AMELIA
Terminé de ajustar mi arete y me miré en el espejo notando como el vestido blanco corto se ajustaba moderadamente a mis caderas, mi chaqueta de cuero beige hacía la perfecta combinación y mis botas del color del vestido se mostraban altas, elegantes. Por primera vez no sonreí satisfecha. Podía verme bien por fuera, pero estaba muy mal. Sentí mi garganta seca y miré hacia el techo conteniendo mis lágrimas.
—Vamos, Amelia— me di ánimos a mi misma.
Alisson, su mirada, lo destrozada que está. Por el lado de su vida que nunca conocí, por no conocerla. Por el bullying que sufre en el instituto, por cada lágrima que suelta cuando esta sola. Por ella haría esto, por que no era justo que sufriese aún más, porque es mi hermana.
Fingir. Eso haría, y no sería algo del otro mundo, lo hice todo el tiempo que estuve con Jordan. Mis acciones siempre fueron dirigidas por la necesidad de llevar la vida perfecta junto al chico más codiciado del instituto. Ambos fingimos, yo por ello, y él por su obsesión de ser el mejor frente a su padre machista.
Podría hacerlo. Al menos unos días, solo eso, días. Por que si hay algo que me caracteriza es que nadie puede manipularme, y él no será la objeción.
Tomé mi pequeño bolso blanco y abrí la puerta de mi habitación tomando aire, papá justo en ese instante pasó frente a mí y se detuvo para saludarme, llevaba una camisa manga larga como habituaba, sus pantalones algo casuales pero a la moda y sus lentes puestos. Reí inconscientemente al ver sus pantuflas azules, las cuales le había regalado para navidad. Al parecer ya había terminado su trabajo.
—Hola, caramelo de melocotón— dijo el apodo con el que solía llamarme y besó mi mejilla —¿Estás bien?
—Hola papá— di una sonrisa fingida —Claro— mentí.
—Entiendo— reajustó sus lentes, se notó que no creyó ni una palabra, no podía mentirle —Tan solo no quieres hablar de ello— asentí y bajé la mirada —Tranquila, sabes que aquí estoy, ¿No?— tomó mi barbilla y le miré, ahí estaba, con sus ojos verdes claros, dándome fuerzas.
Le abracé fuerte y acarició mi cabello. Nunca podría tener un padre mejor, y agradecía cada día por eso.
—Te amo, pa— susurré y me alejé.
—Yo igual. Que te vaya bien— sonrió, hice lo mismo y tomé una bocanada de aire dirigiéndome a las escaleras. Pronto salí de la casa.
Estando en el auto apoyé mis manos en el volante apretándolo con fuerza, cerré los ojos y relamí mis labios sintiendo una pequeña línea maltratada por mis dientes horas anteriores. Mis piernas hormiguearon y me vi en la necesidad de bajar del auto. Así lo hice, necesitaba caminar, no era tan lejos, el frío de la noche me haría bien, de igual forma podría pedir un taxi de venida. No volvería con Violet y su terrible hermano.
Comencé mi trayecto. Por donde iba no era peligroso, podía considerarse territorio intocable, personas poderosas a las cuales no podías robar a menos de que quisieras vivir toda tu vida en prisión. Mi familia era parte de eso, mamá dueña del almacén de cosméticos más influyente del estado, y papá un psicólogo el cuál ha atendido a personas grandes, incluso celebridades. Siempre estaría orgullosa de ellos, sin ellos no sabría cómo vivir.
Cruce en la esquina y me detuve delante de la casa de los Wallet, el mustang rojo de Jordan estaba afuera estacionado, y si, vivíamos muy cerca, tan solo a tres cuadras de diferencia, como ya lo dije antes, era un vecindario de personas influyentes, y los Wallet no eran la objeción. El Sr. Dylan Wallet, padre de Violet y Jordan. Es el dueño de una cadena de hoteles, y además de eso, dedicó mayor parte de su vida al fútbol, donde siempre salió victorioso, hasta que se retiró. Y la Sra. Helena, fue modelo de joven, muy exitosa, hasta que conoció a su esposo y dejó su carrera dedicándose completamente a él y sus dos hijos.
Siempre que veo a la Sra. Helena, me pregunto, ¿Porqué no podías seguir tus sueños? Los hijos no son impedimento, y más cuando tienes el dinero suficiente para dejar a alguien a cargo de ellos. Pero en cambio, ¿El Sr. Dylan, si lo es? Seguramente.
