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EPISODIO 5: Soy Un Desastre

AMÉRICA

No he podido dormir, no desde que llegué a casa por la noche y no quise ver a Alene, pese a que ha amanecido y es un nuevo día, el corazón me sigue palpitando con fuerza brutal. Quisiera decir que estoy bien, que las cosas van a salir tal y como papá y ella planearon, aunque el padre de Bryce tuviera la culpa de la muerte de mamá, es inocente como nosotras.

Mi cabeza está hecha un lío, y por ello me levanto, cepillo mis dientes y bajo para preparar algo de desayunar, esperando que eso mejore mi estado de ánimo, la sensación de que algo sucederá hoy, no me abandona, es como un mal presentimiento.

Voy camino a la nevera cuando el sonido del timbre suena, no hay nadie cercano a abrir, por lo regular siempre es papá quien lo hace, así que dejo de lado el jugo, al lado de la carpeta amarilla que contiene mis documentos legales para hacer el trámite del nuevo curso sobre maquillaje que quiero probar, y me encuentro con un señor cargando un enorme arreglo floral.

—¿Señorita Alene? —pregunta.

Pero estoy tan agobiada por el hecho de que sean rosas blancas, las favoritas de mi hermana y las que más odio, las mías son amarillas, no blancas, un pinchazo en el pecho hace que me cuestione si en algún momento de mi vida, alguien hará esto por mí.

—Sí, soy yo —miento.

—Firme aquí, por favor.

Me indica el hombre, lo hago y enseguida se marcha, no sin antes desearme un buen día. Llevo el arreglo floral hasta la mesa, buscando alguna tarjeta, la encuentro, abro el pequeño sobre y casi me atraganto con la información innecesaria que está escrita.

"Me encanta tu sabor, quiero probarte el coño como la otra noche"

Mis mejillas arden y por puro instinto de supervivencia, tiro a la basura la nota luego de romperla en mil pedazos. No quiero que mi hermana se entere de esto. Hago lo mismo con el arreglo, elimino cualquier rastro de mi traición. Bebo mi jugo, al tiempo que los gritos ya habituales de enfado de Alene, llegan a mis oídos.

Una de las enfermeras que la cuida, baja las escaleras mediante pasos descuidados, con la barbilla temblorosa y los ojos llorosos, me localiza y baja la mirada, soportan tanto por necesidad, y eso me hace sentir un agujero en el pecho. Sintiéndome miserable.

Camina hacia el lavabo por agua caliente para su aseo y me niego a seguir viendo como Alene las humilla y utiliza de manera brutal, por lo que cierro la laptop.

—Yo lo hago —le digo quitándole el recipiente de metal.

Sus manos tiemblan, debe tener mi edad.

—Tómate una hora libre —arguyo, dejo el recipiente y sirvo una taza de café—. Yo me encargo, mi hermana no solía ser una bruja, sabes.

Ella me mira como si me hubieran salido dos cabezas, pero sonríe delicado y asiente.

—Está bien —no pone objeciones.

Tomo el recipiente y subo las escaleras, Alene sigue bramando cosas altaneras y creo que su estado de ánimo se debe también a la ausencia de nuestro padre, él siempre ha sido su soporte, el que formó un muro entre las dos el día en el que decidió hacerla su favorita y cómplice en la venganza absurda.

—¡Te dije que dolió! —grita a otra enfermera que intenta cambiarle el suero—. Haz bien tu trabajo, inepta.

—Alene —la llamo.

Su rostro se relaja, una sonrisa verdadera se ancla en su rostro, elevando las comisuras de sus labios en dirección al cielo.

—Por fin, mi yo igual —exclama con exceso de dramatismo.

Niego con la cabeza y le pido a la enfermera que salga y que baje a la cocina a hacerle compañía a su compañera de batalla, porque lo que hace Alene es la guerra en definitiva.

—¿Qué crees que estás haciendo? —frunce el ceño.

—Ayudando a la mejor hermana del mundo —respondo y ella ensancha más la sonrisa.

Ella es algo narcisista para el mundo, el truco en tratarla es en hacerla sentir como la joya más hermosa y preciada del mundo. Totalmente, lo opuesto a mí, yo sería la roca esculpida a lo bruto.

—Aprecio tus buenas intenciones, hermanita, pero no debes, de hecho, vas retrasada por cinco minutos —espeta con firmeza.

