Capítulo 34

Ariadna, con la preocupación a cuestas se dirigió a la parroquia, necesitaba conversar con su amigo y confidente desde hacía años: el Padre Fausto, quien en ese momento se encontraba en su despacho, atendiendo a unos feligreses.

La señora Grimaldi, se sentó a esperar que el sacerdote estuviera libre, exhaló un suspiro y cruzó sus brazos, mientras meditaba si hacía lo correcto ocultando la enfermedad de Laura, a ella y a su hijo.

Cuando las personas salieron. Ariadna colgó su bolso en el hombro e ingresó a la oficina del sacerdote.

—Padre Fausto buenos días —saludó la mirada llena de preocupación.

—¡Ariadna hija! —exclamó el sacerdote con sorpresa. La señora Grimaldi, no acostumbraba a ir en horas de la mañana al centro comunitario, no había ido el

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