Era justo mitad del verano y no hacía ni tres semanas que había comenzado la temporada de vacaciones. Un período tranquilo, aunque su vida escolar tampoco podía considerarse de lo más problemática o estresante. No era la chica más popular de la escuela, pero tampoco era una "traga-libros" en potencia. Como buena persona, había aprendido a vivir al margen de todo. Sin ser más, ni aparentar menos.
Al correr del mes de marzo, casi en cuanto iniciaba el antepenúltimo semestre de bachillerato, fue transferida al grupo "C" -inicialmente por mero error administrativo- y fue allí donde conoció a Luca. Un par de meses de escueta y breve convivencia, un par de salidas desinteresadas por parte del chico (desinteresadas porque conociendo el carácter de este, le daba lo mismo) y sin ningún hecho relevante, habían comenzado a salir como pareja.
No, su vida no dio un giro de ciento ochenta grados ni tampoco se convirtió en la envidia del resto de la población estudiantil femenina. Las cosas habían cambiado, si, pero no como para armar un barullo digno de publicarse en el periódico escolar. Consideraba a Luke como uno de los chicos más atractivos de la escuela, pero de eso a ser un Idol como los de esas series de televisión, había una diferencia abismal. Y el no era precisamente una manzana acaramelada; era de hosco carácter, un humor cambiante (en ocasiones casi bipolar) y una peculiar manera de demostrar su afecto mediante sus típicos monosílabos, que si se hubiese dado a la tarea de hacer un diccionario todas esas expresiones de "hmp" llegaban a tener un significado único traducido en "Como quieras".
Pero a ella le gustaba, como solía explicarse con sus amigas; había un "no se qué" que veía en el. Además de la renuente y pertinaz frase de "no importa, sé que cambiará. Yo haré que cambie". Por supuesto que al correr de los días y los meses, comenzaba a dar por sentado al igual que toda chica soñadora, que la frase y el intento de cambiar a un hombre siempre desenlazaba en lo que era: un intento y nada más. Pero no le importaba, al menos no por ahora.
Era un viernes por la noche y el la había invitado a ver una película en su casa. Eso por supuesto era una excusa mutuamente aceptada. El acto sexual había estado en sus mentes desde el comienzo. Salía con Luca mas o menos como su novia desde octubre de este año (ahora era junio) y sólo hacía dos semanas que eran amantes.
Siete veces, contó ella. Ésa noche había sido la séptima y todavía no había visto fuegos artificiales ni escuchado una banda de música, pero había resultado un poquito mejor. La primera vez sintió un dolor infernal. Sus amigas, Yanai y Karen lo habían hecho, y ambas le aseguraron que sólo dolía durante un minuto -como una inyección de penicilina- y que luego de eso era como estar en el cielo. Sin embargo, para ella, la primera vez había tenido la sensación de que la atravesaban con el mango de un azadón. Más tarde, Luca le había confesado, con una ligera expresión culpable, que además se había puesto mal el preservativo.
Anoche era la segunda vez que había comenzado a sentir algo parecido al placer y, en ése momento, todo había acabado. Luca había aguantado lo más que pudo pero de repente...simplemente todo había terminado. Parecía demasiada fricción para sentir solo cierto calor.
Pero ella le amaba, sin importar lo poco expresivo que fuese. Y le amaba no tanto por el renombre de su apellido ni por su porte propio, sino porque él, ése aparentemente desinteresado chico le había dado su primer beso. Y hace poco más de un mes, se había convertido en el primer hombre en su vida; aquel a quien ella había entregado su virginidad.
Se levantó despacio, sintiendo el leve crujir de la cama. Se quedó de pie, en silencio sólo contemplando el vacío y dando tiempo a su cuerpo de desperezarse. Caminó hacia la cómoda, cerca de la puerta; sobre ésta estaban arrumbadas despreocupadamente sus ropas, las de ella y las de el; como testigos mudos del candente humor de la noche anterior. Tomó su blusa -una prenda blanca y sin mangas- poniéndosela sin importarle el hecho de que no traía el sujetador, sus bragas y un raído pantalón deportivo que en algún lejano tiempo solía ser azul marino.
Era la primera vez que pasaba la noche entera en casa de Luca, y según el comentario del día anterior por parte de éste, no habría nadie más salvo ellos y si acaso Santiago, el hermano mayor de este. Y aquella mañana se ahorró el dilema de "¿Qué me pondré?" (que en las circunstancias meditadas por ella, se reducía a "¿que me quitaré?") y se llevó lo primero que encontró a la mano. En las últimas semanas, sus limitadas "escabullidas privadas" siempre desembocaban en casa de Luca, casi siempre por la tarde, después (o durante el horario de clases, cuando solía convencerla de fugarse con él, claro) y no más de tres horas, así que esta mañana se sentía particularmente extrañada por el hecho de estar en casa del mismo a esas horas del día.
