98. La depresión mas grande: el desamor

La mancha de sangre sobre la alfombra se extiende lentamente, como si quisiera invadir cada rincón de la habitación. Los ojos del hombre muerto están fijos, abiertos de par en par, su boca entreabierta, congelada en un último intento de emitir palabras que jamás salieron. Quizá, en el segundo antes del disparo, quiso preguntar quién era el intruso o tal vez suplicó por su vida. Pero el asesino no dio margen para nada. Su muerte fue instantánea.

—¿Qué has hecho, Giovanni? —mi voz apenas se escucha mientras miro el cadáver. Mis piernas flaquean, y un temblor violento sacude todo mi cuerpo. Estoy aterrada.

—Puta asquerosa... —su insulto me atraviesa como un cuchillo al rojo vivo.

Levanto la mirada hacia él. Sus ojos son como brasas encendidas, llenos de odio. Pero lo que más me aterra es el arma que sigue apuntándome, temblando levemente en su mano.

—G-Giovanni... por favor... baja el arma —suplico, mi voz rota y temblorosa.

En lugar de escucharme, da unos pasos hacia mí, cerrando l
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