La efusiva confesión de su compañero, le hizo dar un paso atrás. Los ojos de Julián parecían ligeramente desquiciados, mientras profesaba palabras de amor. Ella no lograba sentir emoción ante lo que escuchaba, por el contrario, sentía angustia y miedo. —Julián, hemos sido amigos durante mucho tiempo, posiblemente estés confundido, yo te quiero, pero no…—Solo me quieres como un amigo —completó adelantándose al posible rechazo—. Lo sé. No creas que no lo sé. Para ti no soy más que esa persona que siempre está ahí, disponible, pero al mismo tiempo invisible. Pero para mí, tú eres más que eso. Sueño contigo, pienso en ti cada segundo, mi mundo gira en torno a ti. Y no te pido que me ames, Carol, sé que no lo harás, por lo menos no aún; pero dame la oportunidad de hacer que te enamores de mí.La vehemencia con la que hablaba, hizo que Carol se sintiera entre la espada y la pared. No podía negar que había creado un vínculo especial con el muchacho, era su amigo, pero jamás lo había visto
Aquel lunes no era un lunes cualquiera, era un día importante en la vida de Carol, quien no podía evitar sentir angustia ante la idea de perder a su madre en esa operación. El trasplante de corazón estaba pautado para iniciar en una hora y no podía dejar de apretar las manos de su progenitora a medida que el tiempo pasaba con deseos genuinos de no soltarla jamás. Lágrimas se acumularon en sus ojos ante el miedo. —Tranquila, querida. Todo saldrá bien —la tranquilizó su madre, quien ya se había encomendado a Dios. Rosa, al contrario de ella, no tenía miedo, tenía mucha fe en su creador. —Mamá —lloró Carol, abrazándola fuertemente. En ese momento, el doctor Flayner apareció, brindándole la seguridad que tanto necesitaba. —Carol —susurró con voz firme, pero reconfortante—, estamos en buenas manos. Rosa también lo está. El corazón que recibirá es fuerte y sano. Vamos a hacer todo lo posible para que esta operación sea un éxito. Carol asintió, sintiendo cómo sus manos temblaban pro
Carol tocó la puerta del despacho de Gustavo, temerosa y cohibida. Le había hecho saber su deseo de retribuirle el favor, pero ahora no le parecía tan buena idea. Era una locura. Pero de alguna forma se sentía con muchas ganas de hacerlo, estaba feliz. Su madre tenía un corazón nuevo y en unos días estaría de regreso a casa, como si nada de esto hubiera pasado. El parco y seco “adelante” de su jefe no se hizo esperar y Carol respiró profundamente antes de tomar el pomo de la puerta y hacerlo girar. Gustavo la esperaba con sus ojos ligeramente oscurecidos. Su expresión estaba en blanco como siempre, pero podía verse el tinte de impaciencia en sus facciones. Deseaba esto tanto como ella o incluso más. —Ven aquí —ordenó de inmediato al reparar en su indecisión. Carol caminó despacio, incrementando su impaciencia y luego se paró frente a él y le sonrió, fue una sonrisa cálida y transparente. Una sonrisa que parecía decirle “aquí estoy”. El hombre la tomó de la mano y la jaló hac
—Te veo muy contenta, hija mía —notó Rosa, la imborrable sonrisa en el rostro de su hija.Carol se encontraba recogiendo las persianas para que la luz del sol se filtrara mejor en la habitación. Mientras tanto no dejaba de sonreír, pensando en que finalmente su vida parecía tomar el rumbo deseado. —Estoy feliz de tenerte de regreso en casa —contestó la joven, sabiendo que aquello no era lo único que la mantenía en ese estado. Desde esa noche que había compartido con Gustavo no había podido dejar de pensar en él y en lo bien que le hacía sentir con sus manos. Era un experto en hacerla enloquecer de placer y en hacerla experimentar cosas nuevas. —Y ahora te estás ruborizando —señaló su madre con una sonrisa pícara adornando sus facciones maduras—. Yo creo que te estás enamorando —completó haciendo que Carol se pusiera pálida del miedo. «¿Cómo era posible que su madre supiera leerla tan bien?», se preguntó, ligeramente incrédula, pensando en que quizás tenía hasta poderes telepáticos
