Nunca había conocido a una chica que sonriese con tanta naturalidad. Era una expresión sincera, un gesto que nunca había visto ser correspondido por su hosco hermano menor. Diana siempre se esforzaba por complacer a Luca, pero parecía que nada era suficiente para él.
Y sus ojos...
Ése particular tono verde jade. Brillante y realzado en sus suaves facciones. No era un rostro específicamente perfecto, pero enmarcaba particularmente aquel color de sus pupilas, sobre el blanco invernal de su piel; la piel de aquél cuerpo juvenil de mesuradas proporciones y busto pequeño pero firme. Un defecto para recordar.
La lógica no rebatía argumento ya… y su cuerpo tampoco. La excitación había aplomado en su mente, no por escucharlos haciendo "lo que hacían" y menos por la lujuria proclamada en los densos gemidos y el mullir del colchón. Era vil y descarada excitación provocada por ella. Y la mente, aun cuando esta en esos lapsos de ira contenida, suele tomarse caprichos. Transformarlos y arremeternos con ellos como un golpe contundente al estómago.
Estaba erecto. Su miembro sobresalía de entre una masa de pelo púbico negro.
Bajo la tibia corriente de agua, en medio de su arremolinada mente y confusas ideas, el cuerpo se rebeló ante el ofuscado arranque. Y era jodidamente perfecto cuando la mente se aliaba en esos menesteres…
Su mano se pasaba con premura por su pene. Sentía la palpitante dureza, mientras su mano subía y bajaba con el pulso trémulo. Pausado. Aun escuchándole en su mente. Llamándole. Incitándolo.
Anhelando que fuera la mano de ella en ese momento.
— Santiago…
La sola imagen le provocó más calor. Una escena vívida, casi, casi real. Ella, tendida en su cama… a merced de él.
Esto ya se había tornado lascivia descarada. Y a el dejó de importarle.
Quería tenerla, poseerla… tocarla y probar el sabor de aquella nívea y cálida piel, saboreándola como si se tratase del manjar más exquisito sobre la tierra. Las imágenes comenzaban a sucederse, sábanas sudorosas, cuerpos en tensión…
Aumentó el ritmo de su mano, entregándose a aquel ciego frenesí…casi cómo si pudiese sentirla.
Tocarla.
Acariciarla.
Penetrarla.
Hacerla suya…
Santiago…Santiago…
Su voz en su cabeza.
Oh Santiago…
Se estremeció, casi dolorosamente. Dos tirones más y experimentó un orgasmo inmediato y salvaje. Vertió el semen en el piso con una ofuscada convulsión, apoyando la mano libre contra el grifo del agua. Sintió una punzada de escozor desde la punta de los dedos de los pies hasta la cintura.
Silencio.
El silencio volvió a rondar el exterior del pasillo, mientras el agua seguía corriendo en el interior del cuarto de baño.
Con un tenue calor en la nuca y la cabeza pulsándole levemente a causa de aquel peculiar esfuerzo físico, cerró la llave del agua.
Respiraba pausadamente, volviendo su mente a aquella realidad. Se acomodó la toalla en la cintura, chorreando agua por la espalda y hombros a causa de su cabello mojado.
Se quedó de pie, parado en medio de la estancia. Terminó de secarse, deteniéndose de vez en cuando para escurrir la toalla sobre la bañera. Observó cómo los hilillos de agua bajaban hacia el desagüe.
Estaba temblando totalmente, en parte a causa de la reacción y, en parte, de alivio. Apenas había prestado atención a la velada idea de abrir la puerta y propinarle una golpiza a Luke. Sólo acertaba a pensar, una y otra vez en la sucesión de acontecimientos que habían culminado en esta escena.
Creía sinceramente que se había entregado a aquellas turbadoras y desveladoras ideas alrededor de Alexa casi inadvertidamente.
Había sido como una explosión de aguas fecales de una cloaca enterrada. Él creía que una cloaca análoga discurría por debajo de los cuidados céspedes de casi todas las familias de Kuri.
Me he convertido en el legendario mueble solitario de la casa
Había pensado tristemente un último día del último invierno, observando cómo el aguanieve golpeaba las contraventanas del pórtico. Entonces, poco a poco, la porquería había empezado a acumularse en la tubería. Empezó a darle la lata a Luca a propósito de las pequeñas cosas, sublimando las grandes porque eran difíciles de expresar con palabras. Cosas tales como la pérdida, el temor y la soledad. Cosas como oír en la radio una canción que escuchaba de sus tiempos de estudiante y sentir un arrebato de frustración e ira reprimida. Sintiendo celos de su hermano porque, a comparación de él, su vida no era una lucha diaria por construir algo. Era una vida vivida en las trincheras.
Y últimamente, una parte de su vida consistía en esperar y escuchar.
Y entonces empezaba a trabajar a deshoras del día, adentrándose más en cualquier cosa que no se la recordase.
