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Capitulo 40: verdades oclutas.

Arthur se aferraba a Anette como si esta fuera su tabla salvavidas y de cierta forma así era, Anette era el hilo invisible que lo ataba a la cordura, la necesitaba como al aire que respiraba, ¿Cómo todo lo que era y todo lo que conocía dependía únicamente a un ser tan frágil como ella?, ¿cómo el equilibrio de todo un mundo podía reposar sobre las delicadas manos de una mujer?

Anette acariciaba el cabello de Arthur con delicadeza, sentía como si de pronto los papeles se hubieran intercambiado y ella fuera el ser más poderoso del mundo mientras Arthur no era más que el niño asustado que necesitaba ser protegido a toda costa, Arthur se aferraba a ella como alguien que nunca tuvo nada y de pronto se le da todo a manos llenas, como si fuera ese tesoro buscado en los confines más recónditos del mundo.

— Todo estará bien — aseguro la muchacha con voz calada, sin dejar de acariciar el cabello de Arthur, quien la abrazaba por el torso y tenía la cabeza recostada de su pecho, se había instalado en uno de los pasillos de la mansión, sentados sobre un diván; las manos de Arthur finalmente dejaron de temblar y los latidos incontrolables de su corazón por fin parecieron encontrar un ritmo normal.

— Mi señor, Anette, ¿me permite un momento? — los interrumpió la voz de Humbert, quien, de pie a unos pasos lejos de ellos; hizo una reverencia hacia ambos.

— No es un buen momento — respondió Arthur alejándose de Anette y suspirando con pesadez.

— Discúlpeme mi señor, deseo hablar con Anette, no con usted, claro si ella lo permite — Arthur frunció el ceño con clara desconfianza, de inmediato su mirada se centró en Anette quien parecía estar realmente confundida.

— ¿Quieres hablar con él, Anette? — indago Arthur, dándole un apretón de mano a la muchacha que parecía haberse perdido en los confines de su mente. La muchacha respiro profundo mientras se ponía de pie.

— No tengo nada que perder — aseguro, mientras entrelazaba su brazo con el que Humbert le ofrecía, comenzando a dirigir sus pasos hacia los jardines de la mansión.

Arthur sintió la inquietud apoderarse de su ser mientras los observaba alejarse, no le gustaba para nada que uno de los ancianos quisiera hablar con Anette, por más que este fuera su abuelo.

— Si piensas utilizarme para obtener algo de Arthur, te estas equivocando, Humbert — acuso Anette, soltándose del brazo ajeno y alejándose un par de pasos — no pienso otorgar beneficios a una manada que repudio a mi madre y nos ha ignorado durante toda mi existencia — te cruzo de brazos mirando al anciano con la barbilla en alto.

— No pienso pedir tu intervención para obtener ningún tipo de favor del gran alfa, no soy ese tipo de líder, no soy como Rein Wolfe que pretendía usar a su hija, por eso me aleje de ti en primer lugar, una gran luna debe ser imparcial y tener vínculos con una manada nublaría tu juicio — Anette frunció el ceño ante estas palabras, Humbert retiro la argolla de oro que reposaba sobre su dedo anular y la extendía hacía la muchacha — esto te pertenece.

Anette la tomo con desconfianza, observando la alianza que le era entregada — Las alianzas de los alfas están grabadas con magia, cada vez que nace un heredero la marca anterior se borra y se escribe el nombre del heredero de forma automática.

Anette observo a detalle el interior de la alianza, observando como allí estaba escrito con letra cursiva su nombre acompañado de la figura de un lobo aullándole a la luna — Cuando apareció esa diminuta imagen gravada en ese anillo supe que eras tú, la destinada a sentarte en el trono junto al alfa supremo, sabía que eras tú la encargada de traer el equilibrio a nuestro mundo. Nunca hubo nadie más… no espere que mi hija fuera quien traería al mundo a la gran heredera, pero cuando lo hizo sabía que no poderla tenerla dentro de la manada, si lo hacía la verdad saldría a la luz y todos intentarían destruirnos, si formabas vínculos con una manada jamás podrías gozar de la imparcialidad que se requiere para gobernar.

