Beso sus labios con ansiedad, mientras ella percibe la tensión palpable en su cuerpo, como si estuviera conteniendo un torrente de emociones. La suavidad de sus labios contrasta con la urgencia que él siente en su interior.—¿Por qué te detienes? —pregunta Elizabeth, con un tono entre ansioso y curioso.—¿Estás segura de que quieres continuar? —responde Santiago, su voz cargada de deseo y preocupación.—¿Dolerá? Bueno, no importa si quiero ser tuya —cuestiona Elizabeth, sus ojos buscando los de él en busca de confirmación y consuelo.—Si quieres que pare, lo haré. Abre la boca —añade Santiago, su aliento cálido rozando la piel de su rostro.Mientras ella obedece y abre la boca, Santiago introduce dos dedos humedecidos en su interior, deslizándolos hacia su vagina con delicadeza. Un suave beso en sus labios precede a su descenso lento por su cuerpo, explorándolo con devoción hasta alcanzar su centro más íntimo. Cada centímetro de piel que toca se enciende bajo sus caricias, creando una
El suave sonido del despertador sacó a Elizabeth de su profundo sueño, arrancándola de la paz de la noche. Abrió los ojos lentamente, sintiéndose un poco adolorida. Con cuidado, retiró su brazo de debajo de la cabeza de Santiago, el hombre que yacía a su lado en la cama. Observó con admiración su escultural figura, parecida a la de un dios griego, con sus marcados abdominales que destacaban como tabletas de chocolate.Inclinándose suavemente, acarició con sus labios los de Santiago y le dio un tierno beso de buenos días. Se separó con suavidad y se levantó con gracia de la cama, notando una pequeña marca roja en las sábanas cercanas a donde había dormido, recordatorio silencioso de los acontecimientos de la noche anterior.Con paso decidido, se dirigió al baño y abrió la regadera, dejando que el agua caliente cayera sobre su piel, reconfortándola con cada gota. Mientras tanto, Santiago despertó solo en la cama, e inmediatamente se percató de la ausencia de Elizabeth. Siguió el soni
Este día, Santiago se encuentra sumamente ocupado, intentando cerrar algunos pendientes en casa, justo en su despacho, aunque su mente está mayormente ocupada por su dulce novia, Elizabeth. A medida que el sol empieza a descender en el horizonte, decide enviarle un mensaje, procurando no interrumpirla y evitando presionarla para que no se sienta incómoda.—¿Qué estás haciendo? —escribe en el mensaje —Yo aquí estoy en mi despacho, he dejado muchos pendientes para ti, para el Lunes...A pesar de ser su novia, Elizabeth continúa siendo su asistente.La idea de que ya no es solo su novio de mentiras lo llena de felicidad. Jamás imaginó que acabaría enamorándose de Elizabeth de esta manera. Su rostro ilumina su mente mientras escribe el mensaje.—¡Qué malo eres! ¿No sabes hacer otra cosa que trabajar? Es fin de semana —Elizabeth responde, y Santiago puede imaginarla frunciendo el ceño mientras teclea.«Sí, tal vez no sé hacer otra cosa más que trabajar. El trabajo es como una droga, muchas
Ha pasado un año desde que todo comenzó a cambiar.Descubrieron que Cristen era prima de Santiago; sin embargo, ella no reclamaba ninguna participación en la empresa, y él seguía siendo el jefe. Ahora eran muy buenos amigos, compartiendo lazos familiares y laborales.Santiago y Elizabeth estaban más unidos que nunca. Él le había pedido que se mudara con él, pero ella había solicitado tiempo hasta que finalizara el contrato de arrendamiento de su departamento, necesitaba ajustarse a los cambios de manera gradual.Los proyectos de salud infantil que Santiago había iniciado en honor a su hermano estaban a punto de dar frutos. Habían formado una sólida asociación y varios hospitales estaban involucrados. Santiago afirmaba que ese proyecto era lo mejor que le había pasado en la vida y se sentía profundamente orgulloso de él.Habían pasado un fin de semana maravilloso juntos: un día en el parque de diversiones seguido de una noche de intimidad que fortaleció aún más su vínculo.Ahora era lu