Pensaba en Diana, con quien charlaba a menudo (la mayoría de las ocasiones sin que su estúpido hermano estuviese presente) en los escasos momentos en que estaba en casa. Y una tarde, se había sorprendido a sí mismo sentado frente al televisor sin tener idea de lo que estaba viendo porque estaba pensando en el peculiar tono rosado del cabello de ella, o en la forma en se ajustaban sus jeans sobre su trasero. Y, al final, había deseado hacer una cosa.
Y hoy…
Y el hoy, no tenía importancia.
XXX
La luz brillante de la mañana le dio en el rostro, cubierto sólo la mitad por una de las almohadas de Luca.
Diana entreabrió un ojo, amodorradamente. A su derecha y dándole la espalda, estaba el, sumido profundamente en el quinto sueño tal vez. Ella se dio la vuelta, mirando de reojo el reloj sobre el buró de noche; casi las nueve de la mañana.
Volvió a girarse, acercándose más al cuerpo del chico. Pasó su brazo sobre las sábanas, abrasándole por la espalda.
—Luca –murmuró cariñosamente cerca de su oído. Sus labios rozaban su cuello y podía escuchar el acompasado ritmo de su respiración.
—Hmp…— fue la única respuesta que consiguió por parte de éste.
Conocía sus gestos, se acostumbró a sus "extensos y argumentados comentarios", obvio, después de compartir casi año y medio con él. Así que no tomó a negativa la parca e indiferente contestación del chico. Seguía abrazándole y lentamente subió una de sus manos hacia uno de los mechones ralos de su cabello, jugueteando con este.
—Si tienes hambre, baja y prepárate algo de desayunar. Yo quiero dormir un poco más –dijo Luca escuetamente. Haló la sábana y se cubrió hasta el rostro con ésta.
La joven se limitó a responderle con un simple "esta bien". Su voz era un susurro apenas audible; tratando de emular el indiferente tono de voz del muchacho, no hubo más respuesta por parte de éste.
Se sentó en la cama, estirando con pereza la espalda. Los hombros y la cintura le reclamaban con un chasquido casi delicioso debido a la intensa actividad de la noche anterior. A pesar de no ser la primera vez de aquello, aún se permitía un tenue sonrojo en sus mejillas. Echó una mirada de soslayo hacia el bulto que yacía a su izquierda.
Su rostro esbozó una sonrisa pícara. Una expresión que más de una vez le había dedicado a aquel hosco chico a quien consideraba su "media naranja". Algo que iba más allá del simple significado que le había dado a la frase. Con sus casi diecisiete años cumplidos y su despreocupada vida de adolescente, ella no tenía de qué preocuparse salvo de la prioridad de vivir.
Era justo mitad del verano y no hacía ni tres semanas que había comenzado la temporada de vacaciones. Un período tranquilo, aunque su vida escolar tampoco podía considerarse de lo más problemática o estresante. No era la chica más popular de la escuela, pero tampoco era una "traga-libros" en potencia. Como buena persona, había aprendido a vivir al margen de todo. Sin ser más, ni aparentar menos. Al correr del mes de marzo, casi en cuanto iniciaba el antepenúltimo semestre de bachillerato, fue transferida al grupo "C" -inicialmente por mero error administrativo- y fue allí donde conoció a Luca. Un par de meses de escueta y breve convivencia, un par de salidas desinteresadas por parte del chico (desinteresadas porque conociendo el carácter de este, le daba lo mismo) y sin ningún hecho relevante, habían comenzado a salir como pareja. No, su vida no dio un giro de ciento ochenta grados ni tampoco se convirtió en la envidia del resto de la población estudiantil femenina.
— Buenos días —saludó aliviada de encontrarle a él y no a sus padres, como temía inicialmente. El aludido, un muchacho de veinticuatro años, cabello negro -al igual que Luca- sólo que largo y llevado en una cola de caballo y unas profundas ojeras, sólo asintió con la cabeza en respuesta al saludo. Emuló una forzada media sonrisa a la joven. Santiago sintió temblar el borde de su labio inferior. Un estúpido síntoma de nerviosismo que odiaba manifestar. Dio un sorbo a su casi vacío vaso de zumo de naranja y desvió su atención de la chica al televisor. — No sabía que te quedarías a pasar la noche aquí — comentó él, fingiendo interés en el programa y sintiéndose como el peor mentiroso de la historia— Luca no me lo dijo. Farsa y más farsa. De haber tenido un maldito detector de mentiras en los dedos, éste habría estallado en menos de dos minutos. La miró rápidamente. La joven se había encogido de hombros y miraba hacia el piso. sus mejillas se nota
Hubo una pauta, de siete u ocho segundos, en los que la mirada de ambos muchachos se cruzó en un duelo silencioso, y si el brillo ufano de los ojos quemara, habría ya un incendio de escalas bíblicas en las cuatro calles alrededor de la mansión Franz. No había palabras ni nada más de por medio. A Diana aquella fracción de minuto le pareció eterna. —Luca –dijo en un hilo de voz, rompiendo ligeramente el trance visual y férreo entre los hermanos. Lo sujetó del brazo, quien sólo corroboró la sumisa expresión de la chica con un gruñido seco. Abrió la puerta. Ella salió primero, deteniéndose en el umbral y despidiéndose de Santiago con un apenas visible movimiento de su mano derecha. Bajó la vista al piso inmediatamente en cuanto Luca se le acercó. Éste sujetaba el picaporte de la puerta, dispuesto a cerrarla tras de sí. Algo le detuvo. —Luca –Santiago le contemplaba con una expresión severa, que bien podría compararse con la de su padre. Una seña que el ha