El corazón de Anette comenzó a latir con demasiada fuerza, sentía que de un momento a otro el mundo se había detenido.

— ¿Qué estás diciendo?, esto no puede ser posible, yo…

Humbert corto la distancia que lo separaba de su nieta y coloco sus manos con firmeza sobre los hombros femeninos — escúchame Anette, en ti habita mucho más poder del que puedas llegar a imaginar, pero aun no estás lista para enfrentarte a tu destino, no aun pero se vienen tiempos difíciles, Rein no se quedara tranquilo hasta hundirnos, su misión siempre ha sido destruir al clan Sinclair, ¿te imaginas lo que hubiera sido capaz de hacer si descubría que tú eras la gran luna desde el momento de tu nacimiento?... no sé cómo, pero de alguna forma él sospechaba que sería Anna quien traería a la gran luna a este mundo; por eso el rechazo de tu madre lo marco de una manera negativa, los rumores de la loba de pelaje blanco jugaron a tu favor para poder protegerte, al no despertar tu lobo interior no podrías ser la elegida… sé que no que has vivido durante todos estos años ha sido una completa m****a, pero era necesario para que tus vínculos con los lobos fueran casi nulos, Arthur siempre amara a su gente y dará hasta la vida por proteger a tu pueblo, les debe su grandeza, pero tú no les debes absolutamente nada, tu podrás castigar sin remordimientos, tomaras decisiones sin que tu juicio se vea afectado por los sentimientos de tu corazón…

— Por eso nunca nos permitiste alejarnos de la reserva, sabias que debía permanecer aquí… por él — dijo en apenas un susurro, Humbert asintió con un leve movimiento de cabeza.

— Si te marchabas él nunca iba lograr encontrarte — concluyo le hombre.

— ¿Por qué permitiste las humillaciones?, ¿Por qué permitiste que Rein enalteciera a su hija de la forma en que lo hizo? — cuestiono.

— Porque así él podía sentir que tenía el control y sus planes de destrucción se retrasarían de forma considerable, créeme; más de una vez quise gritar a los 4 vientos que esa niña a la que tanto maltrataban era la elegida que durante tantos años habían estado buscando pero no podía Anette, créeme que no podía, los planes de los dioses son superior a ti y a mi… no sabía cómo proteger tu naturaleza, tu poder, tu destino… el rechazo fue la única salida que encontré, no espero que lo entiendas y mucho menos que me perdones, porque no me lo merezco — las palabras del anciano eran tan sinceras que Anette se sintió abrumada, de pronto sentía que el peso del mundo reposaba sobre sus hombros de una forma aplastante.

— ¿Por qué me dices todo esto ahora?, ¿Qué ganas con eso? — se sentía más confundida que nunca.

— Porque está llegando el punto donde el anonimato no podrá protegerte, necesitas saber quién eres realmente y de que eres capaz o de lo contrario te vas a hundir, Anette; aquí no es Arthur el que deberá protegerte, tu deberás proteger que el mundo de Arthur no se le venga encima, solo tú puedes destruir o edificar alrededor del gran alfa, nadie tiene mayor poder para destruirlo que la mujer que se sienta junto a él, nadie puede guiarlo a la grandeza mejor que la luna que toma su mano. Tu puedes ser su salvación o su perdición…. Y ese es el poder más mortal que puede existir, no lo olvides nunca, muchos desean estar en tu lugar y no descansaran hasta obtenerlo. Ten cuidado Anette.

Humbert acaricio ligeramente la coronilla de su nieta, regalándole una tenue sonrisa antes de marcharse; sabía muy bien que Anette tenía mucho que procesar y aun mucho más por descubrir. Solo rogaba porque las cosas, esta vez; terminaran bien para ella.

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