—¿De qué hablas?

—De que se supone que hoy irás al Ayuntamiento con Bryce para entregar los documentos para el civil —toma una carpeta amarilla que descansaba sobre el mueble al lado de su cama.

—¿Es hoy? Pensé que sería mañana —me muerdo el labio inferior.

Omito mis planes de salir a respirar un poco de aire puro dentro de lo que considero mi ambiente, y eso es la sección de maquillaje dentro de cualquier plaza comercial o departamento.

—No, es hoy —me tiende la carpeta que tomo con resignación—. Aquí están todos mis documentos, no se te olvide, manda un mensaje de texto a Bryce para que no se desespere. No, mejor se lo envío yo.

De buena gana le doy el teléfono y ella se encarga de todo, por un momento creo que en efecto, será un mensaje de texto, pero suponiendo la ansiedad que debe sentir Alene por el hombre que ama en secreto, sonríe como una tonta y le llama, comienzo a rezar para que no le conteste, para que caiga un tsunami o vengan los ovnis, no pasa.

—Cariño —dice en un tono tan suave, que me sorprende—. Te extraño mucho, ya quiero verte, llegaré unos minutos tarde, pero prometo que vendrá la pena.

No sé que le responde él, espero que no le cuente sobre las flores o lo que me hizo hace unos días, las manos me sudan, el silencio que le sigue hace que un nudo se forme en mi garganta a punto de dejarme sin aliento.

—Por supuesto, pronto estaremos unidos por toda la eternidad, veremos el amanecer juntos y…

Frunce los labios, su mirada se oscurece y su gesto fresco y feliz se ve opacado por una turbia tormenta de emociones que me saben a contradicción, como si estuviera en medio de una lucha interna.

—Claro, hijos… oye, tengo que apresurarme. Muero por conocer la sorpresa que me tienes —responde esta vez optando por un tono urgente.

Es como confirmo que el tema de los bebés debió haberla puesto así. Ella no es muy maternal y creo saber que es por lo sucedido con mamá. El abandono.

—Te amo, Bryce —finaliza.

Es por dos segundos, pero pueden ver la tristeza en el trasfondo de sus palabras. Cuelga y me da el móvil.

—Toma los documentos y vete —demanda siendo un poco perra.

—Alene…

—¡Ahora, América, hazle caso a tu hermana mayor!

—Por dos putos minutos, zorra —tomo de mala manera la carpeta, mintiendo, el móvil, y saco mi trasero de su hostil habitación.

No tendría que hacer esto, debería estar haciendo lo que me gusta y no fingir ser la tirana de mi hermana, cuando llegue papá les haré saber mi decisión y los mandaré a la m****a.

De cualquier modo, me pongo un par de mis jeans ajustados hasta el culo, negro, mis converse de botín color rojo, una camiseta blanca sin escote de manga corta, mi cazadora negra, dejo mi cabello suelto, me maquillo y bajo a la cocina.

Dejo la carpeta sobre la encimera junto a mis cosas y bebo un vaso de agua, las enfermeras ya no están y lo agradezco, porque tengo un carácter de los mil demonios en este momento y no sé cómo puedo reaccionar, pero esto es lo último que hago por Alene. Mi teléfono, bueno… mejor dicho el de ella suena, es un mensaje de Bryce.

BRYCE: Si no llegas en diez minutos, te voy a hacer el amor tan fuerte que soltarás gemidos de dulce placer.

Se requiere todo de mí para no escupir el agua por la nariz, ¿hacer el amor? ¿En serio? No sabía que se usaban esas palabras aun, soy virgen, pero aún así, con los chicos con los que me he besado en fiestas o que he dejado manosear mi cuerpo, pido que me hablen sucio, eso me excita demasiado.

De cualquier manera no respondo y borro el mensaje, como hago con todo lo pecaminoso que me llega. Veo la hora, es muy tarde, tomo la carpeta y salgo a prisa, veo el auto de mi hermana y pienso en chocarlo de regreso, subo y piso el acelerador.

Tardo quince minutos en llegar al Ayuntamiento, agarro la carpeta y al entrar, veo a Bryce Henderson en su forma más sexy del mundo, lo he visto en fotos con Alene, en revistas, no obstante, en persona suele ser más atractivo el hijo de perra, su cabello rubio está en esta ocasión impecable, habla con un juez y a su lado está su jodida sombra siniestra; Rupert, siento que odia a Alene.

