Los pasillos estaban llenos y el bullicio se compartía en todos los rincones de la preparatoria de Kuri, aun en el apartado de los sanitarios para mujeres; en la planta alta.
En uno de los cubículos individuales, con la puerta cerrada, Alexa hacía un esfuerzo por mantenerse de pie apoyada contra la puerta, sintiendo que las rodillas le temblaban, el corazón le daba un vuelco, las lágrimas de un esfuerzo sorpresivo corrían por sus mejillas y una presión inflexible se ejercía en la boca de su estómago.
Conteniendo una arcada más, la cuarta en la mañana y la de mayor urgencia. Ni siquiera esperó a tomar la hoja de permiso firmada por la profesora Yuuhi cuando ya estaba delante del inodoro del sanitario ante otro espasmo de náusea.
El desayuno...
No, un par de simples rebanadas de pan tostado, mantequilla y jalea no
La confusión, desgano y sorpresa habían consumido buena parte de la mente de Luke. Lo que quedaba ahora era una desagradable escoria de enfado. Ese era el siguiente nivel en su columna geológica de conocimientos. Pero enfado no era la palabra adecuada. Estaba encolerizado.Era como si le hubieran herido con algo. Una parte de sí mismo había reconocido que sería peligroso regresar a pedirle la información completa a Krisel. No, peligroso no…informal. No era asunto de ella, sino de…Alexa…La imagen que había provocado su enojo seguía acudiendo a su mente. No podía apartarla. Era tan vulgar como las palabras elegidas por Krisel, pero no podía evitarla.Todo este tiempo, Luke…ella y tu propio hermano…Les veía. A ella entre los brazos de Santino. Aella, la j
Yanai se encontraba callada, sentada frente al único escritorio en el interior del negocio familiar, revisando algunos pedidos. Con pesadumbre soltó el lapicero con el que estaba jugueteando y se tomó el rostro con las manos.Ya pasaba de las cuatro. Ciertamente había aceptado a dejar a Alexa a solas porque no quería hablar de más de momento. Muchas cosas revoloteaban en su mente pero no quería vocalizarlas aún, no antes de organizar sus ideas. Y si ella estaba así, no quería ni pensar todo lo que estaría atravesando Alexa.Ella sabí
El impacto posterior le dio de lleno en las costillas a Luke mandándolo directamente hacia uno de los extremos del callejón, con la facilidad de quien arroja un costal de basura.Había exhalado algo más allá del grito sorpresivo. Todavía con los pantalones a la altura de las rodillas intentó incorporarse, quedándose hincado, con la espalda curva y el pulso trémulo en sus manos.Sus ojos echaban chispas de furia hacia aquel que había arremetido contra su persona y que ahora estaba de pie delante de Alexa, inmóvil e inquebrantable como lo había estado siempre en las trifulcas familiares.—Santino…—con un movimiento de una mano Luke se reacomodó la ropa. Irguiéndose se aprestó a lanzarse hacia éste con la ferocidad de una mortal centella—¡Todo es tu culpa!...¡VAS A PAGAR POR ESTO!El puño se detuvo a mil&
Una de la mañana. Demasiado temprano, ni siquiera había dejado de infligir su latente luz aquella luna menguante en ese rato en el que se despertó. Con el leve sobresalto del sereno silencio que irradiaba su habitación. Un silencio tenuemente apagado. Sólo el eco de su respiración y los sonidos de aquella habitación de al lado. Él permanecía allí, simplemente tumbado sobre el mullido colchón de su recámara. Las cortinas no estaban corridas y el tenue halo de luz de luna se filtraba entre el vidrio sucio de la ventana. Su mirada estaba clavada en el oscuro cielo y su mente, en algún lugar de su conciencia. El sonido era apenas audible, pero le torturaba de sobremanera, que sentía unas ganas furiosas de levantarse y romperle la cabeza al bastardo de su hermano. ¿Porqué tantas ansias? Después de todo, estaba ya en el pasado. El tiempo se encarga de borrar esas cosas, ¿no? El rumor de los muelles de aquella cama se incrementaba. De aquel l
