Ana llegó esa mañana de lunes más temprano de lo normal, tan temprano que el único que había en el edificio era el vigilante que le sonrió en cuanto la vio. Trapeó, llevó la ropa sucia y la trajo de nuevo limpia, la ordenó, respondió los comentarios con ímpetu y cuando terminó apenas era medio día.
Llegó a la cafetería con paso decidido y, después de preguntar a la secretaria de Eduardo cómo le gustaba el café, le llevó un vaso grande, muy frio y dulce. Cuando asomó por las puertas del ascensor Álvaro estaba saliendo de la oficina del hombre y en cuanto la vio le sonrió, pero Ana no le devolvió la sonrisa, pasó de largo junto a él casi sin prestarle atención.
—Vengo a traerle este café —le dijo a la secretaria que apenas la miró y asintió con la cabeza, pero antes de que Ana abriera la puerta se volvió hacia ella —lamento lo del viernes, no debí gritarte —la muchacha levantó la cabeza y le sonrió.
—Tranquila, no importa, ya estoy acostumbrada —Ana quiso decirle algo, no estaba bien que la gente le gritara, pero se quedó callada.
Entró a la oficina y encontró a Eduardo Tcherassi recostado en uno de los vidrios que daba a la calle hablando por celular. En cuanto la vio regresó la vista al vidrio. Ana caminó y dejó el café sobre el escritorio. Pensaba hablar con el periodista, pero ya había aprendido la lección de no interrumpirlo así que dio media vuelta sin decir una palabra.
—Te llamo luego… Ana, espera —le dijo él cuando ella estaba a punto de salir y se volvió despacio —ven —le dijo sentándose tras el escritorio e indicándole uno de los muebles de enfrente, pero ella no se sentó.
—Lamento si fui un poco duro la semana pasada —le dijo y ella levantó la mano en el aire para que él no hablara más.
—Lo sé, lo entiendo —le dijo —me daba rabia ver que Álvaro sí podía hacer cosas más importantes, pero entiendo que él tiene experiencia y recorrido y yo no. No importa —el hombre cruzó las manos por encima del escritorio y la miró detalladamente, tanto que logró ponerla un poco incómoda.
—¿Te han dicho que suelo ser bastante detallista? —le preguntó y ella meneó la cabeza, había escuchado rumores, pero, ¿Qué periodista no lo era? —el día de tu entrevista de trabajo entendí un par de cosas de ti, menos de lo que normalmente logró leer en las personas pero sí lo suficiente como para que llamaras mi atención —Ana sintió que se le subió el calor a la cara, odiaba ponerse roja cuando pasaba eso, pero intentó no demostrar ninguna emoción — Tú misma lo dijiste, el puesto era para Álvaro, pero sé que puedes tener potencial.
—Gracias por la oportunidad, prometo que no lo voy a decepcionar —él negó.
—No lo hagas por mi —le dijo —hazlo por ti, tú eres la que quiere este puesto y esta carrera, hazlo por la vocación de intentar hacer este mundo mejor —Ana asintió, tenía muy claras sus convicciones y sabía lo que quería de su trabajo pero, aunque él no lo dijera ella tenía que convencerlo, él era ese escalón que la catapultaría a cumplir sus sueños y Álvaro el bache que la hundiría, tuvo claro eso en aquel momento así que asintió con seguridad.
—Gracias —le dijo —quisiera pedirte permiso para salir ahora, tengo asuntos por resolver importantes, todo mi trabajo de hoy está completo —Eduardo se tomó un momento para contestar.
—Está bien —le dijo. Ana agradeció con una sonrisa y dio la vuelta —Tal vez en un par de semanas veamos lo de las monjas —le dijo. Ana se detuvo antes de salir.
—No se preocupe por eso.
Salió del periódico después de cargar un poco su celular, lo necesitaba con el máximo de batería y el aparato se había compartido terriblemente mal las últimas semanas y no tenía dinero para cambiarlo.