El magnetismo que sentían era inexplicable. En cada beso, en cada caricia compartida, parecían pedir y exigir más del otro. Era como si ninguno de los dos pudiese obtener suficiente. Necesitaban más. Carol rápidamente se puso de pie y se dejó caer de rodillas. Su mirada fija en esos ojos verdes, fríos, pero al mismo tiempo tan fogosos. De alguna forma sentía que él la interrogaba con la mirada, que le exigía una explicación ante su irracional actitud. Pero ella tampoco sabía qué le sucedía, lo único que tenía claro era que quería complacer a este hombre tan hermoso. Gustavo era bello y odiaba verlo en esa silla de ruedas, privado de su capacidad para caminar. En sus fantasías se lo imaginaba de pie, alzándola por las caderas y embistiéndola en una pared. Ese era el tipo de aura que desprendía. Un aura dominante. Sin embargo, ahora era como un pajarito enjaulado y odiaba eso. Quería verlo libre, quería hacerlo libre. —Gustavo —gimió tomando todo su grosor entre sus manos y mirándol
—Gustavo, no esperaba verte por aquí —se sorprendió el médico al entrar en su consultorio y hallar a su paciente, sin siquiera haber acordado alguna cita. Pero este no era cualquier paciente, así que se ahorró las preguntas. —Vengo para que me dé una solución y no aceptaré un no como respuesta —su tono era amenazante. El doctor Ramírez trago en seco, sabiendo lo difícil que era tratar con este paciente en particular. Aun así, mantuvo la compostura y no se dejó amedrentar por su fría y avasalladora presencia. —Gustavo, entiendo tu frustración —comenzó, pero se arrepintió en el acto al ver esos ojos verdes convirtiéndose en dos rendijas. Aun así, prosiguió con cautela—. Hemos explorado muchas opciones, pero la ciencia aún tiene sus límites.—No me interesa lo que tengan que decir la ciencia o usted. Quiero que lo haga —exigió.Ramírez asintió lentamente, no se atrevía a llevarle la contraria.—Hay investigaciones en curso, terapias experimentales que podrían ofrecer alguna esperanza
Las manos de Carol no dejaban de sudar, mientras revivía la amenaza hecha por Julián. No solamente había admitido haberla espiado, sino que, aparentemente, había descubierto su relación clandestina con Gustavo. Mientras observaba a su madre dormir, no dejaba de pensar en la decepción que sentiría si descubriera sus verdaderas andanzas. ¿Pero qué más podía hacer? No podía echarse para atrás. La deuda que había adquirido era demasiado grande y, ahora, para colmo de males, lo amaba. Amaba a Gustavo.Lágrimas acudieron a los ojos de la joven al darse cuenta de que estaba completamente acorralada. Gustavo ni siquiera quería verla y eso empeoraba más su situación. Al menos cuando la llamaba a su despecho, se sentía cómoda y segura a su lado. Ahora había sido olvidada como un juguete que había perdido todo su encanto. Odiaba esa sensación. «No puedo dejar que esto me deprima», pensó decidida en resolver el asunto de Julián y en encontrar una manera de conseguir todo el dinero que le debía
Carol acababa de descubrir que en los momentos de desesperación era cuando se tomaban las peores decisiones. A pesar de que su madre ya estaba recuperándose de su operación, sentía la presión de conseguir el dinero como si aún estuviera en la cama de ese hospital. Pero seguía siendo de vital importancia pagar la deuda, aunque ya no era por su madre, era por ella y por su dignidad. —¿Estás lista? —le preguntó su nuevo jefe, entregándole su uniforme de trabajo. Sin más alternativa asintió, no muy convencida de lo que estaba a punto de hacer, pero sabiendo que ya no podía retractarse. Trabajar en un Maid café era la segunda cosa más estúpida que había hecho en toda su vida. La primera había sido arrodillarse delante de Gustavo. Entró en el baño del lugar y le envió un rápido mensaje de texto a su madre, avisándole que llegaría más tarde. Luego de escribir aquello, sacó el uniforme de su bolsa y se decidió en ponérselo. La blusa era de un blanco inmaculado, con mangas abullonadas y un