Ana sintió como su cuerpo se entumeció de inmediato, tan fuerte y con tanta violencia que los miembros se le quedaron paralizados. El grito que salió de ella le hirió la garganta y se quedó ahí parada por una fracción de segundo observando el cuerpo de su hermana que parecía estar inerte.
—Luisa —preguntó en un susurro y vio como el cuerpo de la muchacha se movió un poco, y solo eso le bastó para que todos los músculos del cuerpo se encendieran como atravesados por una corriente eléctrica que la lanzaron de rodillas al suelo junto a ella —Luisa —le dijo y la muchacha apenas se movió, así que Ana saltó y encendió la luz, la sangre del suelo era de un color muy oscuro y cuando Ana puso la palma de la mano sobre el líquido notó que no era sangre, y cuando lo olió comprobó que no era más que jugo de mora. La mitad del alma regresó al cuerpo de Elisa, la jarra había rodado unos metros más allá y ella se arrodilló de nuevo frente a su hermana sacando el celular del bolsillo y llamando a una ambulancia —Todo va a estar bien —le dijo sosteniendo con una mano temblorosa el celular en el oído.
La ambulancia había llegado unos cuantos minutos des pues, y de camino al hospital habían logrado despertar a la muchacha que había abierto los ojos con horror sin entender del todo lo que estaba pasando.
—Me dolía el estómago —dijo en un susurro y Ana le apretó la mano.
Llegaron al hospital e inmediatamente la ingresaron al quirófano y Ana se quedó con la mirada clavada en la puerta por donde se la habían llevado.
Deseó llamar a alguien que le hiciera compañía y le dijera que todo iba a estar bien, pero no tenía a nadie, nadie que pudiera acompañarla o abrazarla mientras el corazón se le salía del pecho. Al otro lado de esa puerta estaban a punto de operar de emergencia a su hermana y ella no tenía ni siquiera a quien avisarle.
Una mujer que parecía ser enfermera se acercó a Ana y le tendió la mano para ayudarla a levantar, ya que ella se había recostado en la pared e inconscientemente había resbalado hasta terminar sentada en el suelo.
—Efectivamente lo que tiene su hermana es apendicitis, y está en un punto casi de no retorno, necesitamos su autorización para iniciar la cirugía —le dijo y Ana asintió repetidamente con la cabeza, luego firmó un papel que la mujer le mostró y se sentó a esperar en una fría y dura silla, hasta que al menos unas dos horas después un doctor salió por la puerta de la sala de cirugía y Ana corrió hasta él en el acto.
—Todo salió bien —le dijo el doctor —la apéndice no alcanzó a explotar y ella está fuera de peligro —a Ana se le llenaron los ojos de lágrimas de la emoción, pero el doctor le indicó con la mano que se acercarán con la mujer de la recepción y Ana lo siguió —el único inconveniente es que me informaron que ella no se encuentra en ningún tipo de seguro social, ni privado ni subsidiado —Ana se aclaró la garganta y le tembló la voz al hablar.
—Es que hace apenas unos meses la adopté legalmente y los trámites para entrar al sistema subsidiado se han tardado mucho —el doctor la miró con una cara de lástima que a Ana le produjo rabia.
—Pues en ese caso deberá pagar todos los costos por la cirugía —le dijo y Ana asintió, estaba segura que el precio era demasiado alto, pero ¿Qué más podía hacer? Cuando la recepcionista le mostró la cuenta las rodillas de Ana se tambalearon.
—Esto es solo por la cirugía, la sala de operación y la ambulancia —le dijo la mujer —faltan los medicamentos y la hospitalización.
—¿Cuánto tiempo tengo para pagarlo? —la mujer consultó en el ordenador.
—Unas tres semanas —Ana asintió y caminó con la hoja entre las manos hasta la fría butaca donde se sentó pesadamente. ¿cómo podía pagar todo eso? Pensó que podía pedir un préstamo en el periódico, pero luego asumió que era una mala idea, el sueldo de alcanzaría únicamente para pagar el préstamo ¿de qué vivirían en entonces?
Levantó la mirada y se vio a sí misma, con el traje de tela negra ajustada al cuerpo y la multitud gritando a la gaviota negra que bailaba en la pista como acarreada por una brisa de verano, si era la única opción que tenía, pues la tomaría con resignación.
Luisa salió del hospital al día siguiente, la cirugía había salido bastante bien y Ana no se podía dar el lujo de dejarla en el área de recuperación por más tiempo, cada minuto allí costaba una fortuna, así que la muchacha tenía que recuperarse en casa por el bienestar económico y mental de su hermana, así que esa mañana Ana llegó bastante tarde a In Premiere, tanto que la mayoría estaban en horario de almuerzo cuando ella entró al baño para intentar cubrir con maquillaje las ojeras hinchadas y oscuras que tenía bajo los ojos, por suerte su experiencia como bailarina nocturna le habían dejado buena habilidad para disimular el trasnocho.
Cuando salió del baño corrió por la trapera y el valde para hacerle aseo a los corredores que estaban bastante sucios y en el camino se topó con Eduardo y Álvaro que parecía iban a almorzar. Ana sintió hambre no más pensarlo, ni siquiera había desayunado.
— ¿Así vas a comenzar tu segunda oportunidad? —le dijo Eduardo cruzándose de brazos y Ana se mordió el labio.
—Lo siento, mi hermana fue operada ayer —el hombre levantó el mentón hacia Ana.
—Bien, para la próxima avisa —le dijo y caminó por el corredor pasando junto a ella.
—Ya te alcanzo —le dijo Álvaro y se aceró a Ana —¿está bien? —le preguntó y ella asintió.
—Fue apendicitis, pero me sacó un gran susto —le dijo y el hombre le sonrió, tomó con delicadeza el mentón de Ana y lo levantó para mirarla a los ojos, y ella lo miró a él, tenía los labios rosados y se aguantó la tentación de levantar la mano para ver qué se sentía acariciar la barba oscura.
—Te vez terrible, deberías descansar —Ana negó.
—Estoy bien, tranquilo —él le sonrió de lado y cuando quitó los cálidos dedos de su piel Ana sintió frio.
—Si necesitas algo, me dices —Ana asintió, la verdad lo que necesitaba era mucho dinero, pero sabía que él no tenía y tampoco tendría el valor de pedirle prestado. Cuando él se alejó Ana se lo quedó mirando hasta que dobló la esquina, después de lo que había pasado el día anterior no había tenido mucho tiempo para pensar en el hombre, pero ya lo veía como una persona diferente, sintió empatía y hasta un poco de lástima.
Entró a la oficina después de limpiar los corredores y su compañera ya estaba ahí, aunque apenas la miró. Ana entró a la red social de Álvaro, no tenía ganas de trabajar y quería ver cómo era el hombre en su tiempo libre, tenía curiosidad y nunca era capaz de evitarla.
Cuando entró abrió los ojos, en la red el hombre compartía constantemente sus rutinas en el gimnasio y un par de fotos sin camisa que Ana abrió con los ojos abiertos. Se preguntó cómo es que el hombre ocultaba tremendo cuerpazo debajo de esa ropa. Arriba, en una foto reciente, estaba sin camisa junto a otro hombre que también exhibía sus voluminosos músculos y Ana reconoció a Eduardo Tcherassi en ella, el hombre tenía un cuerpo solo un poco más del gado que el de su amigo y una fina línea de vellos que le cubrían los pectorales y hacían una perfecta línea hasta su ombligo y Ana sintió como se le aceleró el pulso. Sacó su celular y tomó una foto de la pantalla del computador, ambos hombres estaban infartantemente buenos.
—Hacen ejercicio juntos —dijo y abrió los ojos —almuerzan juntos y están muy buenos, lo más seguro es que sean novios —añadió con frustración.
—Los más buenos siempre son gays —le dijo la muchacha a su lado y Ana volteó la pantalla del computador con la cara roja —pero si quieres que te diga algo, no creo que el jefe Eduardo lo sea, por acá es muy rumoreado que es bastante mujeriego —le dijo y Ana le habló sin mirarla a la cara.
—Ok, tal vez solo sean amigos —la muchacha lazó un grito chillón.
—Ojalá no, puede que se bisexual, ¿me vas a decir que no te excitaría ver a esos dos bombones tocándose el uno al otro? —Ana volteó a mirar al computador para ver de nuevo la foto y ladeó la cabeza, ya no sería capaz de sacarse esa escena de la mente.
Ana estaba de pie frente el bar Luna Escarlata, tenía los puños apretados y el corazón acelerado. Entró despacio y cada color, olor y sensación le trajeron muchos recuerdos, no muy buenos la mayoría. Amelia Biñón estaba sentada en un enorme mueble observando practicar a una bailarina.