Salió de la habitación, dejando la puerta entreabierta y bajó a la cocina; un área de un blanco pulcro, que resplandecía destacando del decorado de la sala, a causa del brillo de los rayos de sol que se filtraban a lo largo y ancho del ventanal izquierdo. La puerta corrediza de estilo occidental estaba corrida hacia la derecha. El eco de sus pasos sobre la mullida escalera desapareció, bajo el sonido del tenue volumen del televisor.
Se detuvo secamente en el último escalón, con el corazón en un hilo. ¿Y si los padres de Luca habrían vuelto antes de lo estimado?
Genial, abruptamente genial y más por el hecho de que traía "ropa de casa", el cabello enmarañado y una que otra lagaña asomándose entre el vértice de sus ojos adormilados. ¿Qué iba a decir?
"Buenos días, perdonen la molestia por haberme quedado a dormir pero es que la "sesión de sexo de fin de semana" estuvo extenuante"
Una mentira disfrazada de ironía. No había sido la mejor experiencia pero por lo menos la consideraría para el resto de la semana.
Contuvo el aliento, prestando atención al eco del aparato eléctrico. Las voces provenían de varios canales tomados al azar, aparentemente haciendo "zapping" entre la programación del sistema de televisión por cable. Bajó final y decididamente; y se asomó sobre la comisura de la puerta. Sus ojos se toparon únicamente con la solitaria silueta de Santiago, con la cabeza apoyada entre ambas manos y un gesto desvelado en su rostro, acentuándole un poco más las ojeras.
Su mirada se cruzó haciendo un leve sobresalto en él.
Diana notó un tenue destello en la mirada del joven, que se acentuó más cuando ella le sonrió.
— Buenos días —saludó aliviada de encontrarle a él y no a sus padres, como temía inicialmente. El aludido, un muchacho de veinticuatro años, cabello negro -al igual que Luca- sólo que largo y llevado en una cola de caballo y unas profundas ojeras, sólo asintió con la cabeza en respuesta al saludo. Emuló una forzada media sonrisa a la joven. Santiago sintió temblar el borde de su labio inferior. Un estúpido síntoma de nerviosismo que odiaba manifestar. Dio un sorbo a su casi vacío vaso de zumo de naranja y desvió su atención de la chica al televisor. — No sabía que te quedarías a pasar la noche aquí — comentó él, fingiendo interés en el programa y sintiéndose como el peor mentiroso de la historia— Luca no me lo dijo. Farsa y más farsa. De haber tenido un maldito detector de mentiras en los dedos, éste habría estallado en menos de dos minutos. La miró rápidamente. La joven se había encogido de hombros y miraba hacia el piso. sus mejillas se nota
Hubo una pauta, de siete u ocho segundos, en los que la mirada de ambos muchachos se cruzó en un duelo silencioso, y si el brillo ufano de los ojos quemara, habría ya un incendio de escalas bíblicas en las cuatro calles alrededor de la mansión Franz. No había palabras ni nada más de por medio. A Diana aquella fracción de minuto le pareció eterna. —Luca –dijo en un hilo de voz, rompiendo ligeramente el trance visual y férreo entre los hermanos. Lo sujetó del brazo, quien sólo corroboró la sumisa expresión de la chica con un gruñido seco. Abrió la puerta. Ella salió primero, deteniéndose en el umbral y despidiéndose de Santiago con un apenas visible movimiento de su mano derecha. Bajó la vista al piso inmediatamente en cuanto Luca se le acercó. Éste sujetaba el picaporte de la puerta, dispuesto a cerrarla tras de sí. Algo le detuvo. —Luca –Santiago le contemplaba con una expresión severa, que bien podría compararse con la de su padre. Una seña que el ha
¿Qué mas daba? Después de todo, no tenía vida ya. Nada. Hasta que la conoció a ella. Precisamente a Diana. Si, lo había confirmado. si acaso existía un Dios, éste tenía un humor negro y satírico para cruzar destinos que nunca deberían estar siquiera en el mismo plano astral. El plato ajeno siempre es el mas apetecible, ¿no? No. Y ya llevaba casi dos meses repitiéndose la misma incógnita. Nunca le ocurrió eso. Y Diana no era la primera novia que tenía Luca. Santiago había contado a tres chicas antes que ella, y sin tomar en cuenta a lo que él mismo había llamado como "las citas de garantía de una semana"; porque eso duraban y la relación no daba para más. Todas ellas, novias, amigas, o "amigas con derecho" no eran mas que un hato de chiquillas inmaduras, alocadas y sin el menor sentido de personalidad. Todas menos Diana. Siempre marcando la diferencia, más allá de
Ya rondaban cerca de las doce, pero era viernes y había logrado salir una hora más temprano. Por variación y contando que Tobi se les había pegado como una lapa, no terminaron yendo al bar de siempre, sino a una taberna colindante con la carretera principal de Kuri hacia Sunt; era un tugurio conocido como "La Nube Roja". Por lo menos estaba lo suficiente lleno como para considerar tomarse unos cuantos tragos sin el riesgo de ser detenidos en una redada durante la inspección de salubridad. Aunque su lugar usual, podía considerarse como un bar extra lujoso a comparación del decadente inmueble de "La Nube Roja". Había un tornamesa que aun tocaba uno que otro disco (si es que no lo botaba el condenado y enmohecido artefacto) y un intento de mini-bar.
