ver la forma en la cual la mujer le habla, un bajo sonido de disconformidad deja sus labios; no le gusta ese saludo tan distante, no después de haber estado tanto tiempo lejos de casa. Una baja risa sale de los rosados labios de la mujer, y esto solo hace que le vea fijamente antes de hablar.
— Siempre disfrutas burlándote de mí. — Asegura con tono suave mientras hace un gesto para que los dejen solo.
Cuando se ven solos, la pelirroja deja de guardar el decoro exigido por su cargo y no duda en abrazarle con fuerza y unir sus labios en un beso casto pero amoroso, gesto que es detenido por las bajas risas del pequeño niño entre ellos.
— Bienvenido a casa, amor.
— ¿Me trajiste algo? — Es la pregunta del pequeño para recuperar la atención de su padre. — Me porté bien, tal y como me lo pediste.
La baja risa de su madre lleva al menor a inflar sus mejillas; sabe que no está siendo sincero, pero no quiere decepcionar a su padre.
— ¿Lo hiciste? — Es la pregunta del mayor tras las risas de su esposa. — Eric, un buen rey no debe mentir.
Al escuchar aquellas palabras, Eric no puede evitar bajar su rostro con tristeza. Había roto un par de jarrones mientras jugaba al caballero, y Seamus tuvo que evitar que se lastimara al haber intentado montar a caballo solo; aun así, había escuchado con mucha atención a su tutor y terminó sus tareas a tiempo. Eso era bueno, ¿cierto?
— No siempre. — Termina aceptando.
Contrario a lo que pensaba que ocurriría, su padre solo le despeinó una vez más y le abrazó con fuerza para luego bajarle y entregarle su espada para que él la guardara. Aquella espada era grande y pesada, pero haciendo gala de sus deseos de mostrarse fuerte, llevó el arma de su padre hasta apoyarla en el trono.
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El pelinegro observó aquella imagen idílica y no pudo sino sentir como su odio y desprecio por el contrario aumenta. William siempre había tenido todo lo que había deseado, y eso no hace sino irritarlo a unos niveles no imaginados.
— Rey Zimus. — Escucha el llamado a su espalda. — Todo está listo, alteza. — Informa mientras también dirige la mirada a la escena que se muestra desde el balcón.
En la sala del trono, el rey William juega con su pequeño vástago mientras la reina Rubí los observa con adoración y ríe ante los actos de su esposo y su hijo. Zimus, con su mirada fija en la escena desde el balcón, aprieta los puños con rabia contenida. A su lado, el más leal de sus hombres comparte su expresión de desprecio. Por largo tiempo, ambos han conspirado en las sombras, urdiendo todos los planes necesarios para acabar con la vida de William y quedarse con su reino y riquezas, ahora, ese plan estaba completo y el éxito del mismo depende de la discreción y el sigilo que puedan mantener en ese momento.
— ¿Tenemos todo lo necesario? — Zimus se vuelve hacia su cómplice, y observa como este asiente a su pregunta. Con un susurro apenas audible, expresa su profundo resentimiento. — Este reinado de la felicidad de William debe llegar a su fin. No toleraré más la arrogancia que muestra ante su éxito como rey.
Manteniendo su silencio, el hombre solo asiente solemnemente, sus ojos grises brillando con malicia.
— Preparen todo, en dos…
Pero el sonido de las puertas abriéndose a sus espaldas y los pasos de tacones le hacen guardar silencio. Lo último que Zimus necesita es levantar las sospechas de la reina.
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— No deberías tomar a Zimus tan a la ligera. — La reina habla mientras pasa sus manos por las cicatrices en el torso de su esposo y disfruta de la calidez que le brinda su cuerpo. — Ese hombre no conoce el honor, lo único que lo mueve es la ambición tan desmesurada que tiene por el poder.
— ¿Crees que no lo sé? — William pregunta aquello mientras baja su mirada buscando el hermoso sol que se muestra en los ambarinos ojos de su esposa. Al encontrarse con la filosa mirada que esta le da, no puede sino sonreír. Si fuese otro el que se atreviera a verle de esa forma, no dudaría en acabar con su vida; sin embargo, cuando es su amada sirena quien lo reta de esa forma, su pecho solo se llena de calidez y orgullo ante la mujer que eligió para compartir su vida. Girando su cuerpo, abraza con firmeza la desnuda figura de su amada y lo apega más a él. — No es como si pueda simplemente…
— ¿Correrlo? — Completa, interrumpiéndole. — ¡Oh, William!, te juro por mis ancestros que, si no supiera las consecuencias que hacer algo así traería ante la corte de los reinos, yo misma lo sacaría a patadas de mis tierras.
Las palabras dichas, hacen que la estruendosa risa de William resuena en la habitación mientras abraza a su esposa con más fuerza. Los rayos del sol se filtran por las cortinas, iluminando la escena de complicidad entre el rey y la reina.
— ¿Patadas, dices? ¿No prefieres una estrategia más sutil, mi amor? — responde William con picardía, besando la frente de la reina Rubí. — No podemos permitirnos un escándalo en la corte, después de todo.
La reina sonríe, sus ojos brillando con complicidad. — ¿Estrategia sutil?, por supuesto. — Responde con calma. — Pero a veces, William, me pregunto si no subestimas a Zimus más de lo que deberías. Sus ansias de poder podrían llevarte a situaciones complicadas.
William acaricia el cabello de Rubí, su expresión tornándose más seria. — No subestimo a nadie, querida. Pero tengo el amor de mi pueblo y el respaldo de los reinos aliados. Incluso Zimus sabe que no puede arrebatarme eso con sus maquinaciones.
La reina arquea una ceja con escepticismo, pero luego su expresión se suaviza. — Solo recuerda que la ambición ciega a muchos, y Zimus no es una excepción.
William asiente, reconociendo la sabiduría en las palabras de su esposa. Juntos, se sumergen en un cómplice silencio, compartiendo la intimidad de sus pensamientos y deseos. Totalmente ajenos a que fuera de esas paredes, la sombra de Zimus y su cómplice planea en silencio cómo destruirlos.
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El humo negro se eleva en espirales retorcidas, nublando el cielo y oscureciendo el sol. Eric avanza entre los escombros, con el corazón destrozado, buscando a su madre entre las ruinas. La encuentra, inmóvil yace bajo una manchada manta blanca, la figura de la reina, su madre, ahora es solo una sombra macabra de lo que fue.
Desconsolado, se arrodilla junto al cuerpo inerte de su progenitora, siente el calor de las lágrimas mezclándose con la lluvia de cenizas. La manta blanca que cubre su madre ondea tristemente con el viento, empañada por las manchas del caos y la tragedia. El joven príncipe sostiene la mano fría de su madre, sintiendo el gélido abrazo de la pérdida y la desesperación.
— ¡Eric! — grita el rey, su voz ahogada por el estruendo del fuego devorador. Sus pasos resonantes sobre las piedras desgastadas del castillo le llevan hacia la figura temblorosa de su hijo.
El pequeño príncipe se voltea al escuchar su nombre, sus ojos vidriosos llenos de lágrimas que reflejan el terror que siente. Su padre, con el corazón destruido al ver el inerte cuerpo de su reina junto a su hijo, se apresura hacia él, sorteando las llamas que rugen a su alrededor.
El pequeño Eric llora con total desconsuelo mientras observa impotente cómo el castillo que alguna vez representó su hogar se desvanece en el horizonte mientras es consumido por las llamas. El rugido del fuego se mezcla con sus sollozos, marcando el fin de una era y la destrucción de la vida que conocía. Las llamas, como voraces bestias, arrasan con la grandeza de su pasado, dejando solo cenizas y ruinas a su paso.
En ese momento, la vida del pequeño cambia irremediablemente. La traición y la destrucción le arrebatan la inocencia de la infancia, dejando en su corazón una llama ardiente de venganza. Juramentos mudos resonando en sus pensamientos mientras el dolor se fusiona con su naciente determinación.
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La mañana se muestra tranquila en la bulliciosa ciudad portuaria de Bitten, tranquilidad que fue interrumpida por un ruido inusual que flotaba en la brisa marina. El fuerte repique de campanas y el anuncio a gritos de los vigías llevó a todos a mirar hacia el horizonte, donde el cielo claro se veía amenazado por la inquietante presencia de dos grandes barcos. Incluso en la distancia se podía distinguir la enorme vela negra adornada por una imponente calavera en el centro.
— ¡Piratas! — Es el grito incesante. — ¡Barco pirata a la vista!
Inmediatamente, el pánico se apoderó de la multitud, y la actividad en el puerto se volvió frenética. Los comerciantes cerraron apresuradamente sus puestos, los pescadores dejaron tiradas sus redes y los niños corrieron hacia sus hogares. La noticia se propagó como el viento, y las calles se llenaron de susurros y murmullos temerosos.
Las campanas no cesan en su sonar, marcando un ritmo ominoso que reverberaba en las callejuelas de la ciudad. La población, ya atemorizada, escuchó el estruendo distante y escalofriante de los cañones, el anuncio con bombos de la llegada de los saqueadores del mar.
