La gente iba y venía en medio del tumultuoso barullo de las calles del centro de Kuri. Siendo pleno verano y precisamente época en que todas las escuelas cerraban sus puertas debido al período inter-semestral, era lógico encontrarse con un gran número de adolescentes en las principales avenidas y tiendas, incluyendo a Diana.
Caminaba a paso normal, pese a que el joven de cabello rubio que la acompañaba parecía halarla entre la muchedumbre.
–¡Jax! –le apremió desde su lado izquierdo–¿Tanto trabajo te cuesta decidirte? ¡Llevamos la mañana entera dando vueltas por todas las tiendas!
Aquel muchacho era Jax Uzughi y le consideraba casi como un hermano. Se conocían desde el pre-escolar y por afables coincidencias del destino, había terminado en el mismo grupo que ella desde la escuela secundaria hasta lo que llevaban de bachillerato. También podría contarse como coincidencia que el chico de hiperactivo carácter se había enamorado de una de las mejores amigas de ell
—Santiago…–su voz sonaba como pendiente de un hilo. Estaba aun lo suficientemente cerca, sin embargo parecía que apenas y le había escuchado. Él había movido un poco sus manos, bajándolas paulatinamente de vuelta a las de la joven. Sintió el pulso de Diana, intranquilo y trémulo. Las yemas de sus dedos temblaban y el tacto era casi gélido; un mero síntoma de desasosiego. Entonces la realidad, la devastadora realidad le había caído encima, como un bloque de concreto. Se había atrevido, había lanzado los dados…la maldita moneda al aire y al azar. Y esto era lo que había caído. No cara ni cruz; sinoesto. Estúpido. Estúpido…estúpido. No tenía caso ya. Una parte enorme –si no es que toda-de su subconsciente había tomado la iniciativa y antes de eso, estaba consciente de lo que significaba "arrojarse al vacío". Shis se lo había dicho, ebrio y ahogado como una cuba, pero s
Que idiotez… Ya eran las siete de la mañana y ella seguía en la cama. Las vacaciones eran una perfecta excusa para quedarse en cama hasta que su madre o el estómago le obligasen a ponerse en pie. En un día cualquiera, como ayer, el pretexto perfecto era quedarse en su habitación y holgazanear, oír música, ver televisión o simplemente disfrutar de la lectura de alguna revista mientras estaba tendida en la cama. Ahora no era igual. La noche le había parecido eterna y las sábanas estaban casi en el suelo, resultado de pasarse de un lado a otro sobre el colchón en busca del consuelo del sueño; parecía que también el buen Morfeo se había rehusado a cooperar. Diana había llegado temprano, más temprano de lo que había acordado con su madre; no eran ni las diez de la noche para cuando ella ya estaba poniéndose el pijama. ¿Y la explicación de la cita? Fácil, habían ido por una soda y luego él tenía que irse temprano al
Shisar no respondió. Le arrebató la carpeta de "saldos y cierres" de su mano. Giró la pantalla un poco hacia el. —El faltante se incrementó a mil hace una semana, ¿verdad? –inquirió Shisar. No esperó respuesta por parte de su primo—Mira y dime que no estoy alucinando o viendo números de más. Los escrutadores y serios ojos de Santiago leyeron la cifra, señalada con el cursor. —Saldo trimestral…mil quinientos…—su voz bajó, aun más—Faltante Indicado…cero. Su primo asintió con la cabeza. —El faltante y quinientos de más –susurró—…y que aparecieron exactamente de la nada. —Imposible. Ayer registramos todo y el hueco seguía igual. Moviéndose un poco a la izquierda del ordenador, Shisar se acercó al teléfono, levantando la bocina. —Y yo lo he estado monitoreando desde que llegué –dijo cortante mientras entraba la llamada. Se dirigió al operador en línea—…sí, el registro del último depósito, por favor. Santino se quedó