—Mira —le dijo a Ana y le señaló a la chica en la pista de baile —es buena, pero nunca será capaz de superarte —la miró a los ojos y Ana sintió que le temblaron las rodillas —por suerte ya viniste a enseñarle como es que se hace —Ana negó con la cabeza y la mujer se cruzó de brazos.
—Vengo para que llames a tus contactos, ya estoy lista —la mujer sonrió de lado.
—¿Lo quieres hacer? —Ana asintió con seguridad, no quería hacerlo, pero ya no tenía opción.
—Lo haré, voy a subastar mi virginidad
Ana había intentado esa noche dormir lo que más hubiera podido, pero entre estar despertándose para comprobar el estado de su hermana y los nervios por lo que pasaría al día siguiente no pudo pegar el ojo ni por un segundo, así que cuando se levantó en la mañana para ir a trabajar tenía las ojeras diez veces más grandes que el día anterior. Tardó varios minutos en el espejo dejarse medianamente decente.—Te vez horrible —le dijo su hermana desde la cama y Ana dejó escapar el aliento —si no fuera por ese maquillaje asustarías a alguien en la calle —se burló y Ana le lanzó un trapo que le dio justo en la cara.—No olvides que aunque estés en cama puedes hacer tus deberes de la escuela —le recostó y la muchacha ladeó la cabeza con fastidio.—¿Ni muriendo puedo dejar de estudiar? —Ana puso el cuaderno sobre el regazo de la muchacha.—No, ni muerta —cuando salió de casa una llovizna insistente golpeaba la ciudad y tuvo que protegerse el rostro con el paraguas para evitar que el agua le qui
Las rodillas le temblaron, así que se agarró a las telas con fuerza con la mirada fija en el hombre que la miraba desde abajo. —¿Alguien ofrece trecientos cincuenta mil? —preguntó la mujer a través del micrófono y el hombre gordo levantó el cartel. —¡Quinientos mil! —gritó de nuevo Eduardo Tcherassi y toda la audiencia levantó un murmullo generalizado. El hombre gordo miró una última vez a Ana y luego meneó la mano en el aire. —¡Vendida al hombre de traje! —gritó emocionada la mujer ante el micrófono, debía estar que mataba de la emoción, ella se quedaba con el treinta por ciento de todas las ganancias de sus mujeres y por lo que había oído ella sería la venta más cara que habían hecho. Un grupo de mujeres salieron bailando al escenario y tomaron a Ana metiéndola en medio de un baile coreografiado, pero ella solo se dejó llevar como un alma en pena sin fuerza y voluntad. —¡Qué suerte tienes!—le decía una compañera —nunca había visto un hombre tan sexi, está divino —Ana no contestó
Ana se miró en el espejo esa mañana y se sintió terriblemente mal, como si un enorme camión le hubiera pasado por encima del cuerpo.Ya había pasado el fin de semana, cosa que agradeció, quería postergar el encuentro cos Luis Eduardo lo más que fuera posible pero ya era la mañana del lunes y no podía hacer más al respecto que enfrentar la situación. Eran dos adultos maduros que tenían que resolverlo como adultos, solo había sido un poco de sexo, y aunque las circunstancias hubieran sido muy diferentes a una noche de sexo normal, no debían verlo más allá de eso, o al menos eso era lo que pensaba Ana.Esa noche no había llorado mucho, no como estaba acostumbrada, pero sí lo suficiente para quitarse de encima todo el estrés y al otro día no parecía como un mapache por las ojeras que usualmente le aparecían después del llanto, así que para el lunes se encontraba físicamente bien, pero no podía dejar de sentir ese peso y el dolor en el cuerpo que le causaba el estrés.—Pareciera que vas a
Ana estaba sentada en la incómoda silla leyendo los comentarios del periódico, se sentía más activa y con energía. Aunque no tenía aún el dinero para pagar el hospital su trabajo en In Premiere parecía pasar por un buen momento, y si no lograba pagar a a tiempo, ¿Qué podría embargarle el hospital? No tenía nada a su nombre y su sueldo era tan bajo que ni siquiera se molestarían en tomarlo. Únicamente quedaría registrada en el sistema de las personas deudoras del país, pero, ¿qué importaba? No creyó querer sacar un préstamo en su vida, así que se sentía un poco más aliviada, y cuando el teléfono a su lado sonó y fue llamada a la oficina de recursos humanos las cosas no hicieron más que mejorar.—¿Me mandó llamar? —le preguntó a la mujer que apenas levantó la mirada para observarla completamente inexpresiva.—Su contrato será renovado —dijo y Ana no supo cómo interpretar esas palabras, ¿eso sería algo bueno?—Hace muy poco firmé el otro —dijo sentándose frente a la mujer y ella le tendi
