— Mi nombre es Ana Avendaño, tengo veinte años y hace unos meses terminé mi carrera de comunicación social, nací en y crecí acá en la ciudad y sé que puedo dar lo mejor de mí para que este periódico sea la mejor versión de sí mismo — repetía una y otra vez tratando de memorizar cada línea. Nunca había estado tan cerca de poder conseguir el trabajo de sus sueños, y no podía permitir que los nervios la traicionaran, no en ese momento.
Observó a las demás personas que competirían por el puesto y se sintió mucho más asustada. In Premiere era el periódico digital más leído en el mundo, era confiable, veraz, dispuesto a todo por informar a la sociedad y sacrificado de ser necesario; Su fundador y actual presidente, Eduardo Tcherassi, había ganado un Pulitzer junto a su hermana por descubrir y exhibir el tráfico de personas que tenía el programa CERBERO de los laboratorios Jábico, y Ana había fantaseado infinidad de veces con trabajar para ellos, incluso ganar uno ella también, por eso se había preparado hasta el cansancio, con las mejores notas de la universidad y graduada con honores, era la candidata perfecta que estaban buscando, el anuncio decía: “Necesitamos a alguien decidido y entregado, con empatía por las historias y la vocación necesaria para realizar los sacrificios más grandes”.
Una mujer alta y muy delgada salió de una oficina y se paró mirando a todos los candidatos con cara de asco.
—Las entrevistas comenzarán ahora —dijo —el mismo Eduardo Tcherassi los conocerá a uno por uno y elegirá al siguiente miembro de la familia In Premiere —Ana sintió como el corazón se le aceleró, había estado segura que otra persona se encargaría de su entrevista, pero estar sentada frente al hombre le parecía una pésima idea, no creyó ser capaz de memorizar lo que había practicado.
—Mi nombre es Ana Avendaño, tengo veinte años…—tragó saliva ¿cómo sería capaz de guardar la compostura frente al hombre?
—Vamos a comenzar a llamarlos en el mismo orden en que se recibieron sus entrevistas virtuales —continuó la mujer sacando un papel arrugado del bolsillo, hablaba despacio y Ana tuvo que inclinarse hacia ella para escucharla mejor —van a pasar de dos en dos —dijo y las quejas se generalizaron entre los presentes, pero la mujer continuó hablando igual de calmada y despacio —El señor Eduardo no tiene tiempo de atenderlos uno por uno, e insiste en hacerlo personalmente. Comencemos — Ana tragó saliva y repasó mentalmente las líneas, nada podía salir mal, de todos los candidatos ahí presentes Ana pensó era la más indicada, los demás eran demasiado jóvenes o demasiado viejos —Ana Avendaño y Álvaro Soler serán los primeros —Ana se puso de pie como un resorte, se sacudió la falda y abrazó con fuerza los papeles que tenía contra el pecho. Dio un paso al frente con una sonrisa amplia y la mujer la miró con apatía — Álvaro Soler —repitió llamando al hombre y Ana lo vio salir de entre la multitud, era alto de hombros anchos, con el cabello oscuro y la barba crecida. Se paró con seguridad junto a Ana y la mujer les indicó la puerta a sus espaldas.
Ambos se miraron y Ana le sonrió, peor él no le devolvió la sonrisa. Abrieron la puerta y entraron a la oficina. Ana quedó bastante asombrada con el amplio lugar: Las ventanas enormes dejaban entrar gran cantidad de luz y mostraban una vista perfecta del centro de la ciudad.
Frente al escritorio había dos muebles y Ana corrió por delante del hombre para sentarse primero.
—Hola —le dijo al periodista sentado tras el escritorio, tenía el cabello color chocolate, la piel pálida y unos ojos verdosos que le cortaron la respiración.
—Hola —le dijo él y le mostró una amplia sonrisa que hizo que le temblaran las piernas, Ana no pudo imaginarse que el hombre en persona fuera mil veces más atractivo. El otro que venía por la entrevista apareció en el rango de visión de Eduardo Tcherassi y en cuanto lo vio abrió los ojos —Álvaro Soler, mira nada más —se puso de pie y ambos se fundieron en un amplio abrazo. Ana se quedó muy quieta observando la escena.
—Es un gusto venir a saludar a un viejo amigo —le dijo el de cabello escuro y el periodista lo incitó a que se sentara —Parece que In Premiere ha crecido desde la última vez que vine por aquí —dijo después de sentarse y Eduardo regresó a su asiento detrás del escritorio.
—La verdad es que sí, pero han sido unos meses complicados, tanto trabajo nos está volviendo locos, por eso todo lo del nuevo empleado —le comentó el periodista y Ana se sintió terriblemente incómoda, parecía que la estaban ignorando a propósito, o ya se habían olvidado de ella, así que carraspeó la garganta pero ambos hombres siguieron charlando alegremente.
—Precisamente a eso venía —dijo el pelinegro, Álvaro, según recordó Ana y le tendió una carpeta al periodista —ahí están todos los empleos que he tenido desde que me gradué de la carrera, una copia escrita de el redactor del periódico El Colombiano donde me recomienda y también la información de los premios que he ganado —Eduardo abrió la carpeta y meneó la mano en el aire.
—Sabes que no necesitas hacer todo esto —le dijo —conozco muy bien tu trabajo y tu profesionalismo — Álvaro negó con la cabeza.
—No importa, no quiero pasar por encima de los demás, si voy a entrar a trabajar contigo pues lo haré de la manera correcta a demás…
—Mi nombre es Ana Avendaño —le interrumpió ella, la entrevista era de los dos y el hombre la estaba opacando. Ana volteó a mirar a Eduardo Tcherassi y el hombre la miró con una sonrisa torcida en los labios, así que ella se aclaró la garganta, era el momento que había esperado por toda su vida y relató todo lo que había memorizado desde hacía días —mi nombre es Ana Avendaño, tengo veinte años de edad y hace unos meses terminé mi carrera de comunicación social, nací en y crecí acá en la ciudad y sé que puedo dar lo mejor de mí para que este periódico sea la mejor versión de sí mismo. Tengo empatía y soy comprometida, aprendo rápido y aquí están mis calificaciones, me gradué con excelencia de la universidad siendo la mejor estudiante del año. Me gustaría trabajar en In Premiere por que es un periódico que ha demostrado…
—¿Por qué pareces un robot? —preguntó interrumpiéndola el hombre con el que competía por el puesto, pero Ana lo ignoró y le tendió el diploma con las calificaciones a Eduardo que los tomó. Ana intentó ocultar que le temblaba la mano.
—Dime, Ana de veinte años que acaba de terminar su carrera —le preguntó el periodista — ¿Tienes experiencia? —la muchacha abrió la boca y luego la cerró. No, no tenía experiencia ¿cómo podía tenerla si nadie le daba oportunidad? Se aclaró la garganta.
—Verá, no tengo experiencia —le dijo y escuchó al hombre a su lado suspirar, pero lo ignoró —pero como lo dije, aprendo rápido, estoy decidida a hacer lo que sea necesario por enaltecer el nombre de In Premiere, por ayudar a la la comunidad y a cada persona de este país mostrando la verdad y nada más allá con profesionalismo —terminó con una amplia sonrisa y Eduardo Tcherassi se la quedó mirando a los ojos pon un momento y Ana no logró contenerle la mirada.
—Robot —bromeó Álvaro a su lado, Eduardo aguantó la risa al otro lado del escritorio y Ana sintió como le subió calor a la cara.
—Lamento si te incomoda mi voluntad —le dijo ella volviéndose hacia él y el hombre borró la sonrisa —Yo al menos estoy intentado ganarme este puesto con mis méritos, no con la influencia —al otro lado del escritorio Eduardo soltó una risotada y aplaudió un par de veces, y Ana no pudo evitar la sonrisa que se le escapó.
—Bien —dijo Eduardo calmando la tensión que se había formado — para entrar a este periódico cada candidato debe traer una noticia que ayude a potenciar su entrada, dejen de pelar y enséñen qué tienen para ofrecerme — Álvaro miró mal a Ana y lanzó sobre el escritorio otros papeles que sacó del bolso.
—Tengo varios contactos que me han informado como el candidato a la alcaldía de Medellín tiene nexos con grupos armados que están costeando su campaña con dineros ilícitos — dijo y Eduardo tomó los papeles con los ojos abiertos.
—Muy interesante —dijo dándole una checada a los documentos.
—Ahí hay información de los pagos que se han realizado —añadió en un tono confiado y cruzó los brazos por detrás de la cabeza recostándose al respaldo de la silla. Ana se aclaró la garganta.
—Llevo un caso de un grupo de monjas que que hacen tráfico de drogas —Eduardo abrió los ojos y Álvaro se rio.
—¿Tienes algún tipo de pruebas? —le preguntó Eduardo y Ana meneó la cabeza.
—No físicamente, pero llevo años investigando y conozco hasta sus rutas…
—¿Años? —preguntó el pelinegro a modo de burla, pero Ana no le prestó atención, miró anhelante a Eduardo Tcherassi que la miró dejando escapar el aire despacio.
—Si no tienes pruebas físicas no hay nada que hacer, Ana, no podemos acusar con especulaciones.
—No son especulaciones, voy a conseguir las pruebas —ambos hombres se quedaron en silencio un momento hasta que Eduardo tomó todos los papeles que le habían dado y los puso a un lado.
—Bien —dijo —tengo varias entrevistas más. Álvaro, un gusto como siempre —ambos hombres se abrazaron como despedida y el pelinegro salió de la oficina —señorita Avendaño ya puede retirarse —le dijo y ella permaneció estática.
—No me contratará, ¿cierto? —preguntó y Eduardo se cruzó de brazos.
—Aun no me ha dado un motivo para hacerlo —Ana apretó los puños.
—Creo que le he dicho lo suficiente, pero usted me dijo que no apenas me vio, ese hombre que hay ahí ya se ganó el lugar —se puso de pie y tomó el saco que se había resbalado y que reposaba en el suelo y lo miró — Mejor dígale a la gente que hay ahí que no pierda su tiempo, como siempre, tener influencias es lo que vale en este país —salió con paso decidido y dejó el edificio en el corazón roto en pedazos. In Premiere era el sueño que había tenido incluso antes de que el periódico se hiciera popular, y de nuevo su falta de experiencia la habían condenado.
Ese día visitó dos periódicos más, pero el resultado fue el mismo, si no había experiencia, no había nada.
Cuando llegó a casa eran entradas las diez de la noche, su hermana Luisa ya estaba dormida y Ana se la quedó mirando desde la puerta, le había prometido que no tendrían que pasar por las necesidades de cuando eran niñas, pero parecía que la promesa se le escurría entre los dedos como la arena seca de una playa en verano. El celular sonó en su bolsillo y Ana abrió los ojos, era muy tarde, ¿Cómo podían llamarla a esa hora?
—¿Con Ana Avendaño? —preguntó una mujer y Ana reconoció la voz decaída y suabe de la trabajadora del periódico.
—Con ella —dijo emocionada y sintió como le temblaron las rodillas.
—Mañana comienza su prueba de seis meses en el periódico In Premiere —Ana sonrió de alegría, luego frunció el ceño.
—¿Prueba de seis meses? —preguntó asombrada y la mujer asintió con la voz.
—Se contrataron dos candidatos a periodistas, en seis meses se elegirá cual de los dos se quedará en el puesto.
—¿Con quién tendré que competir? —no quería saber la respuesta. La mujer al otro lado de la línea rio por lo bajo.
—Con Álvaro Soler —Ana se recostó de la pared con la boca abierta —buena suerte.