Santiago le miraba con el seño delimitado en un sutil rictus de severidad. Tobi estaba casi tieso sobre su silla. —¿Qué sabes del remanente del trimestre anterior? Tobi tragó duramente. Esbozó una sonrisa nerviosa. —¿Qué…qué es lo que necesita saber exactamente... jefe? —La cuenta y el retiro anterior –respondió estoicamente, aunque su voz era más bien paciente, como la que emplea alguien con un niño de lento aprendizaje—. Hubo una pérdida de mil ryo y tú lo sabías –no mostraba ningún enojo contra el, pero su modulación de voz era un poco más fuerte—…y me preguntaba si podrías explicarme por qué no aparecía en la base de datos. Una gotita de sudor corría por la frente de Tobi, cerca del arillo de sus gafas. Sus dedos se paseaban nerviosamente sobre la cubierta de su block de contaduría. —Pues…nunca hubo una pérdida.—repuso encogiéndose de hombros.—Si hubiera ocurrido, le hubiera informado inmediatamente. Tobi Franz era un año m
Las cosas habían cambiado como nunca lo quiso imaginar. Probablemente no fuese la única; lo de anoche no le ocurrió a una sola persona. ¿Qué había estado pensando él de ella? ¿Por qué aquel beso? ¡¿Por qué le estaba importando ahora a ella?! Simplemente no podía explicárselo, tampoco la forma en que había comenzado a pensar en Santiago. En aquellos negros y lisos cabellos, en el modo desenfadado expresado en sus gestos y comentarios; en la mirada solitaria y melancólica que se apreciaba tras el ébano de sus pupilas. Todo. ¿Y si sólo era un mero enamoramiento a causa de su posible desencanto con Luca? ¿Y si no? Aquel beso había sido demasiado intenso, demasiado cálido, cercano e innegable. Tenía sensibilidad impregnada en el contacto sutil de sus labios al inicio y en el talle de sus nudosas manos alrededor de su cintura. Lo confortablemente bien que se sentían. No podía fijarse en él, no debía. Era el hermano mayor de Luca. Y cinco año
Frente a él, sentada elegantemente en una de las sillas para invitados, estaba la mujer llamada Conni. Inspeccionaba meticulosamente cada uno de los rasgos de Santiago. Hum…se ve más joven de lo que me dijeron... No era la única que pensaba eso, cualquiera deduciría que al frente de una empresa tan antigua como la de los Franz debería de estar alguien de treinta y tantos, no un muchachito de veinticinco o veintiséis. Una mente maleable aun... —Vengo de parte de una agencia privada –había dicho ella, con aire galante e inmiscuido–Nos especializamos en préstamos, liquidaciones fiscales…finanzas… —Hmp – Santiago le contemplaba serenamente desde el otro lado del escritorio. La primer idea que le vino a la mente fue referente a que aquella mujer era representante de uno de tantos lugarejos burocr
La luz del foco de la entrada de su casa, fluctuaba aleatoriamente, formando dispersas sombras en su rostro. La brisa era tibia, pero a ella le parecía que el ambiente se tornaba sofocado. —Santiago....–sentía que su voz había bajado considerablemente. Sus manos depararon una en la otra, colocándolas por delante–¿Qué haces aquí? Menuda pregunta y menuda actitud. Sentía que temblaba como gelatina, los dedos pasaban nerviosamente entre sus nudillos. El corazón palpitaba lentamente, como si se hubiese precipitado sobre una extenuante carrera. Sonreía, o al menos intentaba hacerlo. Y por lo visto, el muchacho no se veía en condiciones más tranquilas que ella. —Yo...–comenzó a decir. No mostraba aquel tartamudeo estúpido, solo tenía la boca un poco seca. Culpa del calor, tal vez. Se aclaró la garganta—creo que deberíamos hablar. Bien, era hora de tomar al toro por los cuernos. Decir la verdad tenía sus ventajas y sus inconvenientes, sus pros y sus
Su nombre siempre era una misiva que aminoraba la tensión, llamarle podía resultar una evocación a una respuesta libre de presiones. Una respuesta que nunca sería forzada. —No. –la contestación fue clara y concisa, a pesar de que dos diminutas lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas. Lo reiteró, con el gesto negativo de su rostro cabizbajo. Su mano asió el cerrojo de la puerta. Había retrocedido hace un instante, estando separada de Santino por más de treinta centímetros. Éste había extendido una mano hacia ella, en el momento en que se dio la vuelta, dispuesta a entrar en la casa. No la tocó y menos volvió a llamarle. Sólo se quedó allí, estúpidamente inmóvil. Ella cerró la puerta lentamente, como si los goznes pesaran más de una tonelada. Santiago permanecía ido, quieto como una sombra al frente de la puerta. Y con el intento de ramo en una mano y la otra aún ligeramente alzada. No oyó pasos, ni siquiera alguna frase o sonido pro