22

Paulina caminaba de un lado a otro en la pequeña habitación, los pasos resonando incesantemente contra las paredes. Sus manos temblaban y su respiración se aceleraba cada vez más, como si fuera a desvanecerse en cualquier momento. Sabía que estaba encerrada, pero su mente parecía encontrarse en otro lugar, atrapada en un torbellino de recuerdos y emociones descontroladas.

Golpeó la puerta con fuerza, gritando el nombre de Karim una y otra vez, exigiendo respuestas, buscando la venganza que le quemaba por dentro. Su voz se quebró en sollozos desesperados, mezclados con maldiciones y súplicas.

Detrás de la puerta, su madre Ana, escuchaba con el corazón encogido, los ojos llenos de lágrimas. Quería ayudar a su hija, protegerla de sí misma y de cualquier peligro, pero Paulina parecía cada vez más perdida en su propio infierno.

—¡Paulina, por favor, tienes que calmarte! —suplicó la mujer, apoyando la mano en la madera fría—. Sé que es difícil, pero tienes que intentar respirar... Voy a lla
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