Ana se levantó temprano esa mañana, se duchó con el agua fría de su departamento y preparó el desayuno para ella y su hermana Luisa que se arreglaba para ir a la escuela.—Puedo hablar con Elisa valencia para que entres al periódico sin necesidad de competir —le dijo ella y Ana se rio mientras peinaba su cabello oscuro frente al espejo.—No digas tonterías, Luisa — solo te tomaste una foto con ella hace meses, ¿Crees que te hará caso? —su hermana asintió.—Gracias a que teníamos la primicia de su embarazo por esa foto comimos varios meses, ¿recuerdas? Ella misma me autorizó publicarla, es muy amable.—No lo dudo —le dijo Ana sentándose frente a ella —pero no podrás encontrarla así no más, es una mujer con millones de seguidores y esposa de uno de los hombres más ricos del mundo, mejor deja así, yo puedo hacerlo sola —su hermana frunció el ceño.—No es justo, te mereces ese puesto—Puede ser, pero es algo, pensé que ni había quedado. Hay que agradecer, aunque sea el periodo de prueba —
Ana llegó esa mañana de lunes más temprano de lo normal, tan temprano que el único que había en el edificio era el vigilante que le sonrió en cuanto la vio. Trapeó, llevó la ropa sucia y la trajo de nuevo limpia, la ordenó, respondió los comentarios con ímpetu y cuando terminó apenas era medio día.Llegó a la cafetería con paso decidido y, después de preguntar a la secretaria de Eduardo cómo le gustaba el café, le llevó un vaso grande, muy frio y dulce. Cuando asomó por las puertas del ascensor Álvaro estaba saliendo de la oficina del hombre y en cuanto la vio le sonrió, pero Ana no le devolvió la sonrisa, pasó de largo junto a él casi sin prestarle atención.—Vengo a traerle este café —le dijo a la secretaria que apenas la miró y asintió con la cabeza, pero antes de que Ana abriera la puerta se volvió hacia ella —lamento lo del viernes, no debí gritarte —la muchacha levantó la cabeza y le sonrió.—Tranquila, no importa, ya estoy acostumbrada —Ana quiso decirle algo, no estaba bien qu
Ana sabía perfectamente a donde debía ir y en qué momento, no en vano había pasado la mayor parte de su vida en aquel frio y solitario lugar.Llegó hasta la esquina del parque y se recostó disimulada mente en la cerca de madera que separaba el orfanato de la calle, y movió la tabla suelta por donde se escapaban las muchachas en las noches.En escalofrío le llenó la espalda, llevaba dos años sin entrar ahí, y el aura tétrica del lugar permanecía intacta. Corrió hasta la ventana de su vieja habitación. Si tenía suerte, las muchachas deberían de estar en ese momento en el almacén como de costumbre, así que cuando abrió el pestillo desde afuera y abrió la ventana la habitación estaba en la total penumbra. Ana entró con el corazón bombeándole contra el pecho, muchos recuerdos negativos se acumularon dentro de su cabeza.Corrió por el corredor muy pegada a la pared hasta que llegó a la pequeña ventana a nivel del suelo desde donde se podía ver hacia adentro y asomó la cabeza disimuladamente
Había llegado muy temprano ese día, y para antes del mediodía ya tenía hechos todos sus quehaceres y estaba atorada frente al computador buscando qué era lo que había hecho Álvaro Soler en el periódico EL Colombiano para que aquella persona lo tachara de mentiroso y amarillista, pero no lograba encontrar nada relacionado.A su celular le llegó un mensaje de texto donde la encargada de los recursos humanos la llamaba para firmar el contrato que la acreditaría oficialmente como periodista del periódico, y se puso de pie contenta y casi que flotó hasta la oficina de la mujer, pero la sonrisa se le borró cuando lo primero que vio al abrir la puerta fue la arrogante cara de Álvaro.—Lean atentamente antes de firmar, cualquier duda que tengan me comentan —Ana tomó su contrato y comenzó a leer detalladamente, era el primer contrato que firmaría en su vida y le habían dicho que debía leer bien antes de firmar.Cuando llegó a la parte del sueldo se mordió el labio, tenía la esperanza de que po