Toqué el timbre y esperé unos segundos hasta que Violet salió por la puerta, llevaba un vestido color vino ajustado y su cabello suelto perfectamente alisado. Mordí el interior de mi mejilla al ver a Jordan detrás de ella. Él se veía casual, pero al mismo tiempo elegante, con esa chaqueta oscura resaltando sus ojos color cielo. Quizá meses antes me hubiese babeado por él, pero en cambio lo que sentía en ese momento era; repulsión.
Él me miró con una sonrisa cínica y me tendió su mano, bajé la mirada y la tomé demostrándole que había aceptado su sucio trato. Su mano se sentía fría, rasposa, o quizá sólo yo la sentía así.
—Mía— murmuró Violet —¿Ustedes volvieron?
—Si— respondió Jordan victorioso —Eso era lo que quería decirte, hermanita.
—Oh... — musitó, en esfuerzo alce la mirada enfocándola en la de la rubia. Ella tenía el ceño fruncido, tragué saliva y me puse recta tratando de borrar mi expresión. Lo hice.
—Vamos— dije para evitar preguntas. Jordan se dirigió hasta la puerta del coche, la abrió y me dejó entrar.
Tomé asiento justo a su lado. Violet se sentó atrás, y le miré por el retrovisor, sacó su teléfono mirando la pantalla con una sonrisa de triunfo. Pobre Victoria. Cuando alguien se metía con Violet, debía tener miedo.
Me dediqué a mirar por la ventanilla tratando de pensar que él no estaba a mi lado, pero su aroma me hacía la tarea imposible. Su olor siempre lo caracterizó en mi mente, un olor intenso a pino fresco que se cuela en tus fosas nasales, y no se va por un largo rato después de que él se ha ido. Cerré los ojos fuertemente tratando de retener las lágrimas.
¿Porqué las personas tienen que ser tan falsas?
—Mía— me llamó Jordan. Le miré, alce una ceja expectante eliminando mis ansias de llorar—¿Porqué no viniste en tu auto?— curioseó —Si querías que te llevara me hubieses dicho y yo con gusto te buscaba— sonrió. Esa misma sonrisa mentirosa, la misma con la que dedicaba el supuesto afecto que me tenía.
—No encontré mis llaves— mentí apretando los dientes al finalizar.
Él asintió al ver mi enojo y miró al frente el resto del trayecto. Yo volví a mirar por la ventana, hasta que cinco minutos más tarde llegamos al lugar.
Casa de Lonan. Un lugar un tanto exagerado. Cuatro pisos, balcón, jardines, dos piscinas, campo de minigolf. Lugar donde hacía fiestas cada fin de semana, y también celebraba los partidos que ganaba. ¿Sus padres? Demasiado ocupados con sus vidas en el extranjero. Y él, viviendo como si no hubiese un mañana.
Bajamos del auto estacionándolo al lado de aproximadamente treinta más. El lugar estaba repleto y eso que aún no eran las diez.
Violet inmediatamente se colgó de mi brazo y Jordan gruñó.
—Voy a necesitar a Amelia, un momento— avisó Violet a Jordan, él miró hacia dentro de la casa y luego a nosotras.
—Bien. Te veo en la barra de licores, en diez minutos— me dijo y se aproximó. Violet y yo nos detuvimos.
—¿Qué mosco te picó?— me atacó —¿No que nunca volverías con él?— tomé aire.
—Me convenció— Fingí una sonrisa.
—Estás loca, Mía— negué —Escucha— pase un mechón de cabello tras mi oreja —Justo a las doce, haré un discurso poniendo de excusa el triunfo del partido... — ahí venía uno de sus planes.
—¿Pero?
—Pero ahí será donde le llamaré a ella y...— apretó los labios a punto de gritar.
—¿Y?
—Tan solo, espera a verlo por ti misma.
—¿Entonces para que necesitas mi ayuda?
—Justo ahora ella está en una habitación con uno de mis amigos, necesito que vigiles que ella no salga antes de diez minutos, porque necesito preparar algo— rodee los ojos —Por favor— insistió.
—Bien— solté, ella dió un saltito.
—¡Te amo!— me abrazó y entramos al lugar.
No era la primera vez que le ayudaba con algo así, sabía que estaba mal, pero Violet nunca se daba por vencida hasta tomar venganza, y la última vez que no quise hacer parte de sus juegos, terminó en dirección. Ya que a ella le cuesta un poco hacer las cosas bien sin ayuda.
Miré a mí al rededor luego de pisar la casa de Lonan, habían muchas personas bailando, mujeres en ropa interior, chicos drogados en el suelo, personas haciendo juegos extraños, mucha espuma, luces por doquier. El lugar era un caos.
