XXIII. Te deseo

Miré al hombre frente a mí en completo silencio, ataviado en un elegante traje gris que lo hacía ver muy guapo. Su cabello bien engominado hacia un lado estaba perfecto, a excepción de un mechón rebelde que descansaba en su frente y acentuaba todo su atractivo, sobre todo esos ojos tan azules y feroces que brillaban con suma intensidad. Sus cejas pobladas y oscuras le conferían un aire más rebelde y a la vez parco. Las facciones de su rostro eran perfectas, como las de aquellos modelos que posaban en las revistas. Sus labios delgados eran finos y rosas. Era tan alto que tenía que levantar la cabeza para mirarlo con detenimiento.

Bajé la vista por su cuello, detallando esos tatuajes que resaltaban su piel y le daban aquel toque de chico rudo. Sus hombros y pecho eran anchos, seguramente por todo el ejercicio que hacía, era bastante evidente que se mantenía en forma. Sus brazos eran grandes y la tela del traje los estrujaban de una manera que resultaba excitante a simple vista. Su prese
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