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Capítulo 4. Una boda muy agitada (Parte 1)

Todos en la Corte estaban expectantes por la llegada del príncipe Abiel. Incluso la duquesa Mila, quien llegó al palacio apenas recibió el mensaje de la reina Brida para conocer a quien sería su futuro esposo. El rey Zuberi estaba escéptico, ya que no creía que su hermana pudiera intercalar entre la gestión de sus propias tierras con las del príncipe, a pesar de que ella lo tranquilizó con estas palabras:

- Podemos llamar a una administradora, así funcionan muchos ducados hoy en día. Además, esas tierras que tu esposa cedió al príncipe son más importantes: no podemos perderlas por un “desliz” que ella cometió en el pasado.

El rey Zuberi suspiró y, al final, se resignó. Tenía mucho que hacer y no podía estar pendiente de las actividades de su hermana.

El príncipe llegó en un enorme y largo vehículo, acompañado de sus escoltas conformados por dos guardias, seguido de un ejército de veinte soldados guiados por su capitán y montados en potentes motonetas de cuatro ruedas. Los coches fueron estacionados y el príncipe se presentó ante el trono, causando una gran impresión a la Corte y a la reina debido a su singular aspecto. Era un hombre alto, de cabellos largos hasta la cintura, con rostro delgado, pómulos altos y cejas gruesas. Llevaba una armadura dorada propia de su reino, cubierto por una capa roja que colgaba de sus hombros. Aunque apenas tenía 21 años, sus ojos parecían ser los de un hombre maduro, ya que no poseían ningún atisbo de emoción propia de la juventud.

- Buenos días, su majestad – saludó el príncipe Abiel, haciendo una reverencia – he venido aquí, a petición de mi madre, para escuchar la propuesta que tiene para mí en lo concerniente a las tierras cedidas a mi reino y, de las cuales, estaré a cargo a partir de ahora.

La reina Brida lo contempló por unos instantes. Tenía los modales propios de un príncipe de su nación y, de lejos, se notaba que era un hombre fuerte y experimentado en combates. Así es que mostró una expresión neutra y le dijo:

- Sé que hará un gran esfuerzo por mantener esas tierras y, por motivos de garantizar la alianza entre las naciones, me gustaría pedirle que contrajera nupcias con la duquesa Mila, la hermana menor de mi esposo, el rey Zuberi. Ella ya está experimentada en la gestión de territorios en calidad de duquesa, por lo que sé que te será de gran ayuda para que puedas cuidar tu terreno y contribuir al desarrollo del comercio internacional.

La expresión del príncipe Abiel pasó de la indiferencia a la sorpresa en un breve lapsus de tiempo. La reina Brida supuso que no se le había informado al respecto, por lo que no sabía cómo podría proceder. Aún así, el joven logró controlarse y, con toda la diplomacia que requería esas cuestiones, respondió:

- Si es el deseo de la reina de esta nación, acepto casarme con la duquesa Mila. Le pediré permiso a mi madre para casarme en este país y me pondré a ello al instante.

Mientras conversaban, Mara observaba a lo lejos. Se sorprendió por la forma en que su madre lideraba el reino y se preguntó cómo hubiesen surgido las cosas si ella fuese aceptada como una princesa. Seguro estaría sentada a su lado, luciendo orgullosa una tiara que representara su estatus y compromiso con su pueblo. Pero, en esos momentos, solo le quedaba mantenerse al margen, no intervenir y evitar al rey Zuberi, que no paraba de mirarla con ojos inquisidores, como si le fastidiase su presencia en el palacio.

Y el susodicho giró la cabeza en dirección a ella. Así es que, de inmediato, se marchó y se dirigió a su habitación, dispuesta a leer un libro o escribir nimiedades en su diario.

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El ducado que le fue heredado al rey Zuberi y a la duquesa Mila era conocido como “El ducado de Flores”, debido a que predominaban los jardines y cultivos de flores de todo tipo. El castillo de Mila tenía muchos jardines colgantes en los balcones, cuyo colorido contrastaba con los ladrillos negros de la construcción.

La boda se celebró en dicho castillo, ya que era costumbre que el novio se trasladase al hogar de la novia para unirse a su familia. Sin embargo, acordaron que se mudarían al terreno limítrofe con el reino de Este en la próxima semana, después de consumada la relación.

Tanto la reina Brida como Mara asistieron, debido a que se casaría la hermana del rey Zuberi. El monarca, por su parte, mandó fortalecer la seguridad del castillo para que no surgiese algún percance durante la celebración. Si bien la presencia del príncipe extranjero causó curiosidad en el reino, la boda se celebró a puertas cerradas y de forma discreta, por lo que ningún periodista o persona lejana a la familia real podía ingresar.

El rey Zuberi vistió un traje militar azul, con botones plateados y hombreras color rojo. La reina Brida tenía un vestido verde esmeralda de un solo hombro y los cabellos adornados con hebillas de diamantes diminutos. Mara, en cambio, llevaba un sencillo vestido rosa claro sin detalles, con una larga trenza gruesa que colgaba por su espalda y una pequeña diadema plateada con un rubí en el centro. Los pocos invitados que la vieron se quedaron asombrados por el aspecto de la muchacha ya que, desde su llegada al palacio, era la primera vez que lucía como una princesa. Mara se sentía nerviosa, pensaba que ni el príncipe llamó tanto la atención como ella y solo deseaba marcharse de ahí.

Su madre debió de percatarse de su incomodidad porque le susurró al oído:

- Descuida, pequeña, nadie se burlará de ti. Solo no están acostumbrados a tu presencia. Mejor mantente a mi lado hasta que termine la boda.

El rey Zuberi, quien para nada quería involucrarse con la muchacha, decidió acercarse a su hermana. Ésta tenía los cabellos rubios y cortos, ojos azules intensos y la piel bien blanca. En esos momentos le aplicaron rubor en las mejillas para no lucir tan pálida, además de ponerse un vestido azul intenso que relucían su belleza. Zuberi pensó que en verdad lucía bien y que, posiblemente, lograría enamorar al príncipe ante un primer vistazo.

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