Capítulo 4
[Lávalas y todavía sirven. Las paredes son delgadas, así que no hagan tanto ruido.]

Tres días después del divorcio, Camilo fue a armar un escándalo a la empresa. Usó el nombre de mis padres para hablar directamente con el estudiante de mi padre. Este ya era un mando medio y le había conseguido el trabajo como favor a mi padre.

Camilo, sin mencionar nuestro divorcio, tuvo la cara dura de pedirle más ayuda. El estudiante, Jorge, un hombre educado y amable que me había dado clases particulares, intentó convencerlo de que se marchara, pero Camilo se puso terco.

Jorge me llamó frustrado: —Dice que quiere una indemnización, pero ya ha faltado al trabajo varias veces.

—Camilo ya en serio no tiene nada que ver conmigo —respondí tranquilamente—, manéjalo como corresponde.

Jorge hizo una pausa: —Bien, entiendo entonces.

Cuando Camilo volvió, ni siquiera pudo entrar; los guardias lo detuvieron en la puerta. Entonces se rindió completamente, volviendo a holgazanear en casa. Aunque en redes sociales se volvió más activo, subiendo videos tocando la guitarra. Por el ángulo de las fotos, era claro que Paulina las tomaba. Sudaba tanto que hasta la guitarra parecía grasosa.

Como provocándome, me envió un mensaje de voz de 60 segundos, quejándose de mi control anterior: —Ximena, ahora me siento como un verdadero hombre, por fin sé lo que es ser el jefe de la casa.

Casi me río. ¿Jefe de la casa? Con el poco dinero que tenía, ese hogar no duraría mucho.

Antes de fin de mes, el casero me llamó, dudando: —Ustedes dos... como que están haciendo mucho ruido últimamente.

Me explicó que los vecinos ancianos, de sueño ligero, no aguantaron más y se quejaron.

—Los mayores tienen el sueño ligero y oyen todo a través de las paredes.

Incómoda, le expliqué entre risas nerviosas que me había divorciado y mudado.

Después de un momento de silencio, respondió: —Ah, ya veo.

Poco después, Camilo me llamó: —¿Qué fue lo que dijiste? ¿Por qué de repente no podemos vivir ahí?

Me reí: —Te advertí que hicieran menos ruido.

Avergonzado, balbuceó: —Ya no estamos casados, ¿por qué te metes? Y sobre Jorge...

Le solté una palabrota y colgué. No se atrevió a llamar de nuevo.

Los caseros de la zona se conocían entre sí, y pronto hasta el dueño del local del desayuno se molestó. Paulina vino a reclamarme indignada.

—Sé que estás dolida porque te abandonaron, ¿pero nos estás acaso saboteando a propósito? Te advierto, cuanto más lo intentes, más unidos estaremos.

Asentí repetidamente: —Por favor, no se separen. —Y le recordé que en una semana debía presionar a Camilo para casarse conmigo.

Esta vez, ella colgó furiosa. Una ex-esposa tan comprensiva como yo sería difícil de encontrar en otro lado.

Pero justo antes de la boda, Camilo se arrepintió. Lo vi fuera de la casa de mis padres, casi irreconocible. En solo un mes, había engordado visiblemente. Al caminar hacia mí, toda su carne temblaba.

Secándose el sudor de la frente, me ofreció unos pasteles baratos: —No sabía qué comprar, traje algo para nuestros padres.

No los acepté, observándolo con los brazos cruzados. Bajó la mano avergonzado y balbuceó: —Creo que aún hay sentimientos entre nosotros, podemos seguir juntos.

Lo miré divertida: —¿Qué fue lo que sucedió? ¿Acaso ya te cansaste de revolcarte con ella?

Cada vez más incómodo, suplicó: —Solo fue un momento de locura, Ximena, perdóname por esta vez.

Sus palabras me revolvieron el estómago. —No me des asco, hasta parado aquí estorbas.

Lo empujé a un lado; a pesar de su tamaño, era débil. Pero mientras me alejaba, me quedé pensando qué pretendía con todo esto.

Al volver a casa, vi que la noticia de la demolición del barrio ya había salido en las noticias.

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