Violet me dedicó una mirada cómplice antes de perderse entre la gente, me acerqué hasta las escaleras y subí, habían muchas parejas en los escalones besuqueándose. Sentí desagrado. Llegué al segundo piso y me posicioné al lado de las habitaciones, justo donde debía estar Victoria dentro.
Jordan debía estar al otro lado de la casa, donde quedaba la barra, así que podía estar segura que no me vería haciendo partícipe de las venganzas de su hermana. Venganza la cual no me importaba mucho participar, después de todo se trataba de Victoria, la chica que desde que entramos al instituto me hace la vida imposible. Algo que todavía no le encuentro la razón, por que antes de todo siempre habíamos sido amigas, las personas cambian, supongo.
A mi lado no habían personas, todas estaban ocupadas en las habitaciones, así que saque mi celular y entré a I*******m. Mientras veía el feed un ruido extraño me detuvo y me hizo girar.
—¡No!— gritó Dorian, estaba a un metro de distancia, al parecer alguien lo había empujado fuera de la habitación, pero él volvió a entrar, cerrando.
Sentí curiosidad, así que me acerqué un poco más, de repente me di cuenta que no era de mi incumbencia lo que pasara con el amigo de Jordan, así que iba a regresar hasta que escuché esa frase que me hizo helar el cuerpo entero.
—¡Jordan, mírame!— gritó Dorian. Fruncí el entrecejo exageradamente, ¿Jordan no estaba en la barra?
Acerqué mi mano al pomo de la puerta y sin dudarlo lo giré abriendo un poco, tomé valor y miré por la pequeña abertura de la puerta. Dorian estaba sobre Jordan, los dos se miraban fijamente a escasos centímetros de distancia de sus rostros, sentí una gran carga en mi pecho asentándose. Lo qué pasó después me dejó sin aliento, Jordan tomó del cabello a Dorian y lo acercó a él besándolo con desesperación. Quité mi rostro y cerré con cuidado girándome y caminando lentamente hasta bajar por las escaleras.
Dorian siempre estaba ahí. Desde que comenzamos nuestra "relación" Jordan y yo. Jordan siempre fue tachado como el mujeriego, y Dorian como el callado, sin toque en mujeres, pero serio. Nunca se me cruzo por la mente esto, nunca llegue a imaginarme que Jordan Wallet y Dorian Rollers, estaban en una relación. Y que yo era lo que lo mantenía alejado de los rumores. Por eso Jordan quería que yo estuviese con él nuevamente.
—Mentiroso— susurré en cuando las lágrimas nublaron mis ojos, me sentía usada, pero descaradamente. No lloraba por amor, pero si porque nunca lo pensé, nunca creí que alguien podría burlase de mi, de esa forma tan inhumana.
Salí del lugar rodeando personas y caminando en una dirección de la que no me di cuenta hasta estar lejos, sentía que mis pies ardían y mis mejillas estaban calientes gracias a las lágrimas. Limpié mis ojos y me detuve dándome cuenta que no tenía idea de donde me encontraba. Era un muelle, nunca había visitado el lugar.
Miré a mí alrededor viendo que no había ni un alma, eso me tranquilizó un poco hasta que vi una silueta masculina acercándose.
«Me van a asaltar, luego me violaran y me estrangularán hasta matarme, seguidamente pondrán mi cuerpo en una bolsa y me tirarán al muelle como basura» Pensé en todas las posibilidades, todas malas. Y me di la vuelta comenzando a caminar en dirección contraria.
—¡Linda!— gritó el hombre alargando la palabra, estaba ebrio. Quería que la tierra me tragara. El pánico se asentó en mi estómago, mis manos comenzaron a temblar y mis piernas igual.
—¡Estoy llamando la policia!— grité y saqué mi celular, estaba sin batería, mis manos sudaron.
Voltee y el hombre estaba más cerca de lo pensaba, justo a mi lado, me tomó fuerte de la cintura, solté un grito, destilaba un olor a alcohol y cigarros, le di un codazo tratando de safarme de su agarre. Trataba de quitarme mi bolso.
—Amigo— escuché una voz tras él, él volteó y me soltó inmediatamente.
Él. El nuevo, quién me había visto mirándolo está mañana, estaba con una navaja en sus manos mirando directamente al tipo, sin ninguna expresión, se veía tranquilo.
—No quería molestar— dijo el hombre levantando las manos y alejándose seguidamente tambaleándose, apreté mi bolso y no me sentí aliviada hasta que el tipo estaba a tres metros, soltó una maldición y siguió su camino.
Tragué grueso y dirigí mi mirada al chico. Me miraba con el ceño fruncido.
—¿Estás loca?— gruñó. Negué —¿Cómo es que andas por este lugar a esta hora?— guardo la navaja en su bolsillo trasero.
—Yo... — bajé la mirada —No me di cuenta que era un lugar peligroso.
—¿No te diste cuenta luego de pasar el estadio?— bufó —Yo no soy de aquí, pero m****a, esto grita maleante, drogadicto y violador.
—Ya veo— sonreí un poco al sentir el tono de su voz gruesa, pero parecía regañarme —¿Eres uno de esos?— el bufó.
—¿Donde vives?— preguntó.
Mire a mi alrededor, ahora mas tranquila pude visualizar todo y darme cuenta que no estaba muy lejos del estadio.
—A veinte minutos de aquí.
—Bien, andando— dijo, asentí y comencé el trayecto a su lado, él encendió un cigarrillo, le miré unos segundos.
Llevaba un suéter blanco con un logo verde en la mitad, pantalones negros ajustados y unos zapatos comunes. Tenía un piercing en la nariz, un arete en forma de cruz en su oreja, y podía ver un tatuaje en su mano, esta mañana, cuando lo miré bien en el instituto pude deducir que tenía más. Yo le llegaba al pecho de altura. Su cabello rubio, y ojos canelas, podía sentir su olor a loción masculina. Quité la mirada al ver cómo me miró de reojo.
—¿Cómo te llamas?— pregunté luego de unos minutos de camino.
—Derek.
—Mmm. Yo soy, Amelia.
—Joder— bufó.
—¿Qué?
—Hasta tienes nombre de ricachona— soltó el aire del cigarrillo —Ya me caes mal.
Entreabrí los labios ofendida, pero preferí quedarme callada, no iba a discutir eso. Al pasar el rato llegamos a mi casa, me detuve y él no me miró.
—Oye— iba a hablar pero él lo ignoró y siguió caminando —¡Derek!— grité, sin embargo no me prestó atención —Gracias— susurré, no pude despedirme— Loco, mal educado— bufé y me di la vuelta dirigiéndome a la puerta.
Mordí mi labio y entré quedándome estática unos momentos. Allison estaba justo ahí, en el suelo, estaba empapada de un líquido naranja, su ropa pegada a su cuerpo y una expresión de dolor en toda su cara. Alguien le había echo esto.
DEREKFumaba un cigarrillo sentado en la orilla del muelle, mientras trataba de ver cuál era el final del lago a lo lejos, mismo que se escondía bajo el cielo oscuro, mezclado con las nubes esparcidas cómo abanicos. Pensamientos recorrían mi mente, más que todo errores.Cómo la vez que probé cocaína en el techo del internado, o la vez que intenté escaparme pero no pude, no quise. Por la misma razón; miedo.El mismo que vi en los ojos de la chica que estaba a punto de ser robada, o quizás violada a unos cuantos metros. Pero, ¿A quien se le ocurre andar a las diez de la noche por un muelle abandonado? Bueno, soy la excepción, ya que siempre me ha gustado el riesgo. Pero ella no parecía que buscaba uno, más bien, se veía perdida.Cuando vi su silueta forcejeando con el tipo ebrio, no supe que era ella, la chica que había atrapado mirándome en el salón de clases, tan solo
AMELIASentía que mi mandíbula caería al suelo en cualquier momento, Derek me veía con una sonrisa instalada en su rostro, mientras Lonan tenía el entrecejo fruncido. De repente me sentí en una jaula, me di la vuelta saliendo de la habitación con prisa, arrepentida y con los latidos de mi corazón sin freno.—¡Mía!— gritó Lonan detrás de mí, me tomó del brazo logrando que voltease y apreté los labios.—Déjame— me safé de su frágil agarre y baje la mirada.—No fue mi intención, no sabía que estabas oyendo yo...—¡Da igual!— me exalté —Hablas mal de mi hermana con alguien más, es igual si no estoy, no entiendo por qué ustedes son así, mentirosos, manipuladores— arrugue la nariz recordando a Jordan.—¿Ustedes quiénes?— irrumpió Derek apareciendo detrás de Lonan —¿Los hombres?— preguntó, asentí sin darme cuenta —Bien, ya que hablamos de eso, voy a poner mi queja— fruncí el ceño, Lonan ig
