XXI. Odio

No tenía ni la menor idea de cuántos días habían pasado, de igual manera, ¿qué sentido tenía contar el tiempo estando encerrada en este infierno? Hiciera lo que hiciera, ese loco no me iba a soltar por más que gritara o le suplicara al borde de la desesperación. Solo se limitaba a observarme en silencio, ignorar mis preguntas y hablar de una manera que me aterraba y dejaba en claro que debía irme de ese lugar lo antes posible.

La mayor parte del tiempo me mantenía encadenada, solo me liberaba para poder asearme y hacer mis necesidades, y me tenía tan vigilada que ni siquiera podía tener privacidad usando el baño. Una mujer de mediana edad era la que se encargaba de alimentarme, pero ni bocado había podido probar. La comida no tenía sabor, tampoco era como que se me antojara o tuviese gran apetito. Lo único que quería era irme muy lejos de ese loco o morir.

Pensar en mis padres me daba fuerzas, pero cuando mi mente se llenaba de recuerdos de mi esposo y el dolor se incrustaba en mi ser
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