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Michaela miró a Peter, que permanecía de pie en el jardín de entrada de su casa, mirando a otro lado y con ambas manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

—Siento lo que dije hace un momento –dijo ella. Peter la miró de reojo.

—No tienes que disculparte. Investigar quién envió ese correo es mi trabajo, de todos modos.

—No me estoy disculpando para que investigues.

—Bien. Entonces tampoco tienes que hacer nada por lo que David te haya amenazado.

—David no me amenazó.

—Quieres decir entonces que estás pidiendo disculpas por cuenta propia?

—Me crees tan egoísta como para no aceptar cuando me he equivocado?

—No lo sé. Tal vez no te conozco.

—Sí. Tal vez no me conoces. Fuimos vecinos durante unos diez años, pero hasta ahora sostenemos una conversación real. Todo el

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