DEREKVisualice a la chica castaña delante de mí, tenía sus ojos marrones bien abiertos, casi asustada podía notar. Tragó saliva y dió un paso atrás bajando la mirada y abrazándose a sí misma.—Allison— dijo el hombre, mi psicólogo a ella —Fue solo un susto— me miró sonriendo falsamente mientras la veía de reojo.—Al menos para ella si— reí viéndola, veía al suelo —Parece que casi se desmaya— bromeé, ella se dió la vuelta sin decir palabra y entró rápidamente a la habitación.—En fin— continuó el hombre evitando el silencio por más tiempo —Vamos— siguió el camino hasta que llegamos a una puerta y la abrió entrando.Era una oficina amplia, con algunas plantas, una ventana hacía el jardín, decoraciones en mármol, un escritorio de madera, y el típico mueble para recostarse y meditar sobre tu triste vida. Nada nuevo que ver.—Puedes sentarte— dijo señalando el sillón, él tomó asiento en
AMELIAEntré a mi auto encendiéndolo y arranqué comenzando mi trayecto hasta el instituto. El día de ayer cuando llegue a casa estuve toda la tarde esperando que Allison saliese, para al menos verla dos segundos y preguntarle cómo estaba, sin embargo no lo hizo, pero si cuando dormía, mamá me dijo minutos antes en el desayuno que le vió de madrugada comiendo.Mis padres me preguntaron si sabía que le sucedía, pero no pude, no quería decirles algo de lo que Allison se avergonzara.Llamé varias veces a Violet ayer hasta que a la llamada cien contestó, tuve que darle un amplio discurso para que no se sintiera mal, creía que yo estaba enojada por lo que había echo, sin embargo no podía, no había sido su culpa, al menos no conscientemente. Al final terminamos riendo y quedamos en que hoy la pasaríamos bien.Pronto estacioné delante del instituto y bajé tomando mi bolso rosa, cerré con delicadeza la puerta pasando un mech
AMELIA—¿Nuestra qué?— pregunté incrédula, él me veía con una sonrisa extensa, ignoró mi pregunta y subió la cuesta. Hice lo mismo apresurándome.Se detuvo a un lado de auto y dirigió su vista al océano.—A veces odio ser así— le escuché decir cuando logré estar justo a su lado, veía al suelo mientras mantenía el ceño fruncido.—¿Cómo?— pregunté. Él removió su cabello nervioso y sonrió de medio lado tratando de ocultarse.—Espontáneo— se encogió de hombros.—Es lindo— solté sin pensar, él alzó la mirada y baje la mía hacía mis zapatos, sentí una corriente de nervios recorrer todo mi cuerpo, el aire me faltó de repente.—¿Quieres subir y hablar?— preguntó, le miré al instante tragando el nudo que se asentaba en mi garganta, asentí subiendo al auto.Él hizo lo mismo y cerramos las puertas, su auto era muy cómodo, nuevo, olía a él, una fraga
DEREKLas manos comenzaron a sudarme, sentía mi corazón tamborear en mi pecho a medida que el chico delante de mí temblaba sollozando, tragué saliva y me senté en el césped justo al frente de él, tratando de seguirle viendo a pesar de la poca luz. No había razón de su llanto repentino, esto era extraño, pero sabía que sufría.—Brad— murmuré demasiado bajo, temía asustarlo, se veía muy vulnerable.—Shhh... — siseó aún respirando fuerte, hice caso y nos mantuvimos en silencio por mucho más tiempo de lo que pensé. Al pasar unos diez minutos note cómo se calmó y abrió los ojos.—Oye... — dije, él alzó la vista del suelo para verme, dejó de estar en posición fetal y se estiró quedando sentado aún en el suelo, se cruzó de piernas al igual que yo, indicándome que aún quería permanecer ahí.—Soy un desastre— murmuró bajando la mirada a sus manos, temblorosas.—No eres el único.
DEREKMalditos ricos.Literalmente también lo soy gracias a mi padre y la eterna herencia que me espera. Pero una cosa es tener, y otra, creer que eres el jodido dinero. Eso es lo que los idiotas de aquí parece que se metieron en la cabeza.Apenas bajé del auto, recibí muchas miradas de desagrado. Yo uso la maldita ropa que quiera, nadie puede impedírmelo. Pero aún así, me causa gracia que todos tengan miradas y gestos superiores, tan solo por que estudian en un instituto privado, llevan la última moda, o por que la mayoría de los padres de seguro, están tomando té, mientras juegan un maldito partido de gol.El lugar era enorme por fuera, casi igual que el internado, las paredes de un color rojizo, tres pisos, con jardines impecables, y algunas estatuas.Mantuve mi frente en alto y metí mis manos en los bolsillos de mis jeans desgastados, fijando la v