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4 – ENTRE BOTÍN Y REHENES

Bella puede sentir como su corazón late con fuerza en su pecho, en un principio se negó a caminar, por lo que terminó sobre el hombro de aquel pirata, y aunque pataleo y golpeo su espalda cuanto pudo, fue imposible soltarse de su agarre. El olor de la sal se volvió más fuerte a medida que se acercaron al muelle. Al escuchar el oleaje, Bella sabe que ya no tiene vuelta atrás, en un momento que el hombre que la carga se gira para dirigir unas palabras a sus compañeros, logra observar con horror el imponente barco pirata que se materializaba frente a ella dominando la orilla del puerto. La desafiante bandera pirata ondeaba al viento coronando el mástil se alzaba como un coloso oscuro en contraste al cielo azul.

Cuando sus piernas tocan el suelo de la cubierta del barco, nota que Agnes, su compañera de habitación también había sido tomada como rehén, por lo que sin dudarlo corre y se abraza a ella, ambas buscando consolarse mientras dejan salir sus lágrimas.

Desde su posición, solo ve el puerto y la abadía en lo alto de la montaña, a sus espaldas el barullo de los piratas y la gruesa risa del que llaman capitán. Cuando hace el amago de girarse, solo alcanza a percibir el sonido del primer disparo que llegó a impactar con la madera del barco, después de esto, todo fue un desorden.

El sonido de los disparos resonó en el aire, y el terror se apoderó aún más de los cautivos. Los intercambios de balas entre los piratas y la guardia llenaron todo el espacio con un estruendo ensordecedor. El caos estaba totalmente desatado en la cubierta del barco mientras las balas silbaban en el aire. Bella, toma la mano de Agnes y juntas se ocultan detrás de un grupo de barriles, observando con horror la escena que se desarrollaba frente a ellas. La pirata, esa que la había dado la orden de traerla hasta el barco, discutía con otro chico que le da la espalda mientras, al igual que ellas intentaban mantenerse a salvo de los disparos.

— ¿No podías tardarte más? — es el gritó frustrado que escucha del hombre mientras disparaba hacia la guardia que se acercaba.

— ¡No es mi culpa que la monja jugara al escondite! — responde la mujer, pero sus siguientes palabras se perdieron cuando el hombre la jaló, salvándola de una bala perdida.

Esas palabras no hacen sino incrementar el temor de Bella, si realmente la razón del retraso y de que la guardia lograra atacarlos es suya, entonces, ¿qué destino y tortura y le espera?

— ¡Leven anclas! — Es la orden de hombre mientras se gira hacia su navegante, solo en ese momento Bella logra ver un leve celaje de su rostro. — ¡Hizir sácanos de aquí! ¡Kalt, los cañones, necesitamos una ventana!

Y nadie en ese barco necesito nada más, mientras la mayoría se dedicaba a responder el fuego, los dos hombres a los que ordenó se apresuraron a cumplir con su trabajo. Tras el primer cañonazo, el barco ganó velocidad, por lo que, sin dudar, Bella se agarró con fuerza a una barandilla cercana mientras el navío comenzaba a alejarse del muelle y de la guardia que intentaba atraparlos. No pasó mucho para que la brisa marina golpeaba su rostro, y el ruido de los disparos se desvanecía a medida que se alejaban.

**

— Jade, ¿quieres darme una jodida razón del porque mi barco se convirtió en un convento flotante? — Es la pregunta de Eric mientras entra al camarote del capitán y deja su arma y su espada sobre la mesa de planeación. Sirviendo un trago de ron se gira para ver a su primer oficial.

— Déjame fuera del reclamo. — Es la simple respuesta de Jade. La pelinegra camina hasta Eric y sin mayores miramientos, le arrebata el vaso con ron y procede a beberlo todo. — Esto es cosa de Jist y los demás, dijeron algo sobre “esclavos de fe”, pero estaba con mi atención en tu monja molesta, así que, o los intercambias en la siguiente isla, o los dejas ir, o le pides a Jist una explicación.

La respuesta de a pelinegra no le causa nada de diversión o tranquilidad a Eric, se supone que, en su ausencia, Jade debe controlar que los hombres no se metan en mayores problemas.

— ¡Carajo! — Exclama después de un momento. La próxima isla en la que atracarían sería Naváris para su reunión con Calico. Siendo la isla uno de los principales puntos de la armada, no quería tener que lidiar con más de lo necesario.

— No veo el problema. — Son las nuevas palabras de Jade mientras se sirve más ron. — Igual debíamos tomar rehenes para no levantar sospechas, es cierto que se tomaron más de la cuenta, pero…

— ¡Pero te di una orden! — corta Eric con marcada molestia. — ¡Con un demonio Jade! Dije “no más de los necesarios” ¿te parece que medio convento era necesario?

Jade no necesito nada más para saber que en ese momento, era su capitán quien le hablaba, no era su viejo amigo, por ello, dejando el vaso de ron sobre la mesa se pone erguida.

— ¡Lo siento mucho capitán!, confundí sus palabras y no supe controlar a los hombres. — las palabras de Jade, esta vez salen con una tonalidad más seria y respetuosa.

Eric, con una expresión entre frustración y enojo, observa a Jade. Mientras ella admite su error, el camarote se llena con un tenso silencio entre ambos piratas, roto solo por el suave balanceo del barco en alta mar. Jade, a pesar de su actitud desenfadada y su habilidad para el combate, se encuentra en una posición inusual, enfrentando la reprimenda de su capitán, y ella mejor que nadie sabe que Eric no es del tipo que da un reclamo simplemente porque sí.