Me quedo mirando a esos dos hombres como una adolescente hasta que los ojos verdes de Bryce, me localizan y el alma se me cae a los pies cuando veo la sentencia en sus pupilas. Trago grueso, camino contra mi voluntad hasta ellos. Sus ojos recorren mi atuendo, pienso que estará enfadado, todo lo contrario, hay un toque divertido en esa mirada de inquisidor.

—Tu vestimenta es anormal para una snob como tú —es Rupert quien rompe el silencio.

Es real, odia a Alene.

—Vaya, parece que has amanecido con el humor de un buey —replico.

Los tres hombres se quedan callados, m****a, m****a, Alene es una delicada flor y yo la roca en bruto que jode.

—Yo no quise… —balbuceo.

—Respondes a mi sarcasmo, eso es algo nuevo —agrega Rupert mirando la hora en su reloj—. ¿Nos damos prisa? Tengo un caso que me espera en la oficina.

El juez y Rupert caminan, intento hacer lo mismo, sin embargo, Bryce se interpone en mi camino. Antes de que pueda hablar, levanta mi barbilla y aplasta sus labios contra los míos de una manera delicada, suave. Me pierdo en el tacto y se despierta en mí, un instinto salvaje adormece mis sentidos moralistas, sintiendo que deseo más, por lo que aumento la intensidad del beso, haciendo que abra la boca y soy yo quien mete la lengua, encontrando la suya.

Un gruñido brota de su garganta, uno que se mezcla con mi gemido cuando agarra mis nalgas y me acerca a él, muerdo su labio inferior, él me devuelve la misma acción en tono de reto. Hasta que mi cabeza me hace caer en la realidad y me separo.

Su pecho sube y baja igual que el mío, nuestras respiraciones se entrelazan, mi corazón se encoge con la posesividad cruel que destella en sus ojos.

—Lo siento…

—Andando —gira sobre sus talones, optando por la misma actitud de maldito de siempre.

Entramos a una oficina en la que el juez está sentado de manera solemne frente a nosotros, Rupert sigue metido en su celular, cuando le doy la carpeta al juez.

—Bien, señorita… —lee el anciano frunciendo ligeramente las cejas—. América Sullivan.

El mundo se me viene encima al escuchar mi verdadero nombre, me congelo, veo los documentos y dejo de respirar al notar que he traído la carpeta equivocada, un sudor frío recorre mi espalda al ver tres pares de ojos detallando mi persona.

—¿América? —inquiere Rupert con malévolo interés—. ¿Acaso no eras Alene?

«Soy un desastre»

Sabiendo que tengo que improvisar, sin salida, sabiendo que mi padre y hermana me van a matar, suelto lo primero que se me viene a la mente.

—Ese es mi verdadero nombre —rompo el silencio que nos envuelve—. Alene es como mi seudónimo, mi abuelo siempre me llamó así, por lo que bueno, ocupé eso. Lo siento.

Mi voz va recayendo hasta convertirse en un inútil susurro miserable. Espero que con esto Bryce Henderson me dé la patada, no lo hace, al contrario, parece molesto, pero… divertido en lugar de sorprendido.

—No importa, ya hablaremos de eso —una sonrisa juguetona curva sus labios.

—¿Qué?

—Aburrido —musita Rupert volviendo a su móvil.

El juez sigue con lo suyo, luego de quince minutos, desliza un par de documentos que Bryce no duda en firmar, luego los desliza hacia mí.

—Tu sorpresa —arguye a pecho hinchado—. Firma esto y serás la dueña de lo más codiciado por las mujeres.

Los nervios me explotan en la cara, por lo que, sin pensar en nada más que no sea salir de esto, firmo con la mía, me doy cuenta, abro la boca para pedir otro o lo que sea, cuando el Juez dice las palabras más aterradoras del mundo.

—Felicidades, están casados legalmente.

Mi corazón se detiene, luego giro y me quedo helada con la sonrisa socarrona que se esboza en el rostro de Bryce.

—Eres mía, por la ley del hombre, ahora solo falta por la iglesia.

Y con eso caigo en cuenta en un error monumental que acabo de cometer, no es Alene quien se ha casado con el hombre más millonario y codiciado de Estados Unidos, sino, yo, América Sullivan.

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