Ana observó como Eduardo se ajustó el saco con inseguridad mientras miraba por la ventana. Ana se acercó al escritorio y golpeó con los nudillos el vidrio.—Todo es muy lindo —le dijo a Álvaro que permanecía con la mirada fija y el rostro serio sobre ellos —¿Vez? También me dieron oficina —le dijo y ahora si lo vio reír.—¿Interrumpo algo? —preguntó él avanzando y sentándose con confianza en la silla de Ana frente al escritorio y ella y Eduardo negaron con la cabeza.—Estaba a punto de comentarle a Ana qua amé su historia del orfanato, la publicaré en el periódico esta noche —Ana abrió los ojos mirando a Eduardo y él asintió —ya informé a las autoridades, descubriste un grupo bastante grande de micro tráfico liderado por Gerardo ríos que se hacía pasar por muerto para pasar inadvertido, ya debe estar en prisión —Ana sintió como una sensación cálida le invadió el pecho —te pasaré toda la información para que puliques mañana tú misma la noticia de la captura, tienes trabajo —Ana dio un
Álvaro había llevado a Ana hasta su casa entrando ya la noche, y se había despedido con un sonoro beso en la mejilla demasiado cerca del labio y Ana sintió que se le enrojeció la cara.—¿Crees que podamos salir de nuevo pronto? —le preguntó él y ella asintió, la verdad la había pasado bastante bien con el hombre, incluso la parte en la que le hablaba en el oído en la heladería, tal vez era lo que más había disfrutado, le había hecho descubrir una parte de sí misma que no sabía que tenía, un morbo raro y crudo que le aceleraba el corazón con solo pensarlo y eso le agradó.También disfrutó de levantarle la camisa al hombre para verle los abdominales y que él se pusiera tan rojo como un tomate, estaba claro que no era un completo depredador sexual sin sentimientos y que no le gustaba presumir su mayor atributo para conquistar.—El gimnasio me salvó la vida en una etapa difícil —le dijo cuando Ana le preguntó desde hacía cuanto entrenaba, pero él no le contó más allá de eso, parecía que a
Cuando la camioneta se detuvo Ana se lanzó sin mayor miramientos a la calle, con el corazón acelerado y las piernas temblorosas.—¡Esperen! —gritó desde lo lejos. La calle estaba llena de patrullas de la policía y un grupo de policías arrastraba a una de las monjas esposadas mientras unos diez niños se aferraban a sus hábitos en medio de llantos desgarradores evitando que subieran a la mujer al vehículo —¡Esperen¡ —gritó de nuevo Ana cuando vio que un policía comenzaba a quitar a todos los niños de manera poco delicada, la mayoría no tenía ni los diez años de edad. Los huérfanos más grandes observaban todo desde la acera como paralizados o intentando que los niños pequeños soltaran a la mujer que estaba siendo capturada.Cuando Ana llegó hasta el policía que estaba haciendo llorar a una niña de lo fuerte que le apretaba la muñeca lo empujó con tanta fuerza que el hombre perdió el equilibrio y cayó con las narices sobre el pavimento. Cuando se levantó miró a Ana con una furia abrazador
Durante el camino a casa Ana permaneció en silencio, las calles de la ciudad estaban solitarias y sumidas en una calma melancólica que la pusieron un poco más triste cada vez.—Ellos estarán bien —le dijo Eduardo frente al volante y Ana respiró profundo.—Es un cambio muy repentino —él ladeó la cabeza mientras apretaba los labios.—Lo sé, pero entenderán que es para bien, piensa, ya no tendrán que trabajar empacando y distribuyendo drogas, ¿Te arrepientes de haberlo hecho? —Ana se quedó pensando un rato ¿se arrepentía? Recordó su vida en aquel lugar unos años atrás, donde tomaba turnos dobles para que su hermana pudiera dormir la noche continua, y recordó también a Claudia y Lucía.—Yo tenía dos compañeras de cuarto —comenzó a contarle a Eduardo —ambas tenían diecisiete años y yo quince… —dudó un momento, era una situación de la que nunca había hablado con nadie, ni siquiera con su hermana, pero el periodista tenía un aire de seguridad tan palpable en todo momento que era fácil dejar