En el puerto, las tripulaciones de otros barcos se apresuraron a izar velas e intentar alejarse de la costa, temerosas de convertirse en presas de los piratas. Los soldados de la ciudad se organizaron, pero la sensación de impotencia colgaba en el aire. Los habitantes de Bitten, desde los más jóvenes hasta los ancianos, miraban con cautela hacia el horizonte, donde el barco pirata se acercaba con determinación.
A medida que la nave se volvía más próxima, la imagen de la vela se volvió más clara, la calavera en color dorado flanqueada por tres sables no hizo sino crear una sinfonía aún más aterradora, todos sabían a quién pertenecía el estandarte, los piratas de Black King. El viento llevó el sonido de nuevo disparo de cañón a través de la ciudad, dejando en su estela el miedo que solo los piratas podían inspirar.
— ¡Preparen las velas y mantengan el rumbo! — Es la orden, su voz llevando consigo la autoridad necesaria para no permitir quedarse ninguna duda de lo que desea.— ¡Entendido, capitán! Su tripulación, compuesta por hombres valientes y curtidos por la vida en el mar, obedecen con diligencia la orden dada. El viento agita sus negros cabellos mientras Eric observa la abadía a lo lejos, una silueta que se alza serena en medio del paisaje marino. El barco avanza con gracia por las aguas, dirigido por la destreza de su navegante. Mientras se acercan a la abadía, el rostro de Eric se ilumina con un fulgor resuelto. Girándose, fija su mirada en su primer oficial, la persona a la que, sin duda alguna, entregaría su vida.— Prepárate para desembarcar. — Dice mientras le observa y sonríe con arrogancia. — Quiero que esto sea un trámite rápido y preciso. Nos llevaremos solo lo que necesitamos.Eric se aproxima al timón y con un gesto el navegante se lo entrega, mientras, su mirada se mantiene fija
Desde la cubierta del black beast, Eric observa complacido como algunos de sus hombres regresan al barco después de llevar a cabo el saqueo, trayendo consigo los frutos de sus incursiones en las casas de los nobles. La diversión no se ocultar al momento que su mirada evalúa los tesoros.— Capitán, hay noticias. — Son las palabras del hombre mayor al acercarse a él.— ¿Qué ocurre, Jafed? — Eric se voltea hacia Jafed, esperando la información que su viejo amigo tiene para él.— Es Calico, envió un mensaje. Quiere una reunión urgente en la isla de Naváris.— ¿No dice sobre qué quiere hablar? — La mirada de Eric se fija en lo alto del risco donde se alza la abadía y se mantiene fija allí.— Dice que tiene información sobre los tratos de Zimus en el norte y cree que podría interesarte.Eric frunce el ceño ante la mención del nombre del bastardo de Zimus. Por otro lado, Calico no se arriesgaría a pedir una reunión sino fuese algo que de verdad importara. — Prepara la ruta, cuando Jade traig
Bella puede sentir como su corazón late con fuerza en su pecho, en un principio se negó a caminar, por lo que terminó sobre el hombro de aquel pirata, y aunque pataleo y golpeo su espalda cuanto pudo, fue imposible soltarse de su agarre. El olor de la sal se volvió más fuerte a medida que se acercaron al muelle. Al escuchar el oleaje, Bella sabe que ya no tiene vuelta atrás, en un momento que el hombre que la carga se gira para dirigir unas palabras a sus compañeros, logra observar con horror el imponente barco pirata que se materializaba frente a ella dominando la orilla del puerto. La desafiante bandera pirata ondeaba al viento coronando el mástil se alzaba como un coloso oscuro en contraste al cielo azul.Cuando sus piernas tocan el suelo de la cubierta del barco, nota que Agnes, su compañera de habitación también había sido tomada como rehén, por lo que sin dudarlo corre y se abraza a ella, ambas buscando consolarse mientras dejan salir sus lágrimas.Desde su posición, solo ve el
Aunque sabe que lo mejor es quedarse tranquila y no provocar a aquellos hombres, Bella no puede evitar comenzar a patalear y forcejear cuando es tomada por el pirata, pero al igual que hiciera su compañero anteriormente, este termina por colocarla sobre su hombro, casi como si ella fuese un peso muerto. Fijando la mirada en los demás prisioneros, Bella pide a gritos que la ayuden, pero estos se muestran visiblemente aterrados. — Bella… — murmura Agnes, siendo la única que reúne un poco de valor para intentar acercarse a su amiga, intento que muere cuando siente el filo de una espada sobre su cuello. Moviendo un poco su cabeza, se encuentra con el dueño de la espalda, y no puede evitar sorprender al notar que es un chico casi de su edad quien la sostiene. — Por favor. — suplica en tono bajo mientras ve como la celda es abierta de nuevo y el hombre que sostiene a Bella sale. — Debería preocuparse más por usted misma, hermana. — es la respuesta del pirata antes de salir y dejarles encer