Quiso pensar que encontrar un trabajo de medio tiempo en las noches le resultaría fácil, era una mujer atractiva y ella lo sabía, pero los bares y los restaurantes estaban a tope en personal y no encontró un posible lugar de trabajo que le ayudara a solventar el bajo sueldo que le pagarían en In Premiere, así que caminó casi inconscientemente por las calles mientras caía la noche y terminó llegando al bar Luna Escarlata. Se quedó de pie un rato frente a las puertas.
El dinero del fideicomiso de sus padres estaba destinado únicamente a la universidad de Ana, no para comprar comida y pagar un lugar para vivir, por eso se acabó antes de tiempo y Ana se sumió en una profunda crisis económica que la había puesto a los pies de aquel lugar, igual que en aquel momento, y cuando le aprobaron la beca salió del sitio como alma que lleva el diablo y juró nunca volver a él, pero estaba ahí de nuevo, de pie frente a las puertas oscuras del lugar con el corazón acelerado.
—Serian solo seis meses — se dijo en voz baja, pero nada podía asegurar eso, esos seis meses se harían permanentes si no ganaba el puesto y no quería pasar allí más de lo necesario.
Las luces de neón del lugar se encendieron y Ana dio un respingo, dio media vuelta y caminó por la acera a toda velocidad.
—Sabía que volverías —le habló una voz ronca y Ana frenó en seco —siempre vuelven —se giró despacio y se encontró con Amelia Biñón, una mujer de unos sesenta, de piel curtida y toz tísica por el cigarrillo que era la dueña del bar —Ana caminó hacia ella y se paró justo en frente.
—No creo volver —le dijo y la mujer se rio, y la risa terminó en una tos gargajienta.
—Te vi por la ventana, estuviste más de diez minutos de pie frente a la puerta y eso dice otra cosa —Ana no contestó, miró el cartel luminoso y se mordió el labio —eres una de las mejores bailarinas que he tenido —le dijo la mujer —si hubieras querido entregar tu cuerpo te hubieras hecho asquerosamente rica, muchos hombres estaban dispuestos a pagar millones por ti, mi gaviota negra —Ana apretó los ojos, el nombre le traía muchos recuerdos y no precisamente buenos.
—Solo con bailar me era suficiente —le dijo y la voz le tembló.
—Cuando eras tú sola tal vez —la anciana caminó hacia ella y la tomó del mentón para levantarle la cara —nunca mires abajo, preciosa, ante nadie —Ana abrió los ojos y contempló a la mujer por un segundo.
—¿Admitirías que solo bailara? — la mujer asintió.
—Sabes que sí, acá ninguna mujer está obligada a vender su cuerpo si no quiere, pero recuerda que hay muchos hombres que piensan que solo por estar en un prostíbulo pueden tener a la mujer que quieran ¿recuerdas lo que paso la última vez? —Ana asintió, no quería recordar aquel momento —tal vez si subastas tu primera vez… Ana le apartó la mano y le giró la cara, eso nunca.
—No —dijo con seguridad y la mujer asintió.
—Hubo una vez una muchacha —comenzó a contarle la Amelia. Ana ya conocía esa historia —se subastó por cien mil dólares, cien mil, como prostituta se acostó solo una vez con un hombre, solo una y todo lo invirtió tan bien que resolvió su vida para siempre. Obvia mente después de pagar mi porcentaje que no es mucho, a decir verdad.
—Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo está segura que aun soy virgen? —la mujer se rio y dio media vuelta entrando al lugar.
—Un solo hombre, mi querida gaviota negra, solo uno y resolverías tu vida. Cien mil por ti será solo el comienzo —cerró la puerta tras ella y Ana se quedó mirando el letrero, luego dio media vuelta, tenía otro asunto importante que atender esa noche.
Si Eduardo quería pruebas del tráfico de las monjas, pues ella se las daría.
