Capítulo 3.

—Dijeron que tenía todo listo.—la voz gruesa del hombre que entró a la sala la envolvió, sin comprender cómo podía hacer algo así con solo presentarse. —¿Y tu equipo, señorita Blackwood?

—Tuvieron un contratiempo.—se limitó a responder.

—¿Los dos? —la interrogante y el tono usado le hicieron saber que no era la única que tenía esa idea en la mente.

—Los dos—contestó abriendo el computador para mostrar el avance.

No iba a ventilar por ahí sus problemas, pero no hacía falta cuando el hombre a su lado podía leerlo fácilmente.

La escuchó hablar sobre el proceso, darle una idea más clara de las piedras elegidas y el esfuerzo que pondría por tenerlo a tiempo, solo que este también se estaba concentrando en algo más de ella.

—¿Dejará de verme como si tengo un mono en la cara?—reclamó abrumada por lo que sentirlo le estaba causando. Estaba enojada y no era solo él, sino lo que tenía aprisionado su razonamiento.

—No tienes un mono, pero sí los ojos más negros que he visto en la vida—confesó este y ella giró su cuello. —Sabía del color, pero el tuyo tiene algo más.

—¿Te interesa hablar de mi color de ojos más que de la colección?—se enderezaron a la vez.

—Sé todo de la colección porque lo has sabido explicar. Prácticamente hiciste todo el trabajo sin tanto tiempo, y es la efectividad que quería—arrastró una silla donde se sentó—Pero puedo escucharte decirlo de nuevo si es lo que quieres.

Esa pedantería debía quitarle atractivo, no dárselo.

Génesis tuvo la misma osadía que él, en ver ese color extraño y lleno de luz en su mirada. Todo lo contrario a los suyos.

Él se removió ante ese acto, desatando la sonrisa ligera que pudo ver en el rostro de la mujer que lo desafió con un solo gesto.

—A todo el mundo nos molesta que nos analicen, Anthony—saboreó el nombre, justo como lo hacía él—Pero en tu caso te incomoda.

—No me incomoda, si no me llama la atención que eres la primera que lo hace abiertamente—se puso de pie, sobrepasando su altura por más de 30 centímetros, pues aunque ella medía casi 1.70, alcanzaba solo su hombro.

—Siempre hago las cosas directamente. Me gusta la transparencia—exclamó disfrutando de la fragancia presente en él.

—Me gusta—se inclinó un poco y ella se estremeció cuando lo sintió acercarse a su oreja—La transparencia y tú.

El aire se volvió escaso para ella cuando el aliento golpeó su piel sensible y la llevó a cerrar los ojos por un segundo.

—Lástima para tí que esté comprometida—trató de recobrar el sentido.

—Entonces, ¿porqué no me has alejado, linda sirena de fuego?—le cuestionó rozando su mejilla con la suya.

—Porqué estoy esperando a que hagas una sola cosa más para romper tu bonita y perfecta nariz—respondió tranquilamente, haciendo reír a Anthony, el cual suspiró cerca de su oreja. —Soy linda, pero esa palabra será la última en la que pensarás cuando me tengas de frente, si llegas a tocarme.

—No eres linda—se acercó un poco más—Eres letalmente hermosa.

—Aléjate.—elevó la mirada

—Aléjame. —endureció la mandíbula.

Sus alientos estaban atacándose mutuamente, sus miradas colisionaron con verdadero peligro.

No podía pensar si estaba así de cerca. No quería hacerlo de alguna forma y aún cuando su coherencia estaba presente, fue su inconsciente deseo por sucumbir el que la redujo ante el galope que tenía en su pecho.

Eso no debería ser posible. Ella siempre mantenía el control, pero él...

—Mi amor, disculpa la tardanza—se giró de inmediato al oír a Ever abrir la puerta. —No sabes. El tráfico estaba horrible. Tuve que hacer malabares para…¿sucede algo?

—Sí, que mi tiempo se agotó, pero estoy satisfecho con enterarme que no soy el único que pensó en algunos detalles. —dijo Anthony con un descaro que odió, mientras a ella la cara le ardió de solo saber lo que había pasado.

Estaba hiperventilando.

¿Qué estuvo a punto de hacer? ¿Besarlo?

¿De dónde salían esas ideas tan tontas?

