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—Te veo muy contenta, hija mía —notó Rosa, la imborrable sonrisa en el rostro de su hija.Carol se encontraba recogiendo las persianas para que la luz del sol se filtrara mejor en la habitación. Mientras tanto no dejaba de sonreír, pensando en que finalmente su vida parecía tomar el rumbo deseado. —Estoy feliz de tenerte de regreso en casa —contestó la joven, sabiendo que aquello no era lo único que la mantenía en ese estado. Desde esa noche que había compartido con Gustavo no había podido dejar de pensar en él y en lo bien que le hacía sentir con sus manos. Era un experto en hacerla enloquecer de placer y en hacerla experimentar cosas nuevas. —Y ahora te estás ruborizando —señaló su madre con una sonrisa pícara adornando sus facciones maduras—. Yo creo que te estás enamorando —completó haciendo que Carol se pusiera pálida del miedo. «¿Cómo era posible que su madre supiera leerla tan bien?», se preguntó, ligeramente incrédula, pensando en que quizás tenía hasta poderes telepáticos
El magnetismo que sentían era inexplicable. En cada beso, en cada caricia compartida, parecían pedir y exigir más del otro. Era como si ninguno de los dos pudiese obtener suficiente. Necesitaban más. Carol rápidamente se puso de pie y se dejó caer de rodillas. Su mirada fija en esos ojos verdes, fríos, pero al mismo tiempo tan fogosos. De alguna forma sentía que él la interrogaba con la mirada, que le exigía una explicación ante su irracional actitud. Pero ella tampoco sabía qué le sucedía, lo único que tenía claro era que quería complacer a este hombre tan hermoso. Gustavo era bello y odiaba verlo en esa silla de ruedas, privado de su capacidad para caminar. En sus fantasías se lo imaginaba de pie, alzándola por las caderas y embistiéndola en una pared. Ese era el tipo de aura que desprendía. Un aura dominante. Sin embargo, ahora era como un pajarito enjaulado y odiaba eso. Quería verlo libre, quería hacerlo libre. —Gustavo —gimió tomando todo su grosor entre sus manos y mirándol
—Gustavo, no esperaba verte por aquí —se sorprendió el médico al entrar en su consultorio y hallar a su paciente, sin siquiera haber acordado alguna cita. Pero este no era cualquier paciente, así que se ahorró las preguntas. —Vengo para que me dé una solución y no aceptaré un no como respuesta —su tono era amenazante. El doctor Ramírez trago en seco, sabiendo lo difícil que era tratar con este paciente en particular. Aun así, mantuvo la compostura y no se dejó amedrentar por su fría y avasalladora presencia. —Gustavo, entiendo tu frustración —comenzó, pero se arrepintió en el acto al ver esos ojos verdes convirtiéndose en dos rendijas. Aun así, prosiguió con cautela—. Hemos explorado muchas opciones, pero la ciencia aún tiene sus límites.—No me interesa lo que tengan que decir la ciencia o usted. Quiero que lo haga —exigió.Ramírez asintió lentamente, no se atrevía a llevarle la contraria.—Hay investigaciones en curso, terapias experimentales que podrían ofrecer alguna esperanza
Las manos de Carol no dejaban de sudar, mientras revivía la amenaza hecha por Julián. No solamente había admitido haberla espiado, sino que, aparentemente, había descubierto su relación clandestina con Gustavo. Mientras observaba a su madre dormir, no dejaba de pensar en la decepción que sentiría si descubriera sus verdaderas andanzas. ¿Pero qué más podía hacer? No podía echarse para atrás. La deuda que había adquirido era demasiado grande y, ahora, para colmo de males, lo amaba. Amaba a Gustavo.Lágrimas acudieron a los ojos de la joven al darse cuenta de que estaba completamente acorralada. Gustavo ni siquiera quería verla y eso empeoraba más su situación. Al menos cuando la llamaba a su despecho, se sentía cómoda y segura a su lado. Ahora había sido olvidada como un juguete que había perdido todo su encanto. Odiaba esa sensación. «No puedo dejar que esto me deprima», pensó decidida en resolver el asunto de Julián y en encontrar una manera de conseguir todo el dinero que le debía