Ana sabía perfectamente a donde debía ir y en qué momento, no en vano había pasado la mayor parte de su vida en aquel frio y solitario lugar.Llegó hasta la esquina del parque y se recostó disimulada mente en la cerca de madera que separaba el orfanato de la calle, y movió la tabla suelta por donde se escapaban las muchachas en las noches.En escalofrío le llenó la espalda, llevaba dos años sin entrar ahí, y el aura tétrica del lugar permanecía intacta. Corrió hasta la ventana de su vieja habitación. Si tenía suerte, las muchachas deberían de estar en ese momento en el almacén como de costumbre, así que cuando abrió el pestillo desde afuera y abrió la ventana la habitación estaba en la total penumbra. Ana entró con el corazón bombeándole contra el pecho, muchos recuerdos negativos se acumularon dentro de su cabeza.Corrió por el corredor muy pegada a la pared hasta que llegó a la pequeña ventana a nivel del suelo desde donde se podía ver hacia adentro y asomó la cabeza disimuladamente
Había llegado muy temprano ese día, y para antes del mediodía ya tenía hechos todos sus quehaceres y estaba atorada frente al computador buscando qué era lo que había hecho Álvaro Soler en el periódico EL Colombiano para que aquella persona lo tachara de mentiroso y amarillista, pero no lograba encontrar nada relacionado.A su celular le llegó un mensaje de texto donde la encargada de los recursos humanos la llamaba para firmar el contrato que la acreditaría oficialmente como periodista del periódico, y se puso de pie contenta y casi que flotó hasta la oficina de la mujer, pero la sonrisa se le borró cuando lo primero que vio al abrir la puerta fue la arrogante cara de Álvaro.—Lean atentamente antes de firmar, cualquier duda que tengan me comentan —Ana tomó su contrato y comenzó a leer detalladamente, era el primer contrato que firmaría en su vida y le habían dicho que debía leer bien antes de firmar.Cuando llegó a la parte del sueldo se mordió el labio, tenía la esperanza de que po
Eduardo se dejó caer en la silla con fuerza, ni siquiera se había dado cuenta que se había puesto de pie, pero esa muchacha tenía una habilidad especial para sacarlo de quicio, cosa que era realmente complicado. Alexandra se sentó en la silla frente a él que segundos antes había ocupado Ana.—Fuiste muy duro con ella —le dijo y él le abrió los ojos.—¿Justificas lo que hizo? —preguntó y su hermana negó con vehemencia.—Claro que no, pero se arrepintió de lo que estaba haciendo antes de que lo dijera —Eduardo se recostó pesadamente apretándose el puente de la nariz —ella ya no quería mostrar nada pero tú la obligaste —continuó la mujer y luego pateó la silla de Álvaro que permanecía en silencio —Y tú lo emporaste todo burlándote de ella. Ella tiene razón, ¿Cómo crees que se siente al ver que la única opción de entrar de lleno a este periódico es competir contra alguien que tiene tantos privilegios?—¿Insinúas que estoy haciendo las cosas mal? —le preguntó Eduardo y ella asintió.—Lo es
Ana sintió como su cuerpo se entumeció de inmediato, tan fuerte y con tanta violencia que los miembros se le quedaron paralizados. El grito que salió de ella le hirió la garganta y se quedó ahí parada por una fracción de segundo observando el cuerpo de su hermana que parecía estar inerte.—Luisa —preguntó en un susurro y vio como el cuerpo de la muchacha se movió un poco, y solo eso le bastó para que todos los músculos del cuerpo se encendieran como atravesados por una corriente eléctrica que la lanzaron de rodillas al suelo junto a ella —Luisa —le dijo y la muchacha apenas se movió, así que Ana saltó y encendió la luz, la sangre del suelo era de un color muy oscuro y cuando Ana puso la palma de la mano sobre el líquido notó que no era sangre, y cuando lo olió comprobó que no era más que jugo de mora. La mitad del alma regresó al cuerpo de Elisa, la jarra había rodado unos metros más allá y ella se arrodilló de nuevo frente a su hermana sacando el celular del bolsillo y llamando a una