— Jade…  — Eric piensa en que tan prudente es lo que dirá, así simplemente termina por suspirar y ver fijamente a Jade. — Diles que los lleven a las celdas, que Aruj prepare lo necesario para ellos. Envía un mensaje con fénix, quiero que el golg dragon espere por nosotros en el cinturón de weller.

Esa última orden extraña a Jade, ¿por qué necesita Eric que la segunda nave más importante de la tripulación los espere y más en un punto como lo es el cinturón de weller? Manteniendo su duda para sí misma, la pelinegra solo asiente y en silencio se retira del camarote.

— Jade.

— Ahora no, Jist.

**

Cuando la puerta de la celda fue cerrada, los lloros y lamentos no se hicieron esperar. Lamentos y llantos que llevaron a algunos a quedar inconscientes debido al cansancio emocional.

Las antorchas parpadeaban en las oscuras paredes de madera. No sabían cuántas horas llevan allí, pero el frío que comienza a calarles, les deja claro que el sol ya no se encuentra en el firmamento.

— Bella — murmura a Agnes con marcado temor. Fijando su mirada en Agnes, Bella se mueve hasta quedar junto a ella y darle una suave sonrisa. — ¿Crees que estaremos bien?

— Claro que sí, seguramente es solo una confusión. — Dice, pero esas palabras buscan más se un consuelo para ella que para su compañera.

— ¿Confusión? ¿de verdad creen que esto es solo un error? — dice una tercera voz. Al voltear sus miradas, ambas mujeres se fijan que es Roger, uno de los seminaristas que al igual que ella se juraba ese día. — Estos hombres son piratas, ellos no cometen errores.

— ¿Y si les ofrecemos algo? — son las palabras de otras de las novicias. — Tal vez podamos convencerles de dejarnos ir.

— ¿Y qué le daremos? — se apresura a preguntar Agnes. — No tenemos nada.

Por un momento todo queda en silencio, todos sumergidos en sus propios pensamientos.

— Nosotros no. — murmura una suave voz entre ellos. Bella la reconoció como la pequeña novicia que estaba junto a ella cuando la raptaron. — Pero ella sí. — Dice señalando a Bella. — ¿verdad, princesa Bella?

Y solo esas palabras fueron suficientes para que una nube de murmullos se desatara dentro del espacio, para los jóvenes es imposible creer que una princesa este entre ellos, después de todo, los miembros de la realeza nunca se dedican al servicio religioso, y si es cierto que Bella es una princesa, eso tendría sentido con lo que está pasando. 

— Yo…no sé de qué hablas.

Pero esta negativa por parte de Bella quedó en nada cuando el sonido de la puerta de la celda se hace presente con un chirrido que rompió la tensión que se había formado en el lugar. La luz parpadeante de una antorcha iluminó la figura de un pirata, alto y robusto, con una bandana enredada en su cabello. Bella, al igual que el resto observó con marcada cautela cómo el pirata se adelantaba.

— Esta de suerte, hermana. — son las palabras del hombre mientras la observa fijamente. — El capitán quiere verla.

**

En la cubierta del barco, la tripulación se agolpaba alrededor de Eric mientras este inspeccionaba el valioso botín saqueado. El brillo de monedas de oro y objetos preciados se reflejaba en los ojos de los piratas, ansiosos de obtener su parte del tesoro.

Eric, con la mirada fija en la carga, alzó la mano para calmar la algarabía de sus hombres. — ¡Silencio, todos! Escuchadme bien. — anunció con voz autoritaria, captando la atención de la tripulación. Su capitán siempre ha dejado en claro su autoridad, pero en ese momento la sintieron distinta.

— Han logrado obtener un botín de lujo. — continuó Eric, observando las bolsas de oro que se amontonaban en la cubierta. — Como es costumbre, cada uno de ustedes recibirá su parte justa. Pero, antes de que cada uno tomo lo que quiera, yo exijo mi derecho de tomar lo que desee. ¿Entendido?

La tripulación sabe que las palabras de Eric no son más que la ley de abordo, una ley que pocas veces su capitán reclama, y si bien eso no tuvo mayor problema para la mayoría; en cambio, las palabras del pelirrojo llamaron marcadamente la atención de sus oficiales principales. Con paso tranquilo, el capitán se acercó a las bolsas, examinándolas con detenimiento antes de sonreír con picardía.

— Bien, comenzaré entonces. — anunció Eric, tomando algunas monedas de oro y joyas para sí mismo. Sus hombres observaban con interés, sabiendo que, aunque el capitán tenía derecho a la mayor parte, aún les quedaba un considerable botín.

Sin embargo, la sorpresa se apoderó de la tripulación cuando Eric dejó caer el dinero y las joyas para luego volverse hacia ellos, en su mano solo tenía un par de monedas y un collar de oro adornado por un rubí en el centro. La mirada de Eric se posó en ellos aun manteniendo su sonrisa traviesa.

— La novicia... — comenzó Eric, haciendo que sus hombres intercambiaran miradas perplejas. — La quiero para mí. Será mi botín personal.

La tripulación estalló en risas, pensando que su capitán estaba haciendo un comentario jocoso. Eric, sin embargo, retiró su mirada traviesa y la volvió una seria, una con un interés que dejaba claro que no estaba bromeando.

— Capitán, ¿quiere llevársela para... jugar? — preguntó uno de los piratas entre risas, imaginando un propósito más indulgente para la joven.

Eric, aún con un gesto serio solo niega. — Llévenla a mi camarote.

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