Destinados
Destinados
Por: Kleo M. Soto
EPÍGRAFE

AMÉRICA

—¡Tienes que apoyarnos, somos una familia! —exclama mi hermana mayor Alene.

Me quedo callada, el silencio me resulta tan ensordecedor, que soy capaz de respirar la hostilidad que emana de sus palabras con filo.

—Somos hermanas, no puedes estar en contra —toma mis manos y las acuna entre las de ella—. Por favor, apóyanos.

Desciendo la mirada, Alene es mayor que yo por un minuto, somos gemelas, la adoro, pero no estoy de acuerdo con lo que ella y mi padre planean, la venganza de este tipo no deja nada bueno al final, en especial cuando se trata de derrocar un imperio empresarial como lo es el de Bryce Henderson.

—No quiero problemas —refuto, alejándome de ella.

Mi padre, quien hasta ese momento se había mantenido a raya de la situación, sentado desde su escritorio, se pone de pie y molesto, me lanza una mirada cargada de advertencias.

—¿Acaso tengo que recordarte que es gracias a la familia Henderson que tu madre murió? —refuta.

«No, no lo olvido»

Sello mis labios, entrar en una discusión con ellos me resulta desgastante.

—Solo te pedimos que no aparezcas por estos lugares —añade mi hermana—. Nadie sabe y nadie se puede enterar de que somos gemelas.

El tono de voz de Alene desciende a decibelios apenas audibles.

—Hija, nada más te estamos pidiendo que te mudes y que de ser necesario, nos apoyes —añade mi padre, mirando a mi hermana con orgullo.

No soy idiota, sé que de las dos, es su favorita. Me remuevo inquieta sobre mi sitio. Deshaciéndome de su tacto.

—Está bien, me voy a mudar, solo no quiero que me metan en problemas —arguyo, realizando una mueca de desagrado.

Ambos parecen satisfechos con mi respuesta.

—¿Y nos vas a apoyar? —inquiere Alene con ilusión en el rostro, ladeando una media sonrisa tan suya.

—De eso no estoy muy segura, entiendo que por culpa del padre de Bryce Henderson, mamá murió, me molesta tanto como a ustedes, pero tengo una vida, y quiero seguir en la paz que esta me ofrece, así que no quiero problemas ni verme metida en asuntos legales por su culpa —esclarezco con sinceridad.

El rostro de mi hermana cambia fugazmente.

—Lo que estás haciendo se llama traición —chasquea la lengua.

Niego con la cabeza.

—No, lo que hago es ser inteligente, hermana —tomo mi bolso y me acerco a mi padre, para darle un beso de despedida.

Sin embargo, se aparta como si mi tacto le causa conflicto.

—Bien, nos vemos luego.

Salgo del departamento en busca de aire puro, limpio de pensamientos tóxicos y llego hasta un bar familiar, donde pido un trago, botana y paso la mayor parte del tiempo, comiendo, metida en los diseños que realizo en la laptop que llevo conmigo a todos lados.

El tiempo se me pasa volando hasta que mi móvil suena con demasiada insistencia, salgo de mi estupor y reviso el nombre que resplandece en la pantalla, tratándose de mi padre, comienzo a recoger mis cosas al tiempo que respondo.

—Papá.

Miro la hora que marca el reloj colgado en una de las paredes del local. Son las seis de la tarde.

—¡¿Dónde estás?! —exclama alterado—. ¡Tienes que venir al hospital, ahora mismo!

Mi corazón se detiene, el mundo se congela y las manos me tiemblan al saber que se trata de Alene.

—Voy para allá -cuelgo.

No hace falta que mi padre me diga más, entro al auto y me apresuro, al llegar, subo al piso correspondiente, donde encuentro a mi padre, caminando de un lado a otro en el área de espera.

—¿Qué sucede? —rompo el silencio que nos envuelve.

Mi padre levanta la mirada y me fulmina con ella.

—Todo esto es tu culpa —dice con la respiración acelerada.

—¿Qué?

—Si hubieras aceptado todo desde un principio, Alene no habría ido tras de ti, para tratar de hablar contigo —apunta—. Tu hermana tuvo un accidente automovilístico, un camión de carga chocó contra ella, el conductor estaba ebrio.

Mi corazón comienza a bombear a toda velocidad, mis puños se aprietan, mi padre aparta la mirada de mí y quiero decirle que no es mi culpa, pero no lo veo oportuno, sé defenderme, no obstante, me preocupa la salud de mi hermana, por lo que decido quedarme callada solo esta vez.

Las horas pasan hasta que el doctor, que la estaba operando, sale del quirófano y se acerca a nosotros.

—¿Usted es el padre de la Srta. Alene Sullivan? —se dirige hacia mi padre.

—Sí, soy yo, y ella es su gemela —me señala con la mirada, mi padre, lleno de angustia en su tono de voz.

—La paciente tuvo fractura de brazo y pierna derecha, su hombro se dislocó, pudimos detener la hemorragia y parece estar fuera de peligro —responde con gesto adusto—. Pero tengo que ser honesto con ustedes, el impacto del choque fue tal, que su columna vertebral obtuvo daños posiblemente irreparables. Con el tiempo podremos saber...

—¿Qué es lo que está tratando de decirme? —mi padre se altera.

El doctor nos mira a los dos de hito en hito, soltando un largo suspiro.

—Que, posiblemente, su hija no vuelva a caminar.

BRYCE

Tiro una bola perfecta y con ello gano el juego, Rupert, mi mejor amigo, niega con la cabeza, observando conmigo, el dulce sabor de la victoria, recoge el dinero y nos dirigimos hacia la barra, donde pide dos tragos dobles.

—La chica de la mesa cinco, no deja de lanzarte las bragas —me comenta entre risas.

Con cero discreción, porque me considero un hombre directo, volteo hacia su dirección, notando como una morena de ojos grises, me sonríe con coquetería, levanto mi trago en dirección suya y le devuelvo el gesto, luego me giro dándole la espalda.

—Eres un cojonudo —espeta Rupert con diversión—. Deberías disfrutar estas dos semanas que tienes de soltería.

—Sabes que soy leal —siseo.

Y es cierto, me considero un hombre enamorado de Alene Sullivan, la mujer que va a ser mi esposa en unas semanas, con la que he decidido compartir el resto de mi vida.

—Eso, amigo mío, te convierte en un tonto con suerte -ríe.

Niego con la cabeza, pagamos y nos marchamos, viendo la desilusión de las mujeres que nos comían con la mirada, nos despedimos y me dirijo a mi casa, una que adquirí hace un año, pensando en que sería al gusto de Alene para vivir. Me despido de Rupert y al llegar, me parece extraño no haber recibido una llamada o mensaje de mi prometida.

Frunzo el ceño, decido darme una ducha y al terminar, le marco, no me contesta, intento cinco veces más, estoy a nada de darme por vencido, cuando por fin contesta.

—¿Hola?

Abro la boca para reclamar, pero me detengo cuando noto algo distinto en su tono de voz.

—¿Alene? —inquiero con cautela.

Hay un silencio al otro lado de la línea, un respiro profundo.

—Sí...

Pero dudo. Tensando el cuerpo, sospecho.

—¿Quién eres tú?

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo