Las mismas palabras sonaban diferentes ahora, solo quedaba la ironía.—Lo sé muy bien—hice una pausa—. Después de todo ya no soy la mocosa inocente de antes. Carlos entendió el mensaje oculto y sonrió con amargura:—Me preocupo demasiado.Me quedé callada y él añadió:—Ten cuidado al caminar, no te distraigas.Asentí, recordando repentinamente mi sueño donde él estaba cubierto de sangre.Verlo ahora en el hospital me inquietó y pregunté instintivamente:—¿Qué haces aquí?Sus labios se movieron, pero no respondió.—¿No te...? —antes de terminar mi pregunta, una voz lo llamó a distancia:—¡Carlos, mejor date prisa!Era Beatriz.No podía verla por la alta figura de Carlos, pero reconocí su voz.Ahora entendía por qué estaba aquí.No era él quien estaba enfermo; acompañaba a Beatriz.Sin preguntar, sabía que probablemente era para un control prenatal.Y yo preocupándome por un simple sueño, qué tonta.El rostro de Carlos se tensó al oír a Beatriz. Sonreí con ironía:—Señor Carlos, vaya a
Me tensé. ¡Rayos! ¿No estaría pensando en hacerlo otra vez?Vaya con la carne que llama... ¡a decir verdad sí que somos esclavos de nuestros deseos!Y cuando pruebas el fruto prohibido, ya no hay vuelta atrás - es como una adicción.Hasta el más estirado y soberbio cae rendido ante estas tentaciones. Ahora entiendo por qué en todas las historias los dioses acaban sucumbiendo a las pasiones terrenales.Al final, por mucho que nos creamos superiores o civilizados, el amor y el deseo son nuestra mayor vulnerabilidad - ese punto débil que nos hace humanos, demasiado humanos.Mientras Sergio me besaba apasionadamente, mi mente divagaba.Hasta que un suave mordisco en mis labios me devolvió a la realidad. Sergio ya me había recostado en la cama y se cernía sobre mí.Sus ojos brillaban con deseo, su nuez de Adán se movía seductoramente, sus brazos musculosos me aprisionaban a ambos lados.Era una tentación viviente, y mi cuerpo respondía con sensaciones que se sentían muy bien para decir la v
Aunque he superado mis sentimientos por Carlos, eso no significa que la humillación y el dolor hayan desaparecido.—Sara, de verdad que eres única, aguantando semejante maltrato sin decir ni una palabra. Esa casa se compró para ti, debiste haberla echado de ahí. Preferiría dársela a un mendigo antes que a ella —dijo Alicia, una mujer de carácter fuerte que no toleraba las injusticias.Quizás por eso Gabriel se comportaba tan correctamente, además de amarla, probablemente le temía.—Señora, ya no tengo nada que ver con Carlos, así que no hay necesidad de seguir hablando de esto —intenté persuadirla.—Tú podrás haberlo superado, pero yo no. Hoy mismo haré que recuperen la casa —sentenció Alicia con determinación.Esbocé una pequeña sonrisa —Aunque la eche de esa casa, Carlos puede comprar otra en cualquier lugar.Beatriz era una intrusa, sí, pero al final Carlos fue quien le dio la oportunidad.El verdadero problema era Carlos, no Beatriz.—Si él compra otra es su problema, pero esa casa
Los hombres no pueden soportar las lágrimas de las mujeres, y las mujeres tampoco pueden soportar ver la debilidad de los hombres.Además, tratándose de la primera vez entre un hombre y una mujer, es comprensible que él no supiera controlar su fuerza.Lo más importante fue que Paula tuvo la delicadeza de enviarme un mensaje explicando que todas las mujeres sufren un ligero dolor en su primera vez, y que no debería culpar a Sergio.Pienso que Sergio debería estar muy agradecido con Paula, no solo por ayudar a suavizar la situación sin que se notara, sino también por contactar a Pedro para la cirugía de su hermana.Estando yo lastimada, Sergio tendría que contenerse por más que su cuerpo lo deseara.Por eso pensé que se iría a dormir a su habitación, pero no fue así – se quedó abrazándome fuertemente.—Sergio, ¿no te sientes incómodo? —le pregunté maliciosamente, acurrucada en sus brazos.—No hables, duérmete —fue su única respuesta.Me reí disimuladamente —¿Podrás dormir así?—Sasa —me
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo