Santiago tocó suavemente a la puerta de la elegante oficina de Elizabeth, esperando una respuesta. El lugar estaba decorado con muebles de madera oscura y paredes adornadas con obras de arte moderno. Sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta. Decidió abrir la puerta con cuidado y encontró a Elizabeth, con la cabeza recostada en el escritorio de cristal, profundamente dormida. Su cabello castaño claro caía suelto sobre su rostro sereno. Con delicadeza, Santiago levantó a Elizabeth en sus fuertes brazos y la llevó al sofá que se encontraba en un rincón acogedor de la oficina. La acostó suavemente y la tapó con su saco para asegurarse de que estuviera cómoda. Luego, se acercó al escritorio de Elizabeth, donde se encontraban diversos documentos y apuntes sobre su trabajo, tomó la hoja de pendientes y apagó la luz antes de abandonar la oficina.Mientras tanto, en la luminosa sala de juntas, la secretaria Mil se acercó rápidamente a Santiago, con su cabello castaño oscuro recogido en un el
—¡Elizabeth , despierta! —le dice Santiago, tocándole el hombro. Ella abre los ojos lentamente, sorprendida por su repentina interrupción.—¿Me dejaste dormir? ¿Por qué? Tengo tantos pendientes por hacer —pregunta confundida, tratando de comprender la situación.—¿Acaso no dormiste bien anoche, Elizabeth ? —inquiere Santiago, buscando alguna señal de insomnio en su mirada.—Me quedé pensando, por eso no pude conciliar el sueño. Mi mente daba vueltas y no lograba encontrar la tranquilidad necesaria — ella confiesa con un suspiro.Santiago responde con un tono irónico.—¿Acaso pensabas en mí? No me digas que fui yo quien te robó el sueño.Elizabeth frunce el ceño, molesta por su comentario.—No, claro que no pensaba en ti. Mis pensamientos estaban ocupados en otro chico.Aquellas palabras hieren un poco a Santiago, provocando un aguijón de celos en su interior. Sin embargo, decide abordar el tema con autoridad y frustración.—¿Qué te pasa, Elizabeth ? No tienes derecho a pensar en nadie
Tras las palabras de Santiago, Elizabeth se conmovió y él se acercó a ella depositando un beso en los labios un sus labios.El beso en sus labios era suave y dulce, sus brazos se entrelazaron con ternura. Ella le correspondió con la misma intensidad, sintiendo mariposas revoloteando en su estómago. No podían evitar mirarse a los ojos, perdidos en ellos, y sus sonrisas eran reflejo del profundo amor que sentían el uno por el otro.—¿Qué estás haciendo conmigo, mi dulce Ely? —preguntó Santiago, con una expresión de admiración y cariño en su rostro.Elizabeth suspiró, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para describir la magnitud de sus sentimientos. En cambio, acarició suavemente el rostro de Santiago, dejando que sus manos transmitieran todo el amor que llenaba su corazón.—Tenemos que regresar a la oficina, tenemos mucho trabajo pendiente —respondió ella, aunque no podía evitar sentir la atracción y el deseo que había despertado su beso.Santiago asintió, pero sus ojos seguían
Santiago se giró hacia Elizabeth, confundido por sus palabras.—Elizabeth, ¿qué dijiste? —preguntó, notando la preocupación en su mirada mientras ella comenzaba a responder.Sin embargo, antes de que Elizabeth pudiera terminar, el sonido estridente de su celular interrumpió sus palabras. Santiago contestó la llamada y la puso en altavoz, llevándolos en silencio todo el camino hacia la convención.Elizabeth, decidida a mantenerse reservada, optó por no decir nada más y bajó del auto al llegar, sin dirigirle siquiera la palabra a Santiago.Desconcertado, él la siguió.—Elizabeth, ¿qué pasa?.Mientras Santiago intentaba hablar con Elizabeth, los paparazzi se acercaron como moscas atraídas por la presencia del famoso empresario en la convención. La multitud de cámaras y flashes creó un muro invisible que separó a Elizabeth de Santiago. Desde la distancia, ella lo observó sonreír y tomarse fotos con sus admiradores antes de decidir entrar al recinto.Dentro del recinto, Elizabeth se sentó e
Santiago se acercó a Elizabeth, su voz cargada de urgencia.—Elizabeth, lo que viste no es lo que parece. La encontré en el bar bastante ebria y la traje a casa para asegurarme de que estuviera bien.La respuesta de Elizabeth fue fría. —No necesitas darme explicaciones. Ya puedes irte.—Al salir del cuarto de Cristen , el aire estaba espeso de tensión, como si las emociones mismas estuvieran revoloteando a su alrededor.—¿Por qué no confías en mí? —suplicó Santiago.—Porque creo que he visto suficientes partes oscuras de ti, y ya no quiero ver más —replicó Elizabeth.—Me niego rotundamente a dejarte ir —insistió Santiago.—Por favor, solo vete —rogó Elizabeth.—No... no me iré —prometió Santiago.Entonces la atrapó por la cintura y la acercó a él. Sintió el calor de su cuerpo, pero también su resistencia, como si estuviera intentando escapar de algo más que de su abrazo.—Déjame ir, Santiago —dijo ella, irritada, apartándolo. Su voz era firme pero temblaba ligeramente, revelando una v
Beso sus labios con ansiedad, mientras ella percibe la tensión palpable en su cuerpo, como si estuviera conteniendo un torrente de emociones. La suavidad de sus labios contrasta con la urgencia que él siente en su interior.—¿Por qué te detienes? —pregunta Elizabeth, con un tono entre ansioso y curioso.—¿Estás segura de que quieres continuar? —responde Santiago, su voz cargada de deseo y preocupación.—¿Dolerá? Bueno, no importa si quiero ser tuya —cuestiona Elizabeth, sus ojos buscando los de él en busca de confirmación y consuelo.—Si quieres que pare, lo haré. Abre la boca —añade Santiago, su aliento cálido rozando la piel de su rostro.Mientras ella obedece y abre la boca, Santiago introduce dos dedos humedecidos en su interior, deslizándolos hacia su vagina con delicadeza. Un suave beso en sus labios precede a su descenso lento por su cuerpo, explorándolo con devoción hasta alcanzar su centro más íntimo. Cada centímetro de piel que toca se enciende bajo sus caricias, creando una
El suave sonido del despertador sacó a Elizabeth de su profundo sueño, arrancándola de la paz de la noche. Abrió los ojos lentamente, sintiéndose un poco adolorida. Con cuidado, retiró su brazo de debajo de la cabeza de Santiago, el hombre que yacía a su lado en la cama. Observó con admiración su escultural figura, parecida a la de un dios griego, con sus marcados abdominales que destacaban como tabletas de chocolate.Inclinándose suavemente, acarició con sus labios los de Santiago y le dio un tierno beso de buenos días. Se separó con suavidad y se levantó con gracia de la cama, notando una pequeña marca roja en las sábanas cercanas a donde había dormido, recordatorio silencioso de los acontecimientos de la noche anterior.Con paso decidido, se dirigió al baño y abrió la regadera, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel, reconfortándola con cada gota. Mientras tanto, Santiago despertó solo en la cama, e inmediatamente se percató de la ausencia de Elizabeth. Siguió el soni
Este día, Santiago se encuentra sumamente ocupado, intentando cerrar algunos pendientes en casa, justo en su despacho, aunque su mente está mayormente ocupada por su dulce novia, Elizabeth. A medida que el sol empieza a descender en el horizonte, decide enviarle un mensaje, procurando no interrumpirla y evitando presionarla para que no se sienta incómoda.—¿Qué estás haciendo? —escribe en el mensaje —Yo aquí estoy en mi despacho, he dejado muchos pendientes para ti, para el Lunes...A pesar de ser su novia, Elizabeth continúa siendo su asistente.La idea de que ya no es solo su novio de mentiras lo llena de felicidad. Jamás imaginó que acabaría enamorándose de Elizabeth de esta manera. Su rostro ilumina su mente mientras escribe el mensaje.—¡Qué malo eres! ¿No sabes hacer otra cosa que trabajar? Es fin de semana —Elizabeth responde, y Santiago puede imaginarla frunciendo el ceño mientras teclea.«Sí, tal vez no sé hacer otra cosa más que trabajar. El trabajo es como una droga, muchas