Ana había intentado esa noche dormir lo que más hubiera podido, pero entre estar despertándose para comprobar el estado de su hermana y los nervios por lo que pasaría al día siguiente no pudo pegar el ojo ni por un segundo, así que cuando se levantó en la mañana para ir a trabajar tenía las ojeras diez veces más grandes que el día anterior. Tardó varios minutos en el espejo dejarse medianamente decente.—Te vez horrible —le dijo su hermana desde la cama y Ana dejó escapar el aliento —si no fuera por ese maquillaje asustarías a alguien en la calle —se burló y Ana le lanzó un trapo que le dio justo en la cara.—No olvides que aunque estés en cama puedes hacer tus deberes de la escuela —le recostó y la muchacha ladeó la cabeza con fastidio.—¿Ni muriendo puedo dejar de estudiar? —Ana puso el cuaderno sobre el regazo de la muchacha.—No, ni muerta —cuando salió de casa una llovizna insistente golpeaba la ciudad y tuvo que protegerse el rostro con el paraguas para evitar que el agua le qui
Las rodillas le temblaron, así que se agarró a las telas con fuerza con la mirada fija en el hombre que la miraba desde abajo. —¿Alguien ofrece trecientos cincuenta mil? —preguntó la mujer a través del micrófono y el hombre gordo levantó el cartel. —¡Quinientos mil! —gritó de nuevo Eduardo Tcherassi y toda la audiencia levantó un murmullo generalizado. El hombre gordo miró una última vez a Ana y luego meneó la mano en el aire. —¡Vendida al hombre de traje! —gritó emocionada la mujer ante el micrófono, debía estar que mataba de la emoción, ella se quedaba con el treinta por ciento de todas las ganancias de sus mujeres y por lo que había oído ella sería la venta más cara que habían hecho. Un grupo de mujeres salieron bailando al escenario y tomaron a Ana metiéndola en medio de un baile coreografiado, pero ella solo se dejó llevar como un alma en pena sin fuerza y voluntad. —¡Qué suerte tienes!—le decía una compañera —nunca había visto un hombre tan sexi, está divino —Ana no contestó
Ana se miró en el espejo esa mañana y se sintió terriblemente mal, como si un enorme camión le hubiera pasado por encima del cuerpo.Ya había pasado el fin de semana, cosa que agradeció, quería postergar el encuentro cos Luis Eduardo lo más que fuera posible pero ya era la mañana del lunes y no podía hacer más al respecto que enfrentar la situación. Eran dos adultos maduros que tenían que resolverlo como adultos, solo había sido un poco de sexo, y aunque las circunstancias hubieran sido muy diferentes a una noche de sexo normal, no debían verlo más allá de eso, o al menos eso era lo que pensaba Ana.Esa noche no había llorado mucho, no como estaba acostumbrada, pero sí lo suficiente para quitarse de encima todo el estrés y al otro día no parecía como un mapache por las ojeras que usualmente le aparecían después del llanto, así que para el lunes se encontraba físicamente bien, pero no podía dejar de sentir ese peso y el dolor en el cuerpo que le causaba el estrés.—Pareciera que vas a
Ana estaba sentada en la incómoda silla leyendo los comentarios del periódico, se sentía más activa y con energía. Aunque no tenía aún el dinero para pagar el hospital su trabajo en In Premiere parecía pasar por un buen momento, y si no lograba pagar a a tiempo, ¿Qué podría embargarle el hospital? No tenía nada a su nombre y su sueldo era tan bajo que ni siquiera se molestarían en tomarlo. Únicamente quedaría registrada en el sistema de las personas deudoras del país, pero, ¿qué importaba? No creyó querer sacar un préstamo en su vida, así que se sentía un poco más aliviada, y cuando el teléfono a su lado sonó y fue llamada a la oficina de recursos humanos las cosas no hicieron más que mejorar.—¿Me mandó llamar? —le preguntó a la mujer que apenas levantó la mirada para observarla completamente inexpresiva.—Su contrato será renovado —dijo y Ana no supo cómo interpretar esas palabras, ¿eso sería algo bueno?—Hace muy poco firmé el otro —dijo sentándose frente a la mujer y ella le tendi