¿Habré llegado demasiado temprano?Se preguntó Diana por casi doceava vez. La reunión son sus amigos –aquel "club de fracasados", como solía llamarles Luca- había salido bastante bien como podía esperarse. Tras el último comentario de Yanai y un par de insultos de Jax hacia el "bastardo", nadie más había vuelto a mencionarle. Eso había sido un tanto mejor para ella. Sabía que sus amigos aun lo consideraban como parte del grupo, a pesar de su giro de ciento ochenta grados de personalidad y el que se expresara así de ellos era otra cosa. Llegó a su casa después de las séis y según ella demasiado tarde. Cosas de chicas, al fin y al cabo. Pudo arreglárselas para tomar un baño rápido, descolgar y ceñirse el vestido que había comprado con tanta anticipación (y el que Yanai le haya acompañado a elegirlo y tener la oportunidad de notar su leve atisbo de envidia, lo hacía algo más que excepcional), cepillarse el cabello y tratar de arreglarlo de un modo un poco
Y Santiago lo sintió, a pesar del ligero temblor de ella. Correspondió inmediatamente y sin darse cuenta a aquel clamor de seguridad, rodeándole con sus brazos. Un gesto meramente espontáneo. Automático. Natural. El instante precedido a la futura tormenta quedó sosegado. La gente seguía yendo y viniendo; cada quien su vida y sus problemas. No importaba, para Santiago el tiempo se había detenido. Hubo una calma tan larga que parecía una eternidad; un momento de tranquilidad en medio de una de las más ruidosas calles de Kuri, un intervalo de completo y confortador silencio por y para ambos. La sentía aferrarse a él. Su respiración pausada, el pulso y latidos. Todo, en un suave y dulce rumor. Podría haberse quedado así con ella para siempre. Quería intentarlo y no importaban las consecuencias. Los nervios que sentía últimamente al verla se habían transformado en una mezcla entre interés, necesidad y afecto. Algo mucho más allá de una simple estim
Santiago se levantó del sofá donde había pasado la última hora y media, en un dilema dividido entre escuchar los monótonos argumentos de su padre y tratar de prestar atención a lo que sea que hubiese en la televisión. A ésas alturas y con su "personal" estado anímico, poco importaba la trama de aquella película. El sonido del agua de la regadera apenas y podía percibirse en la planta alta de la casa. Pasó en dirección a su alcoba, cuando algo atrajo su atención. Sobre la cesta que estaba junto a la puerta del baño, se encontraba la muda de ropa de Luca; cuidadosamente doblada y sobre ésta, el tan odiado teléfono móvil. La pantalla destellaba, fuera de eso, el aparatejo no daba señales sonoras de vida. Era un alivio la existencia de los silenciadores hoy en día. Con un simple y casi inocente atisbo de curiosidad, Santino tomó el celular. Lo primero que le vino a la mente en cuanto leyó el rótulo "NUEVO MENSAJE RECIBIDO" fue que pudiera tratars
La gente iba y venía en medio del tumultuoso barullo de las calles del centro de Kuri. Siendo pleno verano y precisamente época en que todas las escuelas cerraban sus puertas debido al período inter-semestral, era lógico encontrarse con un gran número de adolescentes en las principales avenidas y tiendas, incluyendo a Diana. Caminaba a paso normal, pese a que el joven de cabello rubio que la acompañaba parecía halarla entre la muchedumbre. –¡Jax! –le apremió desde su lado izquierdo–¿Tanto trabajo te cuesta decidirte? ¡Llevamos la mañana entera dando vueltas por todas las tiendas! Aquel muchacho era Jax Uzughi y le consideraba casi como un hermano. Se conocían desde el pre-escolar y por afables coincidencias del destino, había terminado en el mismo grupo que ella desde la escuela secundaria hasta lo que llevaban de bachillerato. También podría contarse como coincidencia que el chico de hiperactivo carácter se había enamorado de una de las mejores amigas de ell