—Sí, soy yo. ¿Quién habla?Mientras preguntaba, no pude evitar mirar hacia Carlos.Él pareció en ese momento no verme, caminando solo hacia unos asientos cercanos.—Soy el agente A8338 de la compañía de seguros de amor "Por Siempre". Hace cuatro años usted y el señor Carlos Jiménez compraron un seguro de amor con nosotros. El plazo está por vencer y necesitamos verificar algunos datos.Me quedé helada y miré de manera instintiva a Sergio.Me había estado abrazando, pero cuando empecé a hablar por teléfono, se alejó de forma discreta.Me daba espacio. Sergio era tan considerado, me daba tanto la seguridad como el espacio que necesitaba.—¿La señora Moreno y el señor Jiménez siguen siendo novios o ya se casaron? —preguntó tentativamente el agente.Su pregunta en ese instante me hizo mirar hacia Carlos, quien también estaba al teléfono con una mirada seria. —¿Señora Moreno, me escucha? —insistió el agente ante mi silencio.Tragué saliva:—Sí, escucho. Nosotros...Justo cuando iba a deci
—Estamos en la sala del aeropuerto, hay mucha gente y niños —le recordé.—Mm, lo sé —contestó Sergio.—Entonces por qué quieres... —me sonrojé un poco.—¡Quiero! —afirmó con total seguridad.Al oír su determinación, pensé por un momento que también había visto a Carlos y estaba celoso.¡Quizás quería que Carlos se rindiera definitivamente!Con ese pensamiento, me armé de valor y cerré los ojos, con el corazón acelerado esperando su beso en medio del aeropuerto.Pero después de un breve instante, en lugar de un beso, sentí algo pesado en mi mano.Abrí los ojos, miré a Sergio y luego vi una pequeña bolsa en mis manos.—¿Qué es? —pregunté algo confundida.Sergio gesticuló para que mirara yo misma.Abrí la bolsa desconcertada y encontré dos tarjetas bancarias, una libreta verde y otra roja.La verde era su certificado de baja militar, la roja su carnet de donante de sangre.—¿Qué significa esto? —volví desconcertada a preguntar.Sergio sacó la libreta verde:—Este es mi certificado de prue
¿Hace falta preguntarlo? ¡Nadie quiere ser engañado!Lo miré con cierta suspicacia:—¿Qué pasa? ¿Piensas engañarme en el futuro o ya me has engañado en algo?Guardó silencio un momento:—...No.No supe si era verdad o mentira, pero dejé clara mi postura:—Sergio, no acepto engaños.Su nuez se movió de nuevo:—Entiendo.Mejor aclarar las cosas desde el principio: si algún día se atrevía a engañarme, no podría culparme por mi reacción.De repente, el altavoz anunció un vuelo internacional.Instintivamente pensé en Carlos y lo vi dirigiéndose al control de seguridad con su maleta.¿Por qué iría al extranjero? ¿Negocios? ¿O quizás...?—Sasa, debemos pasar el control —la suave voz de Sergio en ese instante me devolvió a la realidad.—¡Ah! —respondí mirándolo.Me sentía culpable, temiendo que notara mi atención hacia Carlos, aunque ya no tuviera nada que ver con el amor.Pero el rostro de Sergio no revelaba absolutamente nada, lo que me hacía sentir más inquieta y culpable aún. Tomé su mano:
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo
La mano me dolía por la fuerza con la que me sujetaba Carlos. Era evidente que estaba muy enojado.No me pude evitar preguntar si acaso estaba celoso, en el mismo momento en el que Carlos me soltó y me miró con frialdad. —Sara, ¿así es como me pagas por lo que dije? ¿Con venganza?Al escuchar esto, me quedé atónita. Realmente, no esperaba esa acusación.—No es así, yo... —intenté explicar, pero me interrumpió.—¿Dónde lo tocaste? ¿De verdad le tocaste ahí? —preguntó Carlos, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de furia.Rara vez, lo había visto de esa manera. Definitivamente, estaba celoso. Por un momento, mi malestar se disipó un poco, al pensar que parecía que aún le importaba. Si solo me viera como una hermana o amiga, no le molestaría que tocara a otros hombres.—No lo hice —negué de nuevo.En ese momento, Alberto salió y me silbó. —Pervertida, ¿ahora estás coqueteando con mi cuñado?«Maldito mocoso», pensé. ¿Qué karma estaba pagando con él?Al ver acercarse a los hermanos, e