Una de la mañana.
Demasiado temprano, ni siquiera había dejado de infligir su latente luz aquella luna menguante en ese rato en el que se despertó. Con el leve sobresalto del sereno silencio que irradiaba su habitación.
Un silencio tenuemente apagado. Sólo el eco de su respiración y los sonidos de aquella habitación de al lado.
Él permanecía allí, simplemente tumbado sobre el mullido colchón de su recámara. Las cortinas no estaban corridas y el tenue halo de luz de luna se filtraba entre el vidrio sucio de la ventana. Su mirada estaba clavada en el oscuro cielo y su mente, en algún lugar de su conciencia.
El sonido era apenas audible, pero le torturaba de sobremanera, que sentía unas ganas furiosas de levantarse y romperle la cabeza al bastardo de su hermano.
¿Porqué tantas ansias? Después de todo, estaba ya en el pasado. El tiempo se encarga de borrar esas cosas, ¿no?
El rumor de los muelles de aquella cama se incrementaba. De aquel lecho, a pocos metros de donde él estaba.
Tomó una de sus almohadas y se cubrió con ella, como si quisiera ahogar el eco de aquel insolente ruido, porque, para su maldita suerte, podía escucharlo.
Escucharlos.
Nah, no había porqué culparla a ella, sino a Luca.
El tiempo había corrido con la velocidad del viento, sin borrar aquella sensación que se había despertado en él, en esa tarde de verano hace poco más de un año, cuando la vio en el umbral de su casa, justo cuando él había regresado de la oficina. No llamó su atención por su figura (que no era digna de una diva) ni siquiera por el tono de su cabello; un raro color rosa. Atrajo su indiferente atención debido al revuelo armado en la sala. Él apenas iba a preceder a su desenfadado saludo cuando Luke se interpuso entre ambos.
- Ella es Diana, mi novia -recordó la fría voz de Luca como siempre en una inútil imitación de sus propias expresiones.
Tonto hermano menor
A él le hubiera dado igual. No había nada extraordinario en aquella chiquilla insulsa de quince años. Claro, eso había pensado entonces y sin conocerla; pero los meses siguientes y en los pocos lapsos de convivencia en familia, su opinión había variado un poco.
Sólo un poco, según él.
Diana era demasiado vivaz, y puede que un poco molesta en sus conversaciones (molestia debido al énfasis de sus comentarios). Astuta, por lo menos parecía que tenía una buena cabeza sobre los hombros.
Demasiado para un bastardo déspota como Luca.
¿Le envidiaba acaso? ¿Qué podía envidiar? ¿Qué su hermanito menor tuviese novia y él no?
Bah, ese tipo de idioteces no tenían porqué importarle. El era el prodigio de la familia y recientemente la mano derecha de su padre en las cuestiones empresariales, no el mocoso remilgado y problemático que solía ser Luca.
Pero así como los dedos de la mano no son iguales, la personalidad y la relación entre hermanos tampoco lo era. Santiago le llevaba cinco y años de diferencia y casi una vida de experiencia. Luca, era quien realmente competía demasiado por igualar el nivel académico de su "admirado" hermano mayor y lograr un poco de atención de su padre.
Así solían ir las cosas, de un modo bastante tolerable. Entonces todo se complicó...desde su propia perspectiva.
El mullir del colchón se intensificó, sacándolo de su embelesamiento. Y esta vez pudo escucharla murmurar desde el cuarto vecino.
— Luca..humm... Si...
Acompañado de los escuetos gemidos de su hermano. Sentía que el rechinido de la cama le taladraba la cabeza.
¿Qué carajos había visto ella en Luca? Más allá de la pinta de chico malo, no había mucho de dónde escoger. Sería su hermano menor, pero el muchacho no valía mucho moralmente hablando. El había cambiado, desde entrada ya a la llamada "edad problemática". Se había alejado mucho de la familia y llegaba a deshoras de la noche y si es que le venía en gana regresar a dormir.
Santino sabía que se había hecho de amistades con unos tipejos considerados como la lacra del pueblo, un tal Gio y otros dos matones más.
Y tras meterse en un par de líos, hubo una temporada tranquila. Fue cuando conoció a Alexa.
—Ahh...Luca...
El maldito crujir de la cama, de nuevo.
¡Basta!
El profundo sentimiento de enojo lo doblegó.
A mitad de la noche, y en medio del barullo mental y emocional, se levantó arrojando las sábanas y la almohada con un desdén y enojo casi exagerado. Como si quisiese atenuar levemente el enojo y…
¿La envidia?
Porque era eso, ¿no? Era esa la razón por la que no podía conciliar el sueño, sosegando el barullo a un ruido de fondo. Por eso…
Por eso le corrompía escucharla… escucharla teniendo esos jadeos, esas expresiones por alguien que no era él.
Por su hermano. No era el hecho de que fuese alguien que no era él, le habría valido mil diablos si fuese algún otro imbécil imberbe de su escuela… le dolía y le ardía en el orgullo que fuese SU propio hermano menor. Le ardía y le atenazaba el corazón con un sentimiento demasiado estridente, como el despertar de un volcán a punto de erupcionar, a punto de soltar una densa lava que corroe y corrompe todo a su alcance.
Pero era SU ira y su resentimiento al fin y al cabo, poco o nada podía hacer.
Les seguía escuchando y ella clamaba el nombre de su hermano con un apego intenso.
"La chica que nunca tendría él", pensó mientras inconscientemente salía de la cama. Emergió de la habitación, casi en un andar sonámbulo. Azotó la puerta lo más fuerte que pudo, haciendo caso al inmiscuido resentimiento que revoloteaba en su cabeza y se dirigió al cuarto de baño, sin siquiera mirar de reojo la portezuela del cuarto de Luca.
Maldijo mentalmente ese instante. Una cosa era el aprovechar el hecho de que sus padres estuviesen de viaje durante el fin de semana y otra era el cometer aquel descaro.
Se desnudó sintiendo el pulso de sus manos en un asir trémulo, aun cuando arrojó las prendas al piso.
Apoyó la espalda contra la pared sintiendo en ésta el temple de los mosaicos, en contraste con la tibia agua que brotaba de la regadera. Los mechones ébanos de su cabello se quedaron dispersos bajo el pausado chorro.
Diana…
El sólo nombre recurrió a su mente, casi como el destellar de un relámpago en medio de una tormenta de verano.
Pensaba en ella, se había quedado clavada en su mente, inamovible de sus anhelos e imborrable de su mente. Había atesorado una morada allí, en esa zona consiente e inconsciente. Desafiante ante la lógica de su pensamiento.
Diana. La novia de su hermano.
La chica que estudiaba, convivía y salía con su hermano menor.
Mientras que él… seguía ahí. Atrapado en esa cámara invisible edificada por el ladino e indiferente Luca, quien sólo se deleitaba en silencio al nombrársela una y otra vez. "Diana, mi novia" así, con ese tono tan escueto y seco y al mismo tiempo tan lacónico y burlón. Como la aplomada risa de un demonio lascivo.
Aspiró. Inhaló y exhaló nuevamente. Su mano tanteó hacia el jabón, sin tocarlo ni asirlo. Se deslizó hacia abajo.
Aun podía escuchar los gemidos de la habitación en su mente turbándolo una vez más.
Diana.
Breves fragmentos de las también cortas ocasiones que había pasado con ella. Simples "charlas de sobremesa", si es que podría llamarse así. Un "hola" y un "adios" si acaso…
Y nada más. Sin embargo, estaban sus gestos. El brillo de esa mirada, esa sonrisa radiante, autentica. Pura.
Algo que su hermano no merecía.
Nunca había conocido a una chica que sonriese con tanta naturalidad. Era una expresión sincera, un gesto que nunca había visto ser correspondido por su hosco hermano menor. Diana siempre se esforzaba por complacer a Luca, pero parecía que nada era suficiente para él. Y sus ojos... Ése particular tono verde jade. Brillante y realzado en sus suaves facciones. No era un rostro específicamente perfecto, pero enmarcaba particularmente aquel color de sus pupilas, sobre el blanco invernal de su piel; la piel de aquél cuerpo juvenil de mesuradas proporciones y busto pequeño pero firme. Un defecto para recordar. La lógica no rebatía argumento ya… y su cuerpo tampoco. La excitación había aplomado en su mente, no por escucharlos haciendo "lo que hacían" y menos por la lujuria proclamada en los densos gemidos y el mullir del colchón. Era vil y descarada excitación provocada por ella. Y la m
Era justo mitad del verano y no hacía ni tres semanas que había comenzado la temporada de vacaciones. Un período tranquilo, aunque su vida escolar tampoco podía considerarse de lo más problemática o estresante. No era la chica más popular de la escuela, pero tampoco era una "traga-libros" en potencia. Como buena persona, había aprendido a vivir al margen de todo. Sin ser más, ni aparentar menos. Al correr del mes de marzo, casi en cuanto iniciaba el antepenúltimo semestre de bachillerato, fue transferida al grupo "C" -inicialmente por mero error administrativo- y fue allí donde conoció a Luca. Un par de meses de escueta y breve convivencia, un par de salidas desinteresadas por parte del chico (desinteresadas porque conociendo el carácter de este, le daba lo mismo) y sin ningún hecho relevante, habían comenzado a salir como pareja. No, su vida no dio un giro de ciento ochenta grados ni tampoco se convirtió en la envidia del resto de la población estudiantil femenina.
— Buenos días —saludó aliviada de encontrarle a él y no a sus padres, como temía inicialmente. El aludido, un muchacho de veinticuatro años, cabello negro -al igual que Luca- sólo que largo y llevado en una cola de caballo y unas profundas ojeras, sólo asintió con la cabeza en respuesta al saludo. Emuló una forzada media sonrisa a la joven. Santiago sintió temblar el borde de su labio inferior. Un estúpido síntoma de nerviosismo que odiaba manifestar. Dio un sorbo a su casi vacío vaso de zumo de naranja y desvió su atención de la chica al televisor. — No sabía que te quedarías a pasar la noche aquí — comentó él, fingiendo interés en el programa y sintiéndose como el peor mentiroso de la historia— Luca no me lo dijo. Farsa y más farsa. De haber tenido un maldito detector de mentiras en los dedos, éste habría estallado en menos de dos minutos. La miró rápidamente. La joven se había encogido de hombros y miraba hacia el piso. sus mejillas se nota
Hubo una pauta, de siete u ocho segundos, en los que la mirada de ambos muchachos se cruzó en un duelo silencioso, y si el brillo ufano de los ojos quemara, habría ya un incendio de escalas bíblicas en las cuatro calles alrededor de la mansión Franz. No había palabras ni nada más de por medio. A Diana aquella fracción de minuto le pareció eterna. —Luca –dijo en un hilo de voz, rompiendo ligeramente el trance visual y férreo entre los hermanos. Lo sujetó del brazo, quien sólo corroboró la sumisa expresión de la chica con un gruñido seco. Abrió la puerta. Ella salió primero, deteniéndose en el umbral y despidiéndose de Santiago con un apenas visible movimiento de su mano derecha. Bajó la vista al piso inmediatamente en cuanto Luca se le acercó. Éste sujetaba el picaporte de la puerta, dispuesto a cerrarla tras de sí. Algo le detuvo. —Luca –Santiago le contemplaba con una expresión severa, que bien podría compararse con la de su padre. Una seña que el ha
¿Qué mas daba? Después de todo, no tenía vida ya. Nada. Hasta que la conoció a ella. Precisamente a Diana. Si, lo había confirmado. si acaso existía un Dios, éste tenía un humor negro y satírico para cruzar destinos que nunca deberían estar siquiera en el mismo plano astral. El plato ajeno siempre es el mas apetecible, ¿no? No. Y ya llevaba casi dos meses repitiéndose la misma incógnita. Nunca le ocurrió eso. Y Diana no era la primera novia que tenía Luca. Santiago había contado a tres chicas antes que ella, y sin tomar en cuenta a lo que él mismo había llamado como "las citas de garantía de una semana"; porque eso duraban y la relación no daba para más. Todas ellas, novias, amigas, o "amigas con derecho" no eran mas que un hato de chiquillas inmaduras, alocadas y sin el menor sentido de personalidad. Todas menos Diana. Siempre marcando la diferencia, más allá de
Ya rondaban cerca de las doce, pero era viernes y había logrado salir una hora más temprano. Por variación y contando que Tobi se les había pegado como una lapa, no terminaron yendo al bar de siempre, sino a una taberna colindante con la carretera principal de Kuri hacia Sunt; era un tugurio conocido como "La Nube Roja". Por lo menos estaba lo suficiente lleno como para considerar tomarse unos cuantos tragos sin el riesgo de ser detenidos en una redada durante la inspección de salubridad. Aunque su lugar usual, podía considerarse como un bar extra lujoso a comparación del decadente inmueble de "La Nube Roja". Había un tornamesa que aun tocaba uno que otro disco (si es que no lo botaba el condenado y enmohecido artefacto) y un intento de mini-bar.
¿Habré llegado demasiado temprano?Se preguntó Diana por casi doceava vez. La reunión son sus amigos –aquel "club de fracasados", como solía llamarles Luca- había salido bastante bien como podía esperarse. Tras el último comentario de Yanai y un par de insultos de Jax hacia el "bastardo", nadie más había vuelto a mencionarle. Eso había sido un tanto mejor para ella. Sabía que sus amigos aun lo consideraban como parte del grupo, a pesar de su giro de ciento ochenta grados de personalidad y el que se expresara así de ellos era otra cosa. Llegó a su casa después de las séis y según ella demasiado tarde. Cosas de chicas, al fin y al cabo. Pudo arreglárselas para tomar un baño rápido, descolgar y ceñirse el vestido que había comprado con tanta anticipación (y el que Yanai le haya acompañado a elegirlo y tener la oportunidad de notar su leve atisbo de envidia, lo hacía algo más que excepcional), cepillarse el cabello y tratar de arreglarlo de un modo un poco
Y Santiago lo sintió, a pesar del ligero temblor de ella. Correspondió inmediatamente y sin darse cuenta a aquel clamor de seguridad, rodeándole con sus brazos. Un gesto meramente espontáneo. Automático. Natural. El instante precedido a la futura tormenta quedó sosegado. La gente seguía yendo y viniendo; cada quien su vida y sus problemas. No importaba, para Santiago el tiempo se había detenido. Hubo una calma tan larga que parecía una eternidad; un momento de tranquilidad en medio de una de las más ruidosas calles de Kuri, un intervalo de completo y confortador silencio por y para ambos. La sentía aferrarse a él. Su respiración pausada, el pulso y latidos. Todo, en un suave y dulce rumor. Podría haberse quedado así con ella para siempre. Quería intentarlo y no importaban las consecuencias. Los nervios que sentía últimamente al verla se habían transformado en una mezcla entre interés, necesidad y afecto. Algo mucho más allá de una simple estim