—Un placer conocer más de la colección, señorita Blackwood. —le habló y ella aclaró su voz siguiendo con lo que estaba haciendo. —Debo retirarme, tengo un problema muy grande que solucionar.

El doble sentido de las palabras le dio motivos para matar a otros antes.

—Para el día de la revelación de la nueva colección tendrá la suya lista también. —Ever lo interrumpió. —¿Lo veremos ahí?

—No me perdería eso por nada—extendió la mano para recibir la del prometido de Génesis, mientras ella tan solo veía la hipocresía de ser tan amable con el hombre de quien juzgó la piedra que le había dado por su compromiso.

Se despidió sin contacto, pues su sangre ardía demasiado y la cuestión era que no tenía claro si era enojo o algo más.

No estaba tan claro como pensó.

—Amor, como te decía.

—No me interesa, Ever. —juntó sus bocetos—Si vas a ser el irresponsable que deja todo a última hora de nuevo, es mejor que no te acerques a mí. Necesito ayuda, no más agobio.

—Si estás molesta…

—Sí, estoy molesta. —declaró saliendo del lugar al sentir un aroma desconocido en él cuando quiso acercarse.

Se limitó a trabajar los siguientes días, pero pensar en la cercanía que hubo la tenía enojada, pues no era normal que quisiera cruzar sus propios límites.

Pero las palabras sin sentido ahora la tenían más abrumada que el día que las escuchó.

Era estúpido. Ni siquiera debía considerarlo.

Por ello, su cabeza sólo dio a basto para verificar por sí misma que las piezas fuesen exactamente como en los prototipos, ya que era un trabajo que le tocaba a Ever, pero aun cuando este estuvo presente también, no teniendo más llegadas tarde, algo le dijo que no debía confiarse para nada.

—Este líquido deben usarlo en poca cantidad—señaló el bote que había a la par de una de las piezas. —Podría resultar tóxico si se utiliza en exceso y envenenar a nuestros clientes es lo que no necesitamos.

Una mirada severa acompañada de una sugerencia de ella era más temida que cuando Ever o algún otro de los expertos gritaba.

Su calma era más temida que la tormenta de otros.

Una santa letal podía ser más calculadora que un diablo desatado.

Ella era lo primero y odiaba en demasía lo segundo.

El día había llegado y por ello cuando estuvo lista para la revelación de todo lo que mantuvo en auténtico hermetismo, admiró en su reflejo la imagen que quiso lograr. Usando más la gracia, que la excentricidad, siempre.

—Tardas como si tuvieras que fabricar el maquillaje—exclamó Khastiel impaciente.

—Te limpie los mocos, KB1. Cierra la boca y llévame a la empresa—su hermano hizo mala cara, pero al final le sonrió levemente llevándola al auto que condujo hasta el lugar en donde el dueño de la empresa, su esposa y Kahín se encontraban.

Apenas saludó, se dirigió en búsqueda de su equipo, por lo que pidió que nada debía descuidarse en su ausencia.

En el elevador se hizo a la idea de que debía tener lista la otra colección para que su dueño pudiera llevarla con él esa misma noche, además de recibir el collar que le entregaron y se colocó, haciendo juego con su imagen, con piedras que solo resaltaban aún más sus labios carmesí.

Abrió su caja fuerte y revisó el primer estuche, estando más que complacida con el resultado, sintió su pulso acelerarse, pero lo dejó en el olvido cuando escuchó unos ruidos que la hicieron girar a la ventana, el picoteo de una paloma golpeaba el cristal con gran esmero. A la vez que el ruido en la siguiente puerta la distrajo.

La oficina de Ever. Su prometido.

Cerró el estuche y con lentitud caminó hacia la puerta, escuchando como el silencio seguía siendo interrumpido por un mismo ruido que tenía una sola dueña.

Escuchó las voces agitadas y su mano se movió al pomo que giró con cuidado.

El golpe de asco le llegó de inmediato cuando pudo ver los rostros de las dos personas que estaban en ese lugar, uno sobre el otro, sin ropa.

Podía tomar el arma que tenía en su oficina y acabarlos ahí mismo. Matar a uno y torturar al otro o hacer que uno asesinara al segundo.

Tantas posibilidades, sin embargo con sus acciones les dejaría claro que la habían logrado lastimar y eso no lo merecían los dos traidores que estaban sin saber aún que alguien estaba eligiendo cuál sería la forma de castigarle.

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