Eduardo se dejó caer en la silla con fuerza, ni siquiera se había dado cuenta que se había puesto de pie, pero esa muchacha tenía una habilidad especial para sacarlo de quicio, cosa que era realmente complicado. Alexandra se sentó en la silla frente a él que segundos antes había ocupado Ana.—Fuiste muy duro con ella —le dijo y él le abrió los ojos.—¿Justificas lo que hizo? —preguntó y su hermana negó con vehemencia.—Claro que no, pero se arrepintió de lo que estaba haciendo antes de que lo dijera —Eduardo se recostó pesadamente apretándose el puente de la nariz —ella ya no quería mostrar nada pero tú la obligaste —continuó la mujer y luego pateó la silla de Álvaro que permanecía en silencio —Y tú lo emporaste todo burlándote de ella. Ella tiene razón, ¿Cómo crees que se siente al ver que la única opción de entrar de lleno a este periódico es competir contra alguien que tiene tantos privilegios?—¿Insinúas que estoy haciendo las cosas mal? —le preguntó Eduardo y ella asintió.—Lo es
Ana sintió como su cuerpo se entumeció de inmediato, tan fuerte y con tanta violencia que los miembros se le quedaron paralizados. El grito que salió de ella le hirió la garganta y se quedó ahí parada por una fracción de segundo observando el cuerpo de su hermana que parecía estar inerte.—Luisa —preguntó en un susurro y vio como el cuerpo de la muchacha se movió un poco, y solo eso le bastó para que todos los músculos del cuerpo se encendieran como atravesados por una corriente eléctrica que la lanzaron de rodillas al suelo junto a ella —Luisa —le dijo y la muchacha apenas se movió, así que Ana saltó y encendió la luz, la sangre del suelo era de un color muy oscuro y cuando Ana puso la palma de la mano sobre el líquido notó que no era sangre, y cuando lo olió comprobó que no era más que jugo de mora. La mitad del alma regresó al cuerpo de Elisa, la jarra había rodado unos metros más allá y ella se arrodilló de nuevo frente a su hermana sacando el celular del bolsillo y llamando a una
Ana había intentado esa noche dormir lo que más hubiera podido, pero entre estar despertándose para comprobar el estado de su hermana y los nervios por lo que pasaría al día siguiente no pudo pegar el ojo ni por un segundo, así que cuando se levantó en la mañana para ir a trabajar tenía las ojeras diez veces más grandes que el día anterior. Tardó varios minutos en el espejo dejarse medianamente decente.—Te vez horrible —le dijo su hermana desde la cama y Ana dejó escapar el aliento —si no fuera por ese maquillaje asustarías a alguien en la calle —se burló y Ana le lanzó un trapo que le dio justo en la cara.—No olvides que aunque estés en cama puedes hacer tus deberes de la escuela —le recostó y la muchacha ladeó la cabeza con fastidio.—¿Ni muriendo puedo dejar de estudiar? —Ana puso el cuaderno sobre el regazo de la muchacha.—No, ni muerta —cuando salió de casa una llovizna insistente golpeaba la ciudad y tuvo que protegerse el rostro con el paraguas para evitar que el agua le qui
Las rodillas le temblaron, así que se agarró a las telas con fuerza con la mirada fija en el hombre que la miraba desde abajo. —¿Alguien ofrece trecientos cincuenta mil? —preguntó la mujer a través del micrófono y el hombre gordo levantó el cartel. —¡Quinientos mil! —gritó de nuevo Eduardo Tcherassi y toda la audiencia levantó un murmullo generalizado. El hombre gordo miró una última vez a Ana y luego meneó la mano en el aire. —¡Vendida al hombre de traje! —gritó emocionada la mujer ante el micrófono, debía estar que mataba de la emoción, ella se quedaba con el treinta por ciento de todas las ganancias de sus mujeres y por lo que había oído ella sería la venta más cara que habían hecho. Un grupo de mujeres salieron bailando al escenario y tomaron a Ana metiéndola en medio de un baile coreografiado, pero ella solo se dejó llevar como un alma en pena sin fuerza y voluntad. —¡Qué suerte tienes!—le decía una compañera —nunca había visto un hombre tan sexi, está divino —Ana no contestó