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Encontrar un taxi disponible resultó ser más complicado de lo que había imaginado. Sin embargo, después de varios minutos, logró detener uno en las ajetreadas calles de California. Violet descendió del vehículo, agradeciendo al amable chófer, y se encaminó hacia la imponente casa que se alzaba a unos metros de distancia.

La fachada mantenía aquel aire antiguo y pintoresco que recordaba con cariño. Cada detalle de ese lugar estaba grabado en su memoria, pues su infancia había sido la etapa más feliz de su vida, especialmente cuando pasaba el tiempo con la tía Regina, quien siempre la consentía.

Subió los pocos peldaños que llevaban a la puerta de madera y golpeó con los nudillos, aguardando ansiosa a que se abriera. En cuestión de segundos, el rostro de una señora mayor apareció, mirándola con asombro.

—¿Violet? ¡Hija, qué alegría verte! —exclamó, mostrando una amplia sonrisa que acentuó las arrugas de su rostro.

—Tía Regina, cuánto la he extrañado —respondió la joven mientras la a
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