En las últimas dos semanas, Bella ha sido mantenida en una celda apartada del resto de los rehenes, como ordenó el capitán. Aunque las condiciones de ese espacio son iguales a las que afronta el resto, Seamus tiene la orden de llevar a Bella a cubierta durante tres horas al día para recibir aire fresco y luz del día. En su celda, Bella sigue buscando las razones por las cuales todo está pasando. Nunca ha tenido nada que ver con el reinado de su padre; de hecho, esa es la razón por la cual se entregó a la vida religiosa. Ella no era buena para la línea sucesoria, y las veces que intentó ser útil a su padre todo terminó de forma desastrosa. Por ello, prefirió quedarse al margen. Entonces, ¿por qué alguien pensaría que una princesa prácticamente desterrada sería buena para negociar?Su pensamiento es interrumpido por los murmullos de la celda al otro lado del estrecho pasillo. Al levantar su vista, puede ver cómo todos se encuentran en su tiempo de oración. Esa es una de las cosas que no
— ¿Qué vas a hacer si algo sale mal? — es la pregunta de Jade mientras camina a su lado.— No es como si fuese la primera vez. — responde con tranquilidad mientras se detiene por delante de Jade y ve cómo Jafed cruza con Bella. — Estaré de vuelta en tres días, si no es así, debes regresar con los demás y esperar mi mensaje. Sin decir nada más, Eric sube el puente que une ambos barcos y lo cruza con total calma y confianza. —Quiero una rotación del vigía cada tres horas, no vamos a un paseo, señores — ordena con firmeza mientras ve cómo sus hombres se apresuran a retirar la plancha. — ¡Andando! — y esa última palabra pone todo en marcha, sus hombres se apresuran y tras levantar el ancla sueltan las velas para aprovechar el buen viento. Su próxima parada sería corta pero bastante intensa, tanto por la persona con la cual se reuniría su capitán, como por el lugar donde se llevaría a cabo el encuentro.Por otro lado, Bella esperaba ser atada o encerrada en cualquier momento, pero, contrar
— ¿A qué te refieres con que Calico no vendrá? — Seamus observa fijamente a Eric. — No puede simplemente pedir una reunión y luego cancelarlo en el último minuto.— No lo está cancelando. — Eric habla tras dar el último trago a lo que quedaba de su ron. — Está cambiando es la persona con la cual nos reuniremos.Al pensar en ello, Eric no puede evitar que un claro disgusto salga a su rostro. Kidd no solo es el segundo al mando de la flota de Calico, no, también es casi pareja de Jade, y ese es el único motivo por el cual ese bastardo prepotente aún respira, porque si de él dependiera, hace mucho que el hombre hubiese terminado con una bala en su cabeza, un puñal en su corazón y una bala de cañón atravesando su cuerpo. Un sentimiento que el pelinegro sabe es compartido por todo su círculo cercano.— Kidd vendrá en su lugar. — anuncia mientras se pone de pie.Contrario a lo que esperaba, Jafed, Seamus e Hizir prefieren guardar silencio, lo cual no hace sino hacer sonreír con burla. El si
— ¿Estás seguro de lo que me pides? — La pelinegra observa detenidamente a Bella mientras toma asiento en las piernas de Eric. — Esa chica va a terminar fusionándose con el banco si se retrae más de lo que ya está.Ante las palabras de Violet, Eric se fija en Bella y ve que las palabras de la pelinegra son ciertas.Eric suspira y solo bebe de su vaso de ron mientras observa fijamente a Bella, quien se encuentra incómoda en ese entorno que claramente le resulta hostil. La tensión en ella es incluso palpable.— Solo asegúrate de que esté cómoda, Violet. No quiero que cause más problemas de los necesarios. — Eric le responde, consciente de la incomodidad de Bella en el burdel. Violet, con una mirada que revela cierta compasión, asiente y se levanta de las piernas de Eric. Se acerca a Bella con cuidado y le ofrece una mano.— Vamos, cariño. — dice en tono bajo. — Te llevaré a un lugar más cómodo para que puedas relajarte un poco mientras esperas. — le dice con voz suave, intentando transm