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Dominic despertó en la casa de la tía Regina, aquella anciana dulce y consentidora que había sido como una madre para él. Recordaba con cariño los meses en que ella se había encargado de él, mientras su madre, Olivia, lidiaba con un embarazo complicado de su hermana, Emma. La tía Regina había abierto su hogar con los brazos abiertos, convirtiéndose en un refugio seguro para él.

Se estiró en la cama, sintiendo sus extremidades un poco entumecidas, y deslizó sus pies envueltos en las pantuflas peludas sobre la alfombra, dirigiéndose al baño para una ducha. La noche anterior no había tenido tiempo para asearse; apenas su cabeza tocó la almohada, se quedó profundamente dormido. Hacía tiempo que no descansaba tan bien como lo había hecho allí, en el hogar que una vez había sentido como suyo.

Después de ducharse, se vistió con una polera blanca y pantalones caqui, optando por usar de nuevo los tenis que había traído. Eran más cómodos que las pantuflas peludas que la tía Regina le había pre
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