¿Qué mas daba? Después de todo, no tenía vida ya. Nada. Hasta que la conoció a ella. Precisamente a Diana. Si, lo había confirmado. si acaso existía un Dios, éste tenía un humor negro y satírico para cruzar destinos que nunca deberían estar siquiera en el mismo plano astral. El plato ajeno siempre es el mas apetecible, ¿no? No. Y ya llevaba casi dos meses repitiéndose la misma incógnita. Nunca le ocurrió eso. Y Diana no era la primera novia que tenía Luca. Santiago había contado a tres chicas antes que ella, y sin tomar en cuenta a lo que él mismo había llamado como "las citas de garantía de una semana"; porque eso duraban y la relación no daba para más. Todas ellas, novias, amigas, o "amigas con derecho" no eran mas que un hato de chiquillas inmaduras, alocadas y sin el menor sentido de personalidad. Todas menos Diana. Siempre marcando la diferencia, más allá de
Ya rondaban cerca de las doce, pero era viernes y había logrado salir una hora más temprano. Por variación y contando que Tobi se les había pegado como una lapa, no terminaron yendo al bar de siempre, sino a una taberna colindante con la carretera principal de Kuri hacia Sunt; era un tugurio conocido como "La Nube Roja". Por lo menos estaba lo suficiente lleno como para considerar tomarse unos cuantos tragos sin el riesgo de ser detenidos en una redada durante la inspección de salubridad. Aunque su lugar usual, podía considerarse como un bar extra lujoso a comparación del decadente inmueble de "La Nube Roja". Había un tornamesa que aun tocaba uno que otro disco (si es que no lo botaba el condenado y enmohecido artefacto) y un intento de mini-bar.
¿Habré llegado demasiado temprano?Se preguntó Diana por casi doceava vez. La reunión son sus amigos –aquel "club de fracasados", como solía llamarles Luca- había salido bastante bien como podía esperarse. Tras el último comentario de Yanai y un par de insultos de Jax hacia el "bastardo", nadie más había vuelto a mencionarle. Eso había sido un tanto mejor para ella. Sabía que sus amigos aun lo consideraban como parte del grupo, a pesar de su giro de ciento ochenta grados de personalidad y el que se expresara así de ellos era otra cosa. Llegó a su casa después de las séis y según ella demasiado tarde. Cosas de chicas, al fin y al cabo. Pudo arreglárselas para tomar un baño rápido, descolgar y ceñirse el vestido que había comprado con tanta anticipación (y el que Yanai le haya acompañado a elegirlo y tener la oportunidad de notar su leve atisbo de envidia, lo hacía algo más que excepcional), cepillarse el cabello y tratar de arreglarlo de un modo un poco
Y Santiago lo sintió, a pesar del ligero temblor de ella. Correspondió inmediatamente y sin darse cuenta a aquel clamor de seguridad, rodeándole con sus brazos. Un gesto meramente espontáneo. Automático. Natural. El instante precedido a la futura tormenta quedó sosegado. La gente seguía yendo y viniendo; cada quien su vida y sus problemas. No importaba, para Santiago el tiempo se había detenido. Hubo una calma tan larga que parecía una eternidad; un momento de tranquilidad en medio de una de las más ruidosas calles de Kuri, un intervalo de completo y confortador silencio por y para ambos. La sentía aferrarse a él. Su respiración pausada, el pulso y latidos. Todo, en un suave y dulce rumor. Podría haberse quedado así con ella para siempre. Quería intentarlo y no importaban las consecuencias. Los nervios que sentía últimamente al verla se habían transformado en una mezcla entre interés, necesidad y afecto. Algo mucho más allá de una simple estim
Santiago se levantó del sofá donde había pasado la última hora y media, en un dilema dividido entre escuchar los monótonos argumentos de su padre y tratar de prestar atención a lo que sea que hubiese en la televisión. A ésas alturas y con su "personal" estado anímico, poco importaba la trama de aquella película. El sonido del agua de la regadera apenas y podía percibirse en la planta alta de la casa. Pasó en dirección a su alcoba, cuando algo atrajo su atención. Sobre la cesta que estaba junto a la puerta del baño, se encontraba la muda de ropa de Luca; cuidadosamente doblada y sobre ésta, el tan odiado teléfono móvil. La pantalla destellaba, fuera de eso, el aparatejo no daba señales sonoras de vida. Era un alivio la existencia de los silenciadores hoy en día. Con un simple y casi inocente atisbo de curiosidad, Santino tomó el celular. Lo primero que le vino a la mente en cuanto leyó el rótulo "NUEVO MENSAJE RECIBIDO" fue que pudiera tratars