Cristian había llegado al aeropuerto.Escuchar a Elizabeth llorar le desgarró el corazón. Se preguntó dónde se había metido su amigo. No podía creer que hubiera desaparecido tan repentinamente.«Vuelo 201 con destino a Canadá, favor de abordar por la puerta 7» anunció la bocina. Al escuchar la bocina, supo que ese era su vuelo. Eran las 5 de la tarde y el vuelo llegaría a Canadá a las 8 de la noche. Entró al avión y reclino su cabeza en el asiento.Antes de que el avión despegara y le ordenaran guardar el celular, envió un mensaje a Elizabeth.—Eli, trata de descansar. Cuando llegue a Canadá y sepa algo de tu amado, te hablo, ¿ok?Guardó su celular y se acomodó, poniendo una película en la pantalla del asiento de enfrente para que las horas pasaran más rápido.«Pasajeros del vuelo 201, favor de abrochar sus cinturones. Vamos a aterrizar en el aeropuerto de Canadá.»En menos de lo que pensaba, ya estaba abajo del avión.Se dirigió a la posada donde se hospedaba Santiago.—Hola, buenas
La enfermera a cargo del cuidado de Santiago informó a Cristian con preocupación:—Si gusta, puede irse. Él no se despertará hoy —dijo con un tono suave pero cargado de seriedad, mientras ajustaba con delicadeza las almohadas que sostenían la cabeza de Santiago.Cristian asintió, sintiendo una preocupación palpable por el estado de su amigo. Observó cómo Santiago yacía en la cama, su rostro tranquilo pero pálido, conectado a varios monitores que parpadeaban con cada latido de su corazón. El aroma a desinfectante y el suave murmullo de la maquinaria médica llenaban el aire, creando una atmósfera de tensa espera en la habitación.Al salir del hospital, Cristian se sumergió en su rutina nocturna. El frío viento de la noche soplaba, haciéndolo temblar ligeramente mientras caminaba por las solitarias calles iluminadas por las farolas. Tras una ducha reconfortante que apenas logró calmar sus nervios, revisó sus correos electrónicos, pero su mente seguía atormentada por la imagen de Santiago
Santiago, con un gesto de desdén, pronunció: —Otra vez esta m*****a comida de hospital, realmente odio estar aquí —arrugando la frente al contemplar el desalentador plato frente a él, carente de cualquier atisbo de apetito.—¿Cómo estás hoy, Santiago? Hoy te darán de alta —dijo Isabel con una sonrisa forzada, tratando de infundir ánimo en la situación.—Sí, amor. Hoy regresamos a Estados Unidos —respondió él, tratando de sonar más convencido de lo que realmente está.—Sí, amor... Oye, me da mucho gusto que estés bien —pronunció Isabel mientras se acercaba y lo besaba, sus labios presionados contra los de él con una frialdad que no pasaba desapercibida para Santiago.«¿Por qué sus besos no me saben bien? Saben amargos», reflexionó Santiago mientras se separaba de ella, con una extraña sensación de vacío en el pecho.—Amigo, ya recogí tu alta, ya puedes irte a cambiar. No me gusta estar viéndote el trasero —dijo Cristian, bromeando como siempre, intentando aligerar el ambiente con su hu
Cristian, con el corazón apretado ante las lágrimas de Elizabeth, la rodeó con sus brazos con ternura, sintiendo el temblor de su cuerpo mientras la sostenía firmemente.—No llores, Eli, estoy aquí contigo —susurró, su voz era suave y reconfortante, mientras acariciaba suavemente su cabello, tratando de calmar su angustia, temiendo que se desmoronara en cualquier momento, especialmente frente a Isabel.—¿Por qué, Cristian? No es para tanto. Solo le pedí que tratara con respeto a su jefe y que no se pasara de confianzuda con mi novio, o le mostraré su lugar —intervino Isabel, con su tono de voz cargado de autoridad.A pesar de la ira que hervía en su interior hacia Isabel, Cristian se aferraba con más fuerza a Elizabeth, como si temiera que si la soltaba, todo se desmoronaría a su alrededor.—Eli... Así que tú eres Elizabeth —comentó Santiago, observando la escena con curiosidad y un dejo de confusión en sus ojos.—Sí, y parece que tu memoria me ha jugado una mala pasada —respondió Eliz