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El coche quedó en silencio unos segundos, no había música de fondo, e intentaba expulsar el humo lo más silenciosamente posible para no romper el silencio —y eso que se escuchaban los coches pasando junto a nosotros —. El Santa Mónica Boulevard era un lugar muy transitado, pasaba por la ruta estatal de toda California, y yo seguía sin saber a dónde tenía pensado llevarme por ese lugar. 

—Has escuchado mierdas de mí —joder, claro que sí; había escuchado de todo, ¡hasta que era un asesino! —, ¿por qué cojones sigues siendo tan gilipollas como para querer desmentir eso? 

Agité la cabeza. Él no lo entendía. De mí también se hablaba mierda, hasta en mi instituto de pijos se inventaban cosas sobre mí; que si era una zorra, que si iba a sitios ilegales, que si me drogaba... muchos de aquellos rumores

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