Ariadna finalizaba de poner las tostadas de jamón y queso sobre un plato y enseguida las llevó a la mesa. Nick colocó la jarra de jugo de naranja y tomó asiento.
—Estefanía, Paolo por favor apresúrense van a llegar tarde a la escuela —advirtió la madre a sus hijos.
—Déjalos mi amor —objeto él—. Ya son los últimos días de clases, están cansados, y esperando salir de vacaciones.
Ary frunció el ceño y lo miró con seriedad.
— ¿Nicholas Grimaldi cuando vas a dejar de ser tan consentidor con tus hijos? —recriminó.
Él ladeó los labios y sonrió.
— Es que así funcionamos a la perfección cariño, yo los consiento y tú los reprendes —a
Desde el pasillo miraron a la pareja besarse. Ary cerró los ojos e inclinó la cabeza. ¿Cómo podía hablarles con la verdad? Se cuestionó. No deseaba que nada se interpusiera en la felicidad de los jovencitos.—Hola, chicos —saludaron Ariadna y Nicholas a los chicos.Laura se sobresaltó y sus mejillas enrojecieron al darse cuenta de que los padres de sus novios los habían sorprendido.—¿Qué hacen aquí? —cuestionó Ignacio, y notó el semblante descompuesto de su mamá. —¿Te sientes bien? —indagó con preocupación.Laura observó que la señora Grimaldi había llorado, pero desconocía los motivos.—¿Señora Ariadna le pasa algo? —preguntó con angust
Kate y Fernando aún avergonzados por lo que estuvo a punto de pasar entre ellos, permanecían en silencio en el largo recorrido que existía desde el campo de tiro y la universidad.Fernando encendió el reproductor del vehículo: «Hoy tengo ganas de ti by Alejandro Fernández» empezó a sonar.—Quiero en tus manos abiertas buscar mi camino. Y que te sientas mujer solamente conmigo. Hoy tengo ganas de ti…—entonó el agente.Kate inhaló profundo escuchando la melodía, sintió como si miles de hormigas recorrieran su cuerpo y le provocaran un extraño cosquilleo que jamás había sentido.Ambos evocaban los recuerdos de lo que casi pasó minutos antes. Kate sacudió su cabeza y trató de pensar en otras cosas, al igual que Fernando.Una vez que llega
Al día siguiente los señores Grimaldi junto con su hijo pasaron por Laura al orfanato, para llevarla a la clínica y que el médico les explicara sobre el tratamiento.En el auto Ignacio le hablaba sobre los trámites que debía realizar Laura para aplicar a la beca. Los padres del chico escuchaban atentos los planes que ambos tenían a futuro.Ariadna, tenía todas sus esperanzas puestas en el tratamiento, porque si no funcionaba la vida de Laura corría peligro al no tener familia.Llegaron a la clínica: Ignacio y Laura caminaban tomados de la mano por los pasillos, sin imaginar que la vida les tenía una dura prueba, enseguida ingresaron al consultorio del doctor Jones, quien les explico que el tratamiento consistía en ejecutarse transfusiones de plaquetas para contrarrestar la disminución de los glóbulos rojos, blancos y h
Laurita sonriendo emocionada ingresó al apartamento en el que ahora vivía con Constanza, acompañada de la mano de Ignacio.—Es un sueño, mi amor —expresó caminando hacia los enormes ventanales—. Nunca imaginé vivir en un lugar como este —mencionó.Ignacio la abrazó por la cintura y recargo su cabeza en el hombro de ella.—Te mereces esto y más —susurró a su oído.Laura giró y se perdió en la azulada mirada de su chico, con sus brazos rodeó el cuello del joven.—Te amo —expresó suspirando.—Yo más —respondió él.Enseguida sus bocas se unieron en un tierno beso, pero a medida que transcurría el tiempo se fue volviendo exigente, e
Ariadna, con la preocupación a cuestas se dirigió a la parroquia, necesitaba conversar con su amigo y confidente desde hacía años: el Padre Fausto, quien en ese momento se encontraba en su despacho, atendiendo a unos feligreses.La señora Grimaldi, se sentó a esperar que el sacerdote estuviera libre, exhaló un suspiro y cruzó sus brazos, mientras meditaba si hacía lo correcto ocultando la enfermedad de Laura, a ella y a su hijo.Cuando las personas salieron. Ariadna colgó su bolso en el hombro e ingresó a la oficina del sacerdote.—Padre Fausto buenos días —saludó la mirada llena de preocupación.—¡Ariadna hija! —exclamó el sacerdote con sorpresa. La señora Grimaldi, no acostumbraba a ir en horas de la mañana al centro comunitario, no había ido el
Constanza llegó a casa, observó en el mueble el bolso de su hija.—¿Laurita?Los jóvenes se separaron de golpe al escuchar la voz de ella.— ¡Dios mío Ignacio! ¡Es mi mamá! —Exclamó con nerviosismo—. Nos va a descubrir —pronunció temblando, del susto la joven que no encontraba su ropa.— ¡Laurita tranquila! —exclamó él—. Somos adultos, desde ahora en adelante eres mi mujer, yo voy a dar la cara por ti.El corazón de la chica se paralizó de emoción por contados segundos. «Eres mi mujer Laura Hernández» resopló en la mente de la joven, no pudo evitar abrazarlo y besarlo, ya no importaba si los descubrían, ellos se amaban y eso era lo importante.Conny se dirigía a la habitaci
En uno de los enormes rascacielos de Manhattan, un misterioso hombre recibía una llamada telefónica.—Todo salió como usted ordenó señor —afirmó la gruesa voz de un individuo al otro lado de la línea—. Tenemos a la señorita.El caballero sonrió para su interior.—Ya saben lo que tienen que hacer —ordenó aquel hombre de aspecto pulcro e impecable, de mirada recia, ojos azules, piel blanca.—Sí señor como usted ordene. —Colgó la llamada el individuo que hablaba por teléfono con el acaudalado hombre de negocios.Se sentó en su gran sillón de cuero y sonrió con malicia, sacó de uno de sus cajones una fotografía, la mirada pura y sincera de la mujer de la foto evocó en él viejos recuerdos, entonces
Kate aprovechó el momento de confusión para correr y refugiarse lejos de esos hombres. El que estaba sin su revolver levantó las manos, los otros dos fingieron que se rendían; uno de ellos lanzó un tiro en contra del agente García, quién con sus buenos reflejos pudo esquivar la bala. —¡Cúbrete Kate! —exclamó Fernando, mientras una verdadera batalla campal se formaba en el lugar. El agente García, tras un muro trataba de esquivar las balas y también se defendía del ataque. Necesitaba refuerzos y estos tardaban en entrar, además se estaba quedando sin balas. — ¡Maldita sea! —bufó Fernando. Realizó sus últimos disparos, logrando que una de las armas de aquellos hombres saliera volando. Kate, cubría su cuerpo tras un viejo tanque metálico, en ese momento el miedo se apoderó de ella, al ver como esos hombres arremetían en contra de Fernando, eran tres versus uno. El arma cay