Nunca había conocido a una chica que sonriese con tanta naturalidad. Era una expresión sincera, un gesto que nunca había visto ser correspondido por su hosco hermano menor. Diana siempre se esforzaba por complacer a Luca, pero parecía que nada era suficiente para él. Y sus ojos... Ése particular tono verde jade. Brillante y realzado en sus suaves facciones. No era un rostro específicamente perfecto, pero enmarcaba particularmente aquel color de sus pupilas, sobre el blanco invernal de su piel; la piel de aquél cuerpo juvenil de mesuradas proporciones y busto pequeño pero firme. Un defecto para recordar. La lógica no rebatía argumento ya… y su cuerpo tampoco. La excitación había aplomado en su mente, no por escucharlos haciendo "lo que hacían" y menos por la lujuria proclamada en los densos gemidos y el mullir del colchón. Era vil y descarada excitación provocada por ella. Y la m
Era justo mitad del verano y no hacía ni tres semanas que había comenzado la temporada de vacaciones. Un período tranquilo, aunque su vida escolar tampoco podía considerarse de lo más problemática o estresante. No era la chica más popular de la escuela, pero tampoco era una "traga-libros" en potencia. Como buena persona, había aprendido a vivir al margen de todo. Sin ser más, ni aparentar menos. Al correr del mes de marzo, casi en cuanto iniciaba el antepenúltimo semestre de bachillerato, fue transferida al grupo "C" -inicialmente por mero error administrativo- y fue allí donde conoció a Luca. Un par de meses de escueta y breve convivencia, un par de salidas desinteresadas por parte del chico (desinteresadas porque conociendo el carácter de este, le daba lo mismo) y sin ningún hecho relevante, habían comenzado a salir como pareja. No, su vida no dio un giro de ciento ochenta grados ni tampoco se convirtió en la envidia del resto de la población estudiantil femenina.
— Buenos días —saludó aliviada de encontrarle a él y no a sus padres, como temía inicialmente. El aludido, un muchacho de veinticuatro años, cabello negro -al igual que Luca- sólo que largo y llevado en una cola de caballo y unas profundas ojeras, sólo asintió con la cabeza en respuesta al saludo. Emuló una forzada media sonrisa a la joven. Santiago sintió temblar el borde de su labio inferior. Un estúpido síntoma de nerviosismo que odiaba manifestar. Dio un sorbo a su casi vacío vaso de zumo de naranja y desvió su atención de la chica al televisor. — No sabía que te quedarías a pasar la noche aquí — comentó él, fingiendo interés en el programa y sintiéndose como el peor mentiroso de la historia— Luca no me lo dijo. Farsa y más farsa. De haber tenido un maldito detector de mentiras en los dedos, éste habría estallado en menos de dos minutos. La miró rápidamente. La joven se había encogido de hombros y miraba hacia el piso. sus mejillas se nota
Hubo una pauta, de siete u ocho segundos, en los que la mirada de ambos muchachos se cruzó en un duelo silencioso, y si el brillo ufano de los ojos quemara, habría ya un incendio de escalas bíblicas en las cuatro calles alrededor de la mansión Franz. No había palabras ni nada más de por medio. A Diana aquella fracción de minuto le pareció eterna. —Luca –dijo en un hilo de voz, rompiendo ligeramente el trance visual y férreo entre los hermanos. Lo sujetó del brazo, quien sólo corroboró la sumisa expresión de la chica con un gruñido seco. Abrió la puerta. Ella salió primero, deteniéndose en el umbral y despidiéndose de Santiago con un apenas visible movimiento de su mano derecha. Bajó la vista al piso inmediatamente en cuanto Luca se le acercó. Éste sujetaba el picaporte de la puerta, dispuesto a cerrarla tras de sí. Algo le detuvo. —Luca –Santiago le contemplaba con una expresión severa, que bien podría compararse con la de su padre. Una seña que el ha