Capítulo 4.

—En serio no lo creí hasta este preciso momento. —Nessi pegó el hombro al marco de la puerta a la vez que sus palmas se golpearon una y otra vez, mientras la escena se detuvo abruptamente.

Todo era verdad. Más bien, todo había sido una mentira. Ella preparándose para presentar la nueva creación de la empresa y ellos…

—La verdad pensé que tenía una amiga. —jugó con su collar.

—Ness, déjame explicarlo.

—¿Qué me vas a explicar? ¿Las posiciones en las que te c0giste a quien decía que era mi amiga? No, gracias.—evitó que la tocara al hacer el amago de hacerlo. —Apestas. Quítate.

—Amiga,—Carol intentó acercarse.

—Ni se molesten, odio el drama. —a ambos los trató con frialdad, con ello los dejó atónitos. —Me llevo mis estuches y pueden seguir con lo suyo.

Al pasar, terminó lanzando al suelo y sin cuidado, las revistas en donde mostraban el rostro del hombre que era el foco de admiración de Ever. Anthony Crown. También el objeto de suspiros de Carol, quien se cubrió los senos con la blusa, mientras el hombre al que miraba con asco se arregló el pantalón.

—Nessi,—la mirada que obtuvo silenció a la mujer desnuda.

—Génesis para tí, mediocre traidora. —dijo con dureza.

—Mi amor… —el puño cerrado de la ojinegra le rompió la nariz a Ever, sorprendiendolo al golpear su ingle con la rodilla, aprovechando su dolor estrelló su mano abierta en su mejilla, empeorando el sangrado que corrió por su barbilla.

Carol no pudo evitar soltar un grito ahogado, cubriendo su boca con ambas manos al ver a su amante en el suelo, soltando quejidos de dolor.

—Pero…

—No te rompo la cara también, porque en cinco minutos darás el discurso de bienvenida, y no quiero fallas. —la sujetó por la barbilla. —Así que retoca tu maquillaje y sigue adelante, porque te aseguro que lo puedo hacer mucho mejor que tú.

La liberó con desprecio, tomando una toalla húmeda, de las que había en el escritorio para limpiar su mano.

Aplastó la mano de Ever con su tacón y salió del lugar, con el mentón en alto, la mirada fría y el cabello ondeando furiosamente con cada paso.

No derramaría lágrimas. Le inculcaron que la lealtad era invaluable, que solo mediocres se atrevían a romperlo. Así que priorizaba su éxito sobre sus sentimientos.

Al menos en ese instante.

Su padre tenía razón, no iba a dejar que su éxito de esa noche fuese opacado por actos estúpidos de otros. Dolía, claro que lo hacía. Ella sí consideraba conservar esa amistad, pero no iba a soltar una lágrima con tantos elogiando sus logros.

Su padre la observaba junto a su madre y hermano entre el público, en lugares privilegiados. Por lo que mantuvo la imagen que quería proyectar esa noche.

Vio a Carol caminar con rapidez y la seguridad desmoronada hacia el lugar que debía ocupar en tan solo segundos, mientras las enseñanzas sobre las traiciones que le dio su padre siguieron resonando en su cabeza, haciéndose a un lado para que su ex amiga pasara al escenario en donde les mostró a todos su nerviosismo. Sin poder evitarlo.

La nueva colección estaba en la vitrina bajo la tela roja, por lo que tuvo que esperar paciente y con una sonrisa victoriosa su turno, oyendo las líneas que Carol había ensayado durante días.

—Por lo tanto, pido un gran aplauso para mi gran amiga y la creadora de tan majestuosa colección ¡Génesis Blackwood! —señaló Carola, dándole paso a la mujer de vestido beige, ceñido y que acentuaba sus curvas peligrosas. El brillo de los diamantes en su gargantilla resplandecían como estrellas en la noche, deslumbrando a todos con esa belleza que poseía.

Evitó el beso de Carola sin miramientos, tomando el micrófono con el que dio inicio al discurso que improvisó al no querer decir el que su amiga junto a su novio habían preparado con anticipación.

—A lo cuál, no retraso más la revelación por la que todos nos encontramos aquí. - culminó moviéndose a la derecha con una enorme sonrisa que su padre veía con gran orgullo.

El telón se alzó lentamente, revelando la vitrina. Allí, en su esplendor, estaba la colección de joyas más deslumbrante que nadie hubiera visto jamás. Collares de diamantes, pulseras de zafiros, pendientes de esmeraldas; cada pieza era una obra de arte única.

Y en el centro de todo, de pie junto a la vitrina, estaba Génesis Blackwood. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con una intensidad que hipnotizaba a cualquiera que la mirara.

El público estalló en una ovación, y Génesis inclinó la cabeza con humildad, siendo fotografiada por todos mientras continuó con el discurso para describrir cada pieza, dejando a todos anonadados con su experiencia en el campo.

—Y ahora, antes de concluir —añadió la castaña, su voz más fría que el hielo —Carol, estás despedida. Un Blackwood desprecia las traiciones y a quienes las apoyan. Que esta lección te sirva y al resto para el futuro.

Dejó el micrófono y se retiró, oyendo el mar de murmullos que se levantó, aunque no tardó en volver a convertirse en aplausos que acabaron con el silencio.

—¿Necesitas que te saque de aquí? - le preguntó su padre al saber la estrecha relación que tenía con la recién despedida, ella negó.

—No tiene importancia. - le sonrió. Pero él supo que habían lastimado a su hija.

—Si necesitas descansar, puedes hacerlo. Me haré cargo de mostrar las piezas especiales a los Crown. —propuso su madre.

—No es necesario, pero gracias. Iré a revisar los estuches. —dijo evitando hacer un drama mayor. No quiso responder a la pregunta de su hermano tampoco, siendo la misma de siempre frente a todos.

Cuando estuvo sola, apenas se pudo tomar el pecho, mientras no quiso pensar en todo el enojo que estaba acumulando.

Debía respirar y por ello se quitó el collar que dejó sobre el escritorio. Pero no era suficiente. Sus pulmones estaban siendo presionados por el enojo que no soltó. Su voz no salía debido a su renuencia de aceptar sus lágrimas.

Intentó abrir el vestido para poder respirar, pero no logró hacerlo.

—Dijeron que…

La voz de alguien la hizo girarse para encontrar al hombre que había cerrado la puerta en cuanto entró, quien tenía una mirada desconcertante entre esas pestañas oscuras que la observaron mover las manos con desesperación.

—No te muevas. Cálmate —mostró las manos.

Entendió lo que quería, por lo que se acercó quedando a sólo centímetros de su rostro, dejándola inmóvil cuando lo tuvo con tan poco espacio. Mientras los truenos y el oscuro cielo cubría la ciudad entera, dando el inicio a la tormenta que escucharon retumbar con fiereza.

Ninguno se fijó en nada más que no fuera el otro, pero ella estaba comenzando a creer palabras que no tenían sentido, dichas por alguien que parecía no ser tan charlatán como pensó.

El cierre se deslizó con suavidad y ella al fin tuvo alivio, algo momentáneo porque seguido de eso la puerta se abrió dejando ver a su padre y a dos acompañantes más que veían la escena con un enfoque muy distinto.

“Lo único que faltaba” pensó.

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