Gustavo y Carol - 10

—Te veo muy contenta, hija mía —notó Rosa, la imborrable sonrisa en el rostro de su hija.

Carol se encontraba recogiendo las persianas para que la luz del sol se filtrara mejor en la habitación. Mientras tanto no dejaba de sonreír, pensando en que finalmente su vida parecía tomar el rumbo deseado.

—Estoy feliz de tenerte de regreso en casa —contestó la joven, sabiendo que aquello no era lo único que la mantenía en ese estado.

Desde esa noche que había compartido con Gustavo no había podido dejar de pensar en él y en lo bien que le hacía sentir con sus manos. Era un experto en hacerla enloquecer de placer y en hacerla experimentar cosas nuevas.

—Y ahora te estás ruborizando —señaló su madre con una sonrisa pícara adornando sus facciones maduras—. Yo creo que te estás enamorando —completó haciendo que Carol se pusiera pálida del miedo.

«¿Cómo era posible que su madre supiera leerla tan bien?», se preguntó, ligeramente incrédula, pensando en que quizás tenía hasta poderes telepáticos
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