¿Habré llegado demasiado temprano? Se preguntó Diana por casi doceava vez.
La reunión son sus amigos –aquel "club de fracasados", como solía llamarles Luca- había salido bastante bien como podía esperarse. Tras el último comentario de Yanai y un par de insultos de Jax hacia el "bastardo", nadie más había vuelto a mencionarle. Eso había sido un tanto mejor para ella. Sabía que sus amigos aun lo consideraban como parte del grupo, a pesar de su giro de ciento ochenta grados de personalidad y el que se expresara así de ellos era otra cosa.
Llegó a su casa después de las séis y según ella demasiado tarde. Cosas de chicas, al fin y al cabo. Pudo arreglárselas para tomar un baño rápido, descolgar y ceñirse el vestido que había comprado con tanta anticipación (y el que Yanai le haya acompañado a elegirlo y tener la oportunidad de notar su leve atisbo de envidia, lo hacía algo más que excepcional), cepillarse el cabello y tratar de arreglarlo de un modo un poco
Y Santiago lo sintió, a pesar del ligero temblor de ella. Correspondió inmediatamente y sin darse cuenta a aquel clamor de seguridad, rodeándole con sus brazos. Un gesto meramente espontáneo. Automático. Natural. El instante precedido a la futura tormenta quedó sosegado. La gente seguía yendo y viniendo; cada quien su vida y sus problemas. No importaba, para Santiago el tiempo se había detenido. Hubo una calma tan larga que parecía una eternidad; un momento de tranquilidad en medio de una de las más ruidosas calles de Kuri, un intervalo de completo y confortador silencio por y para ambos. La sentía aferrarse a él. Su respiración pausada, el pulso y latidos. Todo, en un suave y dulce rumor. Podría haberse quedado así con ella para siempre. Quería intentarlo y no importaban las consecuencias. Los nervios que sentía últimamente al verla se habían transformado en una mezcla entre interés, necesidad y afecto. Algo mucho más allá de una simple estim
Santiago se levantó del sofá donde había pasado la última hora y media, en un dilema dividido entre escuchar los monótonos argumentos de su padre y tratar de prestar atención a lo que sea que hubiese en la televisión. A ésas alturas y con su "personal" estado anímico, poco importaba la trama de aquella película. El sonido del agua de la regadera apenas y podía percibirse en la planta alta de la casa. Pasó en dirección a su alcoba, cuando algo atrajo su atención. Sobre la cesta que estaba junto a la puerta del baño, se encontraba la muda de ropa de Luca; cuidadosamente doblada y sobre ésta, el tan odiado teléfono móvil. La pantalla destellaba, fuera de eso, el aparatejo no daba señales sonoras de vida. Era un alivio la existencia de los silenciadores hoy en día. Con un simple y casi inocente atisbo de curiosidad, Santino tomó el celular. Lo primero que le vino a la mente en cuanto leyó el rótulo "NUEVO MENSAJE RECIBIDO" fue que pudiera tratars
La gente iba y venía en medio del tumultuoso barullo de las calles del centro de Kuri. Siendo pleno verano y precisamente época en que todas las escuelas cerraban sus puertas debido al período inter-semestral, era lógico encontrarse con un gran número de adolescentes en las principales avenidas y tiendas, incluyendo a Diana. Caminaba a paso normal, pese a que el joven de cabello rubio que la acompañaba parecía halarla entre la muchedumbre. –¡Jax! –le apremió desde su lado izquierdo–¿Tanto trabajo te cuesta decidirte? ¡Llevamos la mañana entera dando vueltas por todas las tiendas! Aquel muchacho era Jax Uzughi y le consideraba casi como un hermano. Se conocían desde el pre-escolar y por afables coincidencias del destino, había terminado en el mismo grupo que ella desde la escuela secundaria hasta lo que llevaban de bachillerato. También podría contarse como coincidencia que el chico de hiperactivo carácter se había enamorado de una de las mejores amigas de ell
—Santiago…–su voz sonaba como pendiente de un hilo. Estaba aun lo suficientemente cerca, sin embargo parecía que apenas y le había escuchado. Él había movido un poco sus manos, bajándolas paulatinamente de vuelta a las de la joven. Sintió el pulso de Diana, intranquilo y trémulo. Las yemas de sus dedos temblaban y el tacto era casi gélido; un mero síntoma de desasosiego. Entonces la realidad, la devastadora realidad le había caído encima, como un bloque de concreto. Se había atrevido, había lanzado los dados…la maldita moneda al aire y al azar. Y esto era lo que había caído. No cara ni cruz; sinoesto. Estúpido. Estúpido…estúpido. No tenía caso ya. Una parte enorme –si no es que toda-de su subconsciente había tomado la iniciativa y antes de eso, estaba consciente de lo que significaba "arrojarse al vacío". Shis se lo había dicho, ebrio y ahogado como una cuba, pero s
Que idiotez… Ya eran las siete de la mañana y ella seguía en la cama. Las vacaciones eran una perfecta excusa para quedarse en cama hasta que su madre o el estómago le obligasen a ponerse en pie. En un día cualquiera, como ayer, el pretexto perfecto era quedarse en su habitación y holgazanear, oír música, ver televisión o simplemente disfrutar de la lectura de alguna revista mientras estaba tendida en la cama. Ahora no era igual. La noche le había parecido eterna y las sábanas estaban casi en el suelo, resultado de pasarse de un lado a otro sobre el colchón en busca del consuelo del sueño; parecía que también el buen Morfeo se había rehusado a cooperar. Diana había llegado temprano, más temprano de lo que había acordado con su madre; no eran ni las diez de la noche para cuando ella ya estaba poniéndose el pijama. ¿Y la explicación de la cita? Fácil, habían ido por una soda y luego él tenía que irse temprano al
Shisar no respondió. Le arrebató la carpeta de "saldos y cierres" de su mano. Giró la pantalla un poco hacia el. —El faltante se incrementó a mil hace una semana, ¿verdad? –inquirió Shisar. No esperó respuesta por parte de su primo—Mira y dime que no estoy alucinando o viendo números de más. Los escrutadores y serios ojos de Santiago leyeron la cifra, señalada con el cursor. —Saldo trimestral…mil quinientos…—su voz bajó, aun más—Faltante Indicado…cero. Su primo asintió con la cabeza. —El faltante y quinientos de más –susurró—…y que aparecieron exactamente de la nada. —Imposible. Ayer registramos todo y el hueco seguía igual. Moviéndose un poco a la izquierda del ordenador, Shisar se acercó al teléfono, levantando la bocina. —Y yo lo he estado monitoreando desde que llegué –dijo cortante mientras entraba la llamada. Se dirigió al operador en línea—…sí, el registro del último depósito, por favor. Santino se quedó
Santiago le miraba con el seño delimitado en un sutil rictus de severidad. Tobi estaba casi tieso sobre su silla. —¿Qué sabes del remanente del trimestre anterior? Tobi tragó duramente. Esbozó una sonrisa nerviosa. —¿Qué…qué es lo que necesita saber exactamente... jefe? —La cuenta y el retiro anterior –respondió estoicamente, aunque su voz era más bien paciente, como la que emplea alguien con un niño de lento aprendizaje—. Hubo una pérdida de mil ryo y tú lo sabías –no mostraba ningún enojo contra el, pero su modulación de voz era un poco más fuerte—…y me preguntaba si podrías explicarme por qué no aparecía en la base de datos. Una gotita de sudor corría por la frente de Tobi, cerca del arillo de sus gafas. Sus dedos se paseaban nerviosamente sobre la cubierta de su block de contaduría. —Pues…nunca hubo una pérdida.—repuso encogiéndose de hombros.—Si hubiera ocurrido, le hubiera informado inmediatamente. Tobi Franz era un año m
Las cosas habían cambiado como nunca lo quiso imaginar. Probablemente no fuese la única; lo de anoche no le ocurrió a una sola persona. ¿Qué había estado pensando él de ella? ¿Por qué aquel beso? ¡¿Por qué le estaba importando ahora a ella?! Simplemente no podía explicárselo, tampoco la forma en que había comenzado a pensar en Santiago. En aquellos negros y lisos cabellos, en el modo desenfadado expresado en sus gestos y comentarios; en la mirada solitaria y melancólica que se apreciaba tras el ébano de sus pupilas. Todo. ¿Y si sólo era un mero enamoramiento a causa de su posible desencanto con Luca? ¿Y si no? Aquel beso había sido demasiado intenso, demasiado cálido, cercano e innegable. Tenía sensibilidad impregnada en el contacto sutil de sus labios al inicio y en el talle de sus nudosas manos alrededor de su cintura. Lo confortablemente bien que se sentían. No podía fijarse en él, no debía. Era el hermano mayor de Luca. Y cinco año