Capítulo 9
—¡No! No la soltaré. ¡Ella no ha muerto, no puede estar muerta! —murmuraba una y otra vez, sin poder aceptar la triste realidad.

—Santiago, suéltala. En vida, todo lo que Aurora hizo fue por ustedes. ¿Ahora quieres que ni siquiera en la muerte pueda descansar en paz por tu culpa? —dijo enardecido Juan, acercándose lentamente. Su rostro estaba pálido, y sus ojos enrojecidos por las lágrimas contenidas.

—Juan, yo...

—Aurora no la tuvo fácil, Santiago. Déjala ir. Permítele estar tranquila, feliz allá donde esté. Si sigues así, ni siquiera en la muerte podrá encontrar paz que tanto anhelaba.

Finalmente, lograron apartar el cuerpo de mis brazos. Mi hermano observó impotente cómo mi cuerpo era consumido poco a poco por las llamas. Yo también lo vi, vi cómo me convertía en cenizas hasta desaparecer de este mundo.

—Juan, le he fallado a Aurora. Le he fallado desde el principio, siempre.

—Ya es tarde para lamentarlo, Santiago. Todos le hemos fallado. Aurora era una buena niña, pero tuvo la mala
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