En ese momento, solo pude mantener la compostura mientras la veía acercarse angustiada hacia mí.—Sara —pronunció Beatriz cuando estuvo frente a mí, con lágrimas en los ojos.Entrecerré los ojos sin decir nada, esperando a que continuara. No quería interrumpir el momento emotivo que estaba preparando.—¿Podrías mantenerte alejada de Carlos? —finalmente preguntó.Me quedé pensativa. —¿Mmm?—Ustedes ya terminaron y ahora él está conmigo. Son cosa del pasado, y no quiero que aparezcas frente a él sin motivo aparente y afectes su estado de ánimo —dijo Beatriz con ojos temblorosos, conteniendo las lágrimas.¡Jajaja! Me reí, al darme cuenta de que me culpaba por el castigo que anteriormente Carlos le había impuesto. —¿Acaso la señorita Hernández no puede pagar la compensación y quiere pues que yo asuma una parte? —me burlé.El rostro de Beatriz palideció al instante, ya que antes había mostrado su pobreza frente a mí y pensó que me burlaba de eso. Pero no me reía de su situación económica,
Esta respuesta me tomó por sorpresa y me impactó al instante. Miguel siempre me había tratado como una hermana menor, y aunque ocasionalmente bromeaba, nunca cruzaba límites. Esta broma de hoy parecía haberse pasado un poco.Dylan me miró sorprendido, evaluándome detenidamente con la mirada. Miguel se paró frente a mí y sin mirar a Dylan, me dijo: —Entremos.Me despedí de Dylan y seguí a Miguel. Mientras nos alejábamos, vi que Dylan abría la boca y extendía la mano, como queriendo decir algo o detenerme.—Miguel dijo eso para espantar a mi pretendiente, ¿verdad? —después de pensarlo brevemente, adiviné su oscura intención.—Sí, ese tipo parece poco confiable, no me gusta —el juicio de Miguel sobre Dylan me hizo reír.Me miró de reojo. —Tengo buen ojo para juzgar a la gente, nunca me equivoco. Mantente alejada de él.—De acuerdo —acepté sonriendo.—Hablo en serio, no lo tomes como broma —insistió Miguel.Acepté enfáticamente. —Yo también hablo en serio, no bromeo. No me interesan los ho
Cuando se abrió la puerta, escuché una risa estridente y vi al instante a la persona sentada en el lugar principal. Este hombre... me resultaba familiar.Miguel ya había empezado a presentarlo: —Mario, mi compañero de billar y buen amigo.Mientras observaba con detenimiento el rostro de aquel hombre, recordé su nombre: Mario Montenegro, hijo de Leonardo Montenegro y actual director del Grupo Montenegro. Había investigado sobre él en internet, era un aficionado al snooker y campeón de torneos amateur. En ese preciso momento, no había considerado su conexión con Miguel, y menos que fueran tan cercanos.—¿Así que esta es nuestra hermanita? —sonrió Mario.Aunque el término "hermanita" sonaba afectuoso, me dio fuertes escalofríos. A pesar de que su historial parecía limpio, con un padre turbio, él tampoco podía ser tan inocente. Ya que, las apariencias engañan.—Sara, puedes llamarlo Mario simplemente. Si necesitas algo o tienes problemas, puedes acudir a él —dijo Miguel mientras me apartab
—Los ojos de Mario se contrajeron al instante, aunque su sonrisa no disminuyó, solo adquirió un matiz más especulativo. Parecía estar analizando algo.Sin preocuparme por sus pensamientos, fui directa: —Si le resulta incómodo al señor Montenegro, podemos olvidarlo.—Jeje —rio secamente—. No hay nada incómodo en esto. No solo una cosa, incluso si me pidieras en persona, aceptaría con gusto.El comentario fue algo inapropiado para la ocasión. Pero antes de que pudiera decir algo, Miguel tosió suavemente a un lado como advertencia.—¡Ja ja…! —Mario soltó una risa pícara y me hizo un gesto—. Las damas primero.No quería darle vueltas al asunto con este hombre, ya que me dio la oportunidad de empezar, decidí terminar esto rápido. Así que empuñé el taco y limpié la mesa sin darle oportunidad a pensar.Mario no pareció afectado por perder en una partida, incluso aplaudió primero: —Como era de esperar de la hermana de Miguel, tienes talento.—Acepto la derrota, pero déjame mostrarte lo que pue
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo