Ante las miradas expectantes de Gabriel y Alicia, finalmente acepté. Pero en mi corazón me hice una promesa: si Carlos volvía a tener el más mínimo enredo con Beatriz, aunque ya estuviéramos casados, lo dejaría para siempre.Con mi aceptación, todos en la mesa se relajaron un poco y el ambiente se volvió cálido y agradable.Después de cenar, naturalmente, no podía irme.De vuelta en la habitación, Carlos y yo nos sentimos bastante incómodos, incluso más que la última vez.—Ve a ducharte—dijo Carlos primero.Justo entonces sonó mi teléfono. Era precisamente Paula. Miré a Carlos. —Dúchate tú primero, tengo que atender esta llamada.Cuando Carlos entró al baño, contesté. Paula me cuestionó: —Sara —la voz de Paula sonaba preocupada a través del teléfono—, ayer no dormiste en mi casa, hoy tampoco viniste. No me digas que... ¿volviste con Carlos?Miré alrededor de la habitación, mis ojos deteniéndose en la gran cama en el centro.Respiré hondo antes de responder con suavidad:—Sí.—¿Te rec
Frente al espejo, forcé una sonrisa. "Hoy es un día feliz", me repetí, intentando convencerme una y otra vez de que cada amanecer a partir de ahora traería dicha y felicidad. La sonrisa no llegaba a mis ojos, pero me esforcé por mantenerla.Al bajar las escaleras, el aroma del desayuno recién hecho me envolvió por completo. Gabriel y Alicia habían transformado la casa: muebles nuevos brillaban bajo la luz matutina y la vajilla relucía sobre la mesa, todo preparado para la ocasión especial.Alicia, con ojos brillantes de emoción, se acercó apresurada.—Sara, querida, vuelvan en cuanto terminen en el registro. Tenemos una celebración especial esperándolos y muchos detalles de la boda que planear —su entusiasmo realmente era palpable, superando con creces el mío.—Claro, volveremos pronto —le contesté.Alicia me miró. —Te ves hermosa, aunque el rojo te quedaría mejor.—El rojo llamaría muchísimo la atención—expliqué.—No le hagas caso a eso—intervino Gabriel. —Ya no estamos en nuestra ép
—Señorita Hernández, ¿qué... qué hace usted aquí? —preguntó Diego, tan sorprendido como yo al ver a Beatriz justo en pijama.Beatriz se ajustó un poco la bata, visiblemente incómoda por nuestra presencia inesperada. —Vivo aquí. ¿No es obvio?Su mirada se posó en las llaves que yo sostenía, y su expresión cambió a una mezcla de confusión y molestia. —¿Es costumbre de ustedes entrar a casas ajenas sin siquiera tocar la puerta?Diego dio un paso hacia adelante, claramente desconcertado por la situación. —No... esto debe ser de veras un malentendido. Esta casa... se suponía que era un regalo del señor Carlos para la señorita Moreno.Nervioso y confundido, Diego sacó al instante su teléfono y llamó a Carlos. En su prisa, activó sin querer el altavoz. —Señor Carlos, sobre la casa en Nueva Armonía...Antes de que Diego pudiera terminar, la voz de Carlos lo interrumpió de manera abrupta: —Esa casa se la he dado a Beatriz.Vi asombrada cómo la sonrisa de Beatriz se ensanchaba, triunfante y
Con solo un par de comentarios, logré que Beatriz perdiera la compostura.La verdad es que su actuación era bastante pésima. Si iba a ser la amante, debería hacerlo con más descaro. Después de todo, Carlos le había regalado la casa que supuestamente era para mí; tenía motivos suficientes para sentirse segura. Pero no, a pesar de sus acciones cuestionables, insistía en fingir una completa inocencia. Quería tener lo mejor de ambos mundos: ser la otra y al mismo tiempo mantener una imagen de santidad.—Sara, con esa actitud tan dócil, Carlos no te va a querer—dijo Beatriz, sorprendiéndome con su comentario.Solté una risa irónica. Si a estas alturas yo siguiera preocupándome por el cariño de Carlos, sería como si me hubiera dado un golpe en la cabeza.—Quédatelo tú si tanto te importa su amor—le respondí, dejándola en ese momento sin palabras.Los ojos de Beatriz se llenaron al instante de lágrimas de cocodrilo. Me alegré de haber dejado a Diego cerca; si ella empezaba con su teatro, al m
Cuando Carlos me llamó de nuevo, estaba escuchando una enseñanza en el monasterio La Luz Divina.—Sara, ya casi son las once. ¿Por qué aún no has llegado? —me preguntó Carlos con voz impaciente.—Ya estoy cerca, espera un poco más —le mentí de forma deliberada.Durante diez años lo había amado y esperado incontables veces. Que ese día él me esperara un poco era como cobrarle un pequeño interés por toda haberle entregado mi juventud a ese intenso amor.—Date prisa, no vayas a perder la hora de buena fortuna que indicó el maestro —insistió ansioso Carlos.Irónicamente, yo estaba sentada justo frente al maestro Castro, quien no había mencionado nada sobre mi boda. Era evidente que en realidad no sabía que ese día Carlos y yo íbamos a registrar nuestro matrimonio, y mucho menos había calculado una hora propicia.—Sí —murmuré con suavidad, antes de colgar y apagar el teléfono, enfocándome nuevamente en la enseñanza del maestro Castro. Carlos era un fiel devoto porque de niño había superado
Esbocé una sonrisa irónica. Paula, notando que algo no andaba bien, preguntó muy curiosa: —Sara, ¿no me digas que descubriste algo entre él y esa viuda?No en vano era mi mejor amiga; sabía con claridad cuáles eran mis límites.—Le regaló una casa a Beatriz, una casa que originalmente era para mí—resumí muy brevemente.Paula guardó silencio por un momento. Finalmente, con los dientes apretados, comenzó: —Entonces tú...No terminó la frase, pero entendí de inmediato su intención. —No le daré otra oportunidad—respondí.—¡Si perdonas a ese canalla, lo volverá a hacer! —exclamó enojada Paula, compartiendo mi visión del amor.—Lo sé.—Hay que pensar bien los próximos pasos. Por ahora, contesta su llamada, veamos qué tiene que decir. Luego ven a verme—Paula hizo una pausa. —Cambiaré mi turno.Quise decirle que eso en realidad no era necesario, pero ya había colgado.Carlos seguía llamando insistentemente. Contesté: —Diga...—Sara, ¿qué estás haciendo? ¿Qué significa esto? —el grito de Ca
—Sara, he preparado una cena especial para celebrar. He invitado a familiares y amigos. Tienen que estar aquí antes de las seis.Las palabras de Alicia me sorprendieron muchísimo. No esperaba que aún no supiera que no nos habíamos casado. Parece que Carlos no le había dicho nada, tal vez para evitar regaños.Escuchando la alegría y expectativa en su voz, me costaba enormemente decirle la verdad. Pero el hecho de que Carlos y yo no nos casáramos ya era una realidad, y no se podía ocultar por mucho tiempo. Además, si los invitados llegaban, esto sería aún más vergonzoso para ella.—Alicia—la llamé muy suave.—¿Todavía me llamas por mi nombre? Deberías llamarme suegra. ¿O es que no lo harás hasta que te dé un regalo? —bromeó con agrado Alicia.Mi corazón, que hasta ahora no había sentido nada, se encogió de repente. —Lo siento mucho, creo que nunca tendré el derecho de llamarla suegra.Durante estos diez años, hubo infinidad de momentos en los que deseé llamarla así. Ahora me daba cuenta
Paula, intuyendo en ese momento mis pensamientos, preguntó: —¿A dónde vamos? Te acompaño, o si prefieres...—Acompáñame a arreglar mi pequeño nido—la interrumpí al instante.Me miró muy sorprendida. —¿Acaso... ya lo tenías planeado?—No exactamente, es algo de hace un par de días—señalé el asiento trasero, donde estaba la ropa de cama que había comprado.—La compré precisamente ayer con Beatriz—expliqué, provocando una expresión de gran asombro en Paula, sus ojos llenos de total curiosidad.De camino a mi casa, le conté todo a Paula. Ella se encontraba enojada: —Hiciste bien en no casarte. Carlos es un típico cretino moderno, queriendo tenerlo absolutamente todo.—Los cretinos son cretinos, sin importar la época que sea—bromeé.Paula me miró fijamente. —Sara, si necesitas llorar, no tienes que fingir sonrisas conmigo.—De verdad, no estoy tan triste—dije mirando al frente. —Quizás mis sentimientos por él se volvieron tan familiares como los suyos por mí, sin emoción alguna.Eso sent