Después de que Mi Esposo Me Engañó, Me Hice Rica
Después de que Mi Esposo Me Engañó, Me Hice Rica
Por: Momo
Capítulo 1
Mi esposo Camilo se había obsesionado con Paulina, la vieja viuda que vivía en el piso de abajo. Le fascinaba porque le preparaba desayunos especiales y no le importaba su joroba al caminar ni sus modales descuidados al comer.

—Mi esposa es como un NPC de un videojuego —se quejaba él—, cada vez que me le acerco solo me asigna tareas.

—No como Paulina, ella me entiende y me hace sentir como una persona de verdad —confesaba con admiración.

Llegó al punto de envidiar al difunto esposo de Paulina, considerándolo más afortunado por haberse casado con ella. En ese momento, decidí ayudarlo a estar con ella sin pensarlo dos veces. No podía esperar, temiendo que pudiera arrepentirse.

Me enteré que Camilo había faltado al trabajo cuando la empresa me llamó. Había salido temprano, antes del amanecer, con la excusa de ir a desayunar. No contestaba mis llamadas, así que corrí hacia casa. Las ancianas que tomaban el sol abajo se reían disimuladamente al verme. No era la primera vez; me detuve sintiendo un nudo en el estómago. Sus miradas iban y venían entre mi persona y el restaurante. El local, usualmente bullicioso, tenía la puerta cerrada.

Sandra, después de dudar un momento, me hizo una seña. Se acercó y me susurró al oído: —Mejor ve y mira por la parte de atrás.

Mi corazón se hundió aún más. Al rodear el local y mirar por la ventana entre abierta, los vi desnudos acostaditos juntos. Reconocí la espalda pálida de Camilo de inmediato. Contuve mis ganas de patear la puerta y, con manos temblorosas, tomé un par de fotos.

Paulina, con el cabello revuelto, entreabrió los ojos y se encontró con mi fija mirada en ella. Pero en lugar de alarmarse, esbozó una sonrisa y abrazó el cuello de Camilo, mostrándose completamente despreocupada.

Me fui de allí casi arrastrándome, con las extremidades entumecidas, y subí a casa. Permanecí sentada en la sala durante largo rato, aturdida, sintiendo más tristeza que ira. Hasta alguien como Camilo había aprendido a ser infiel.

Mi teléfono vibró: era una solicitud de amistad de un perfil desconocido. Al aceptarla, recibí dos videos perturbadores grabados por las cámaras de seguridad del local. En ellos, Camilo abrazaba a Paulina con expresión lujuriosa.

—Mi esposa parece un NPC, siempre dándome tareas cuando me le acerco —decía él.

Paulina reía mientras se acurrucaba en sus brazos: —¿Para qué quieres una esposa si ya tienes un hombre?

—Exacto, ni siquiera puedo comer en paz, siempre quejándose de hasta cómo mastico.

—A mí me encanta cuando haces ruido al comer —respondió Paulina entre risas.

—Claro, uno hace ruido cuando la comida está buena. Mi esposa tiene demasiados problemas.

Apreté el celular, deseando poder darle un par de bofetadas a través de la pantalla.

Camilo regresó hasta el mediodía y al verme pareció ver un alma en pena.

—¿No... no fuiste a trabajar? —balbuceó.

—Tu empresa llamó diciendo que faltaste —le respondí sin dejar de mirarlo.

Por su mirada errática, era evidente que Paulina no le había contado que los descubrí.

Se cambió las pantuflas lentamente, evitando mirarme. —Solo llegué tarde, iba a cambiarme e ir, es solo medio día.

Me contó que un camión de riego lo había empapado camino al trabajo y que su teléfono se había mojado. Sacó el celular del bolsillo para mostrármelo: —¿Por qué faltaría pues al trabajo a propósito?

Hablaba con fingida seguridad, pero su mirada lo delataba. Al ver que no respondía, se rascó la cabeza incómodo y se dirigió al dormitorio.

Su ropa estaba efectivamente mojada; claramente había planeado esta mentira antes de volver. Miré alrededor: los electrodomésticos, los utensilios de cocina, todo lo había comprado yo poco a poco durante estos años. ¿Cuál era el propósito de Camilo en esta casa?

Salió con ropa limpia y encendió un cigarrillo. Su barriga redonda era visible a través de la ropa y su cabello lucía grasoso. Se desparramó en el sofá, fumando con expresión de placer, extendiendo sus piernas cerca de mí mientras movía una nerviosamente.

Sin pensarlo, le di una palmada: —Deja de mover la pierna.

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