Carol acababa de descubrir que en los momentos de desesperación era cuando se tomaban las peores decisiones. A pesar de que su madre ya estaba recuperándose de su operación, sentía la presión de conseguir el dinero como si aún estuviera en la cama de ese hospital. Pero seguía siendo de vital importancia pagar la deuda, aunque ya no era por su madre, era por ella y por su dignidad. —¿Estás lista? —le preguntó su nuevo jefe, entregándole su uniforme de trabajo. Sin más alternativa asintió, no muy convencida de lo que estaba a punto de hacer, pero sabiendo que ya no podía retractarse. Trabajar en un Maid café era la segunda cosa más estúpida que había hecho en toda su vida. La primera había sido arrodillarse delante de Gustavo. Entró en el baño del lugar y le envió un rápido mensaje de texto a su madre, avisándole que llegaría más tarde. Luego de escribir aquello, sacó el uniforme de su bolsa y se decidió en ponérselo. La blusa era de un blanco inmaculado, con mangas abullonadas y un
—¡Oiga, oiga! ¡Se está comportando como un salvaje! —forcejeó con el sujeto que la llevaba retenida en contra de su voluntad, pero sus palabras no iban dirigidas a él, iban dirigidas a la mente maestra detrás de todo esto. Carol fue llevada a una habitación de la mansión Cooper, mientras Gustavo la seguía de cerca. La furia en la expresión del hombre no había mermado ni siquiera un poco desde que salieron del Maid Café, a pesar de que se había encargado de mostrar toda su magnificencia. Gustavo no solamente había hecho que cerrarán ese local, sino que su llamada había servido para que el dueño fuese encontrado en posesión de un cargamento de drogas. El sujeto sería imputado por delitos de narcotráfico, haciendo así que pasará una larga temporada en la cárcel. —¡Estás demente! —gritó cuando finalmente los dejaron solos. Había querido seguir forcejeando, armar una escena, pero otras de las brillantes ideas de Gustavo, había sido la de ordenar que la ataran de pies y manos. Ahora est
Carol tragó saliva al reparar en el repentino ataque de ira de Gustavo. Estaba atada, a la merced de este hombre. —No juegues conmigo —demandó con sus ojos ligeramente desquiciados—. Te aseguro que no soy del tipo de hombre con el que se puede jugar —amenazó y no le quedaron dudas de que estaba en lo correcto. Gustavo era un sujeto peligroso y no necesitaba ni siquiera que se lo dijera para saberlo. Su sexto sentido era muy bueno advirtiéndolo. —No estoy jugando —contestó con sinceridad y una actitud sumisa, había llegado el momento de tratar de domar a la bestia—. Yo solamente estaba trabajando para reunir el dinero de la deuda y así poder pagarle. No quería hacer nada más. Todavía no entiendo qué hacía vigilándome y mucho menos, ¿por qué se apareció en ese local?—negó con la cabeza sabiendo que no obtendría una respuesta al respecto—. Lo que dije antes no era cierto, por supuesto que no hice nada más, aunque el solo hecho de que insinúe que fui capaz de más me ofende. ¡No soy es
Gustavo despertó con la sensación de unos delgados brazos rodeándolo. Al abrir sus ojos reparó en la menuda figura que se apegaba sugestivamente a su cuerpo. Carol seguía durmiendo, pero se había acurrucado demasiado cerca, invadiendo su espacio personal, invadiéndolo con su delicada esencia. Había logrado interrumpir su sueño con su descaro y el sol aún ni siquiera se había asomado. Así que no le quedó más alternativa que verla dormir, y acariciar su suave brazo, ese que se atrevía a tocarlo. Esa mujer lo estaba volviendo loco. Pasaron varias horas para que Carol se despertara. Comenzó primeramente a removerse entre sueños, hasta que sus ojos se fueron abriendo y el horror se dibujó en ellos, al ser consciente de que lo había estado abrazando todo el rato. —L-lo siento —murmuró con un sonrojo muy notorio, alejándose de un salto. Carol se levantó y miró hacia la ventana, dándose cuenta de que había amanecido y que, por la intensidad del sol, debería ser